jueves, 8 de agosto de 2013

DESDE MI TORRE: AQUELLOS RECUERDOS DE "LA PUNTILLA"


Parece que fue ayer, y ya han pasado 57 años de esta fotografía en la hoy desconocida playa de "La Puntilla" de El Puerto de Santa María. El tiempo y la avaricia, la mano de la especulación se encargó de borrarnos el paisaje de esta playa entrañable, aunque nada pudo hacer para hacerla desaparecer de nuestra memoria. Me recuerdo allí , puro y limpio, sin saber de los avatares de la vida que luego me caerían en tromba, niño feliz, pero con la misma mirada inquisitorial con la que hoy observo la vida. Recuerdo en estos momentos lo que un día me dijo una mujer anónima: "Tienes unos ojos verdes muy interesantes, pero lo que más me gusta de ellos es que miran". Y es verdad, si observan cualquier fotografía reciente de las que haya aparecido en este blog, es franca mi mirada, fija y atenta, desnudadora de los pensamientos de aquellos que me hablan. Si la cara -dicen- es el espejo del alma, los ojos son la conciencia.

Veraneé muchos años allí, en ese sitio en el que fui retratado no sé por quién. Y me vuelven a los sueños los paisajes cercanos que Rafael Alberti nos contó en su "Arboleda perdida": el molino de agua entre pinares, el llamado "Camino de los Enamorados" que conducía desde la playa hasta la misma plaza de toros portuense, preñado de adelfas y cenistas...

Mi padre fue el fundador de una venta, ya enorme urbanización, llamada "Un alto en el camino", entre la playa y el campamento del Frente de Juventudes "Batalla del Salado". A Nicolás, guarda forestal de aquel inmenso pinar, le dijo mi padre un día que por qué no ponía, en mitad de los doscientos metros que separaban la orilla de aquel campamento, varios cubos fríos con cervezas y algunas botellas de tinto para hacer ese alto reglamentario. Nicolás fue viéndole la punta, y ya acompañaba el "alto" con alguna ensalada, pescaíto y chacina. Se atrevió, después, a montar unas mesas de tablas resinosas; más tarde, a construir unas habitaciones sencillas para las mujeres e hijos que venían de tarde en tarde, en un tren que tardaba de Sevilla a El Puerto más de seis horas, a acompañar al cabeza de familia... Y así, así, creció ese espacio que continúa, en un lugar privilegiado por aquel camino albertiano. Si a algunos de vosotros les da por visitarlo, observen una fotografía que está instalada en el lugar donde se brinda un homenaje de agradecimiento a mi padre por aquella ocurrencia.

Jamás se me olvidó aquel lugar; y cuando aquel niño fue creciendo y se ennovió -como antes se decía-, una de mis vacaciones fue ir con mi novia a aquel lugar, no ya como el niño inocente, sino como el hombre que quería arrancarle el sabor de su nombre a aquel "Camino de los Enamorados" que siempre quedará en mi álbum de recuerdos. No son para contar las vivencias amorosas, pero fueron ciertamente inolvidables. De esos gozos, de esas maravillosas turbulencias de la juventud, fue creciendo un librillo al que di en llamar "Amor entre mar y piedra", inspirado con el amor de por medio entre El Puerto y Arcos de la Frontera.

Quiero recordar un poemilla de mis gratos días en "La Puntilla" -que cito de memoria-, y que más o menos decía así.

En tu campo de espumas
me hundí una noche
como si mar tú fueras.

Anclé por las cerezas de tus pechos
y, encallado de amor, me rompí en ti,
como un prisma de sal.

Recorrí tus contornos con los labios
y tanto me gustó tu litoral
que me quedé orillado para siempre.

Puse arena de carne en tus mejillas;
tú, canción a mi voz, ola a mi verso.
Me saliné en tus mares y encallé.

No me arrepiento.

Cuando paso por El Puerto de Santa María, cuando las noticias me recuerdan su nombre, una hormiguilla me recorre los surcos de mis venas. Fueron años felices en mi infancia y en mi juventud; años imposibles de recuperar, pero, al fin y al cabo, años vividos de una y otra manera: de niño con la candidez de quien lo va descubriendo casi todo; de joven, con la avaricia de quien de verdad descubre la hermosura de la vida a través del cuerpo hermoso de una mujer que está descubriendo lo mismo en el mismo beso y en las mismas caricias.


2 comentarios:

  1. Precioso, me encanta. También yo conservo muchos y buenos recuerdos de aquellos veranos, no de todos, claro, pues era demasiado pequeña, pero si suficientes para que una sonrisa se dibuje en mi cara y mi mente viaje a aquella playa, la arena caliente, muy caliente, los camaleones...
    Besitos.

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