
"Parece que todos se hubieran ido o muerto", dijo el poeta. Ayer al mediodía, al bajar de mi piso para estirar las piernas y tomarme una Cruzcampo en el restaurante de abajo, con la compañía de mi buen compañero Paco Salgueiro, he sentido esa sensación: la ciudad estaba muda, callada, terriblemente silenciosa para ser un sábado como otro cualquiera. No se veían mujeres por las calles camino del cercano mercado con el clásico carrito que tanto les facilitó la vida. Vacías las tiendas, y los bares, y los pasos de cebras, y las aceras. Vacíos los cinco carriles que tengo ante mi mirada. No hay chillidos de niños, ni conversaciones de familias, ni parejas diseñando un beso en los jardines próximos...
No, no se han ido a la cercana Fuengirola, patria costera de Córdoba; ni a las muchas parcelas con mínimas piscinas que nos cercan en las inmediaciones de la gran Medina Azahara. El parking de mi casa estaba lleno, así como los aparcamientos públicos de las calles adyacentes. Con la subida de la gasolina, y como está el telar del paro, de los impuestos, y del robo a mano armada a que nos está sometiendo el gobierno por imposición del europeo, la gente es que no sale de casa, que no se atreve a gastar un euro ni en el capricho merecido de tomar una copita.
Séneca, que nació aquí, pero que desde niño creció y realizó su vida de filósofo en Roma, debería volver hoy día para contar con exactitud de esteta lo que está pasando: "Una generación construye las ciudades, una hora las destruye; las cenizas se hacen en un instante; un bosque, en mucho tiempo." España ha perdido todo en tres años: todo el esfuerzo de sus defensas laborales, que tantas muertes dejó en el camino; todos sus derechos corporativos e individuales, toda dignificación personal, todos sus ahorros, sus trabajos, sus ilusiones, sus alegrías...
" No es agradable -seguía diciendo Séneca en sus pensamientos-, poseer ningún bien si no se comparte." Pero estos grandes trust económicos y estas castas políticas de todo el mundo, sólo son felices amasando dinero, hundiendo a la clase trabajadora, cortando con tijeras afiladas las redes de una sociedad que sólo quiere vivir, tener un puesto de trabajo y sentirse un eslabón necesario en una cadena de producción para mejorar las desigualdades del mundo.
Pero también decía este cordobés universal que "El hambre enseña nuevos artificios". Los supermillonarios, los que todos lo quieren para ellos, los que cuentan con guardias de seguridad, blindajes y garantías para sus bienes y sus personas, podrían pensar que alguna vez el pueblo se les puede volver en contra. Y, como bien dijo Séneca, puede que este pueblo al que están arruinando vergonzosamente, enseñe algún día sus nuevos artificios, porque al fin y al cabo, la vida es una noria en la que unas veces el cangilón está en todo lo alto y, otras, a pie de calle.
Tanto silencio de ayer, sábado, me dio miedo. Sólo el canto de los gorriones levantaba el trino entre las apagadas voces de los hombres.
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