Flota en la plaza el aire dominguero.
Por la gracia del sol esplendoroso,
se enciende, como un faro luminoso,
del redondel del amarillo albero.
Vuela el capote ante el astado fiero
y con arte difícil y engañoso,
su juego varonil, presuntuoso,
frente al toro feroz, luce el torero.
La exacta media luna del astado,
lleva un presagio de dolor y muerte
entre sus puntas de acerado brillo...
Y allá arriba, curioso, emocionado,
se asoma, ansioso de admirar la suerte,
subido en la Giralda, el Giraldillo.
MANUEL BARRIOS MASERