viernes, 7 de mayo de 2010

DESDE MI TORRE: UN POEMA PARA HACERNOS PENSAR


Cada vez que leo este poema del gran poeta José Hierro siento escalofríos, como si el ayer, tan cercano hoy, estuviese aporreando a nuestras puertas. La cifra de un 30% de paro en esta rica Andalucía es, ciertamente, alarmante e insostenible, más que eso: indigna. Pero aquí nadie se alarma, nadie dice nada, nadie se manifiesta. El miedo a veces atenaza al hambre. ¿O es quizás el hambre el que produzca miedo? Hay familias enteras en el paro; los bancos están desahuciándolos de sus viviendas; muchos abuelos, con una pensión mínima, están alimentando a hijos y a nietos, a nueras y yernos...

Nadie se mueve. La fanfarria del 1 de mayo, tan caduca de tan repetida para nada, tan esperada siempre para que nada cambie, es una chirigota comparada con los 60.000 sevillanos que se tiraron a la calle protestando contra Lopera por la bajada a segunda, como si ahí sí que se nos fuera la vida. Puede ser también que el silencio sea más cruel que el grito, como hablan los taurinos de ese silencio abismal de la Maestranza que tanto, al parecer, acongoja a los toreros. No se comprende que Andalucía no haya gritado al unísono: ¡Basta ya!, mientras sabe que los dineros se van por los desagües para obras faraónicas innecesarias, para un publicidad institucional que sólo se queda en eso: en vergonzosa publicidad, para multiplicar cargos sin funciones ni objetivos que cumplir, para prebendas, para pagar favores... ¡Ojú, qué frío en Andalucía!


Decían: "Ojú, qué frío";
no "Qué espantoso, tremendo,
injusto, inhumano frío".
Resignadamente: "Ojú,
qué frío..." Los andaluces...

En dónde habrían dejado
sus jacas; en dónde habrían
dejado su sol, su vino,
sus olivos, sus salinas.
En dónde habrían dejado
su odio... Parecían hechos
de indiferencia, pobreza,
latigazo... "Ojú, qué frío".
Tiritaban bajo ropas
delgadas, telas tejidas
para cantar y morir
siempre al sol. Y las llevaban
para callar y vivir
al frío de Ocaña y Burgos,
al viento helado del mar
del Dueso... Los andaluces...

Éstos que están esperando,
desde Huelva hasta Jaén,
desde Jaén a Almería,
junto a las plazas de cal
y noche, deben ser
hijos de aquellos. Esperan
que algunos venga a encerrarlos
entre rejas. Como aquéllos,
no preguntarán por qué.
No se quejarán de nada.

Ni uno se rebelará.
"Las cosas son como son,
como siempre han sido, como
han de ser mañana... Ojú,
qué frío..." Los andaluces...

Apenas dejaban sombra,
sonido, cuando pasaban.
Se borraban sus cabezas.
Tan sólo un inmenso frío
daba fe de ellos. Y aquella
dejadez que rodeaba
su fragilidad. Más solos
que ninguno. Más habrientos
que ninguno... (Deseaba
que odiasen, porque los vivos
odian. Los vivos perdonan.
El hombre es fuego y es lluvia.
Lo hace el odio y el perdón.)
Indiferentes: "Ojú,
qué frío..." Los andaluces....

Un grano de trigo. Una
oliva verde. (Guardad
el aliento de la tierra,
el parpadeo del sol
para ayer, para mañana,
para rescataros...) Quiero
que despierten del pasado
de frío; de los cerrojos
del futuro. Todo está
tan confuso. Yo no sé
si los veo, los recuerdo,
los anticipo...

Hace pocos
kilómetros tuve aquí,
en mi mano, la madeja
de los días. Como un padre
que olvidó hace tiempo el rostro
de los hijos muertos. Y ahora
los recuerda. Y ahora vuelve
a olvidarlos, unos pocos
kilómetros más alla.
Olvidados para siempre.

Cuántos años hace de esto.
O cuántos faltan para esto
que hace un momento viví
por los caminos... -ojú,
qué frío- de Andalucía.

6 comentarios:

  1. ¿Somos víctimas de nuestro propio carácter los andaluces? De mi niñez lo que mejor recuerdo son los juegos y el frío del invierno; era un frío cruel sin oposición de prendas de lana, un frío que aún tengo metido en el cuerpo, y entonces no existían estos sindicatos y era Franco el que volaba sobre los altares de hielo... En Andalucía hace mucho frió, Emilio; ya lo repite -con el alma helada- el gran poeta José Hierro.

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  2. ¡Qué pena -¿verdad?- de este frío eterno de Andalucía que no cambian las promesas!

