No sé quién le ha escrito el discurso, o si ha sido usted mismo quien ha firmado esas sensatas reflexiones que han calado y de lleno -al menos, a mí sí- en el pueblo español. Eran necesarias sus palabras. Y, además, ha puesto usted el acento justo y la templanza necesaria para dar a entender su mensaje. No me lo podía perder después de tanto reclamo particular. Y lo he escuchado con la misma veneración que un cristiano siente algo dentro de él cuando el oficiante levanta la hostia y nos dice que es el cuerpo de Cristo. Creo, señor Felipe VI, y no me confieso como monárquico, que ha acertado usted plenamente en la diana del corazón de todos los que nos sentimos españoles. Su mesura, su calidez, pero también su firmeza, me han aliviado soberanamente, aunque el Soberano sea usted. Espero que todo el pueblo, y el primero el catalán, haya sabido escuchar.
Ahora hace falta que lo que usted ha dicho se transmita al Congreso de los Diputados/as, que trabajen a fondo y que se impliquen. El jefe del Estado, usted, se ha mojado, y en sólo cinco minutos de auténtica verdad. El Presidente del Gobierno y los ministros tienen que mojarse ahora como usted, hablar claro, y decir valientemente si se aplica el artículo 155 o no. Más caminos no tenemos que recorrer.
Usted, cuando casi nadie se lo esperaba, ha salido a dar la cara con "dos borbones", como debe ser. Le agradezco este gesto esperado y le ruego, ya que usted sí puede, procurar que este país no se nos desmande a pesar de los malos políticos que tenemos.
Mi aplauso, vaya. Sí señor.
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