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  3. Somos víctimas de los que hace varios siglos nos "reconquistaron" en nombre de no se sabe bien qué Dios pero con unos objetivos claros, del odio de un dictador, de los políticos que en los últimos 30 años han especulado con Andalucía y de la que sólo se han acordado cada 4 años en falsas campañas electorales.
    Han intentado borrar nuestra historia y nuestras costumbres. Antes de matarnos de hambre ya nos habían machacado la moral y habían desescolarizado a nuestros hijos.
    Los tan necesarios subsidios se han convertido en una versión moderna del maná bíblico. Mientras tanto las cifras de paro se disparan y nuestros gobernantes, con criterios de los grandes emperadores romanos, dilapidan el dinero público en restaurar palacios y realizar obras faraonicas de nulo interés para el pueblo.
    Los casos de corrupción de los políticos aumentan exponencialmente pero se sigue sin modificar el código penal para endurecer las penas por este tipo de delitos.
    Somos víctimas de tantas cosas que, la mayoría de las veces, terminamos por recurrir al dogma de nuestro caracter noble, alegre y manso.
    Emilio, La fotografía que has elegido para ilustrar el poema de José Hierro me provoca un frío aterrador, un frío que me indigna y que me hace pensar en el maltrato al que nos están sometiendo desde hace tantos siglos y que cada día me duele más. Tenemos que luchar ante tanta injusticia que no merece nuestro pueblo y como decía Rafael Alberti:

    "Me hirieron, me golpearon
    y hasta me dieron la muerte...
    ¡pero jamás me doblaron!

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  4. ¿Cómo puedes comprender que la comunidad más rica de España y de Europa sea la más pobre? Me encantaría que me lo expliclase el señor Griñán y todos esos "observatorios" que han creado para nada. Bueno, para nada no, para colocar a hermanos, tíos y sobrinos. Y encima tienen la poc vergüenza de cantar cada vez que se tercia el Himno de Andalucía, ese que dice: ¡Andaluces, levantaos...! ¡Ojú qué frío de Andalucía!

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  5. Ana, conservó el acordeón que su hermano tocaba para ella y sus amigas mozas en la puerta de su humilde casa de un pueblo blanco granaino, de los de arena y cal, durante toda su vida.

    Aquel acordeón que dejó de pasear sus notas por el viento un día, cuando ella a penas tenía 15 años y un policía “malage” le dijo en la puerta del presidio, “ese ya no se va comer lo que le traes ni hoy ni nunca, así que te puedes ir por donde has venido”.

    Las notas del acordeón siguieron sonando siempre en su cabeza y sus ojos, de un color gris que nunca más he podido admirar, y que tanto echo de menos, se llenaban con los recuerdos de su hermano y sus amigas cantando y bailando.

    Su recuerdo la hizo fuerte cuando tuvo que huir para que “los azules” no le raparan la cabeza y le llenaran el estómago de laxante.

    Aquel instrumento, fue uno de los pocos objetos que metió en su baúl cuando, después de quedar viuda, con 3 hijos y embarazada del cuarto, tuvo que vender todo y venir hasta Sevilla para buscar algo mejor. Y seguro que sus notas calmaron sus lágrimas el día que dejó en la casa de socorro a una de sus hijas y firmó la renuncia de todos sus derechos de madre, porque no podía alimentarlos a todos, y el pequeño se agarró a su pierna y le dijo: “no me dejes aquí mamá, te prometo que no te pediré comida”

    Seguro que oyó como su hermano le tocaba una sonata el día antes de su segunda boda, con un señor que era la salvación de una viuda joven y sola, y la posibilidad de recuperar a la niña que había tenido que dejar. Y su consuelo fue recuperarla... y poder ver como sus hijos crecieron y se convirtieron en buenas personas, trabajadoras y honradas.

    Cuando hablaba del pasado, de la guerra, de las injusticias y atropellos cometidos, siempre decía, que no se debía olvidar lo pasado para que no volviera, pero que el odio tampoco era el camino y sólo nos hacía prisioneros.

    Siempre me decía: hija mía, no tengas nunca que depender de nada ni de nadie. Y ella sabía de lo que hablaba. Sentía pavor por los extremos, porque creía que cualquiera de ellos la devolvería al pasado, y quien quiere volver a ese pasado, en el que tienes que después de “parir”, porque entonces se paría, no se “daba a luz” como ahora, volver a trabajar la tierra...

    Le vendieron que “los socialistas” salvarían a España, y se lo creyó, y vivió pensando que era mejor mirar hacia delante y “que estamos bien como estamos, porque a ver si nos quejamos demasiado y volvemos a pasar por lo que ya pasamos”. Ni tan siquiera se quejaba del frío...

    Ana era mi abuela, y la niña de la casa de socorro mi madre. Y después de los años, he llegado a comprender ese conformismo que habitaba en ella. Lo que no entiendo es que tantas personas con abuelos y abuelas como la mía hayan olvidado de dónde vienen. Ese es el poder de la clase política, que ya nadie sabe a qué clase pertenece, han conseguido dividir al pueblo. Inventaron eso de la ficticia “clase media” y tontos de nosotros nos creimos “todopoderosos”, pero ahora les revienta el invento, y nosotros seguimos pensando que somos “clase media” pero como hay crisis.... Mientras no nos curemos de ese virus, nada podrá cambiar porque nuestra falta de “conciencia de clase” es el mayor agravante de nuestra enfermedad.

    El silencio, querido Emilio, en mi opinión en éste caso no hace el mismo efecto que en una plaza de toros, sólo beneficia a los que están sobre el teatrillo moviendo nuestros hilo de marioneta....

    El sol se hace grande en Andalucía, y tal vez un día, nos habrá bien los ojos, para que el frío se vaya de nuestra tierra para siempre, tal vez algún día.... nos despierte.

    Un abrazo.
    Elisa

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  6. Triste y hermoso relato a la vez, que se ha repetido en muchas familias. Yo jamás escuché a mi madre oir hablar de "aquello". Cuando le preguntaba, su cara, siempre melosa, se ponía adusta y parecía que iba a empezar a llorar de un momento a otro. Jamás supe qué pasó en el seno familiar de mi madre.

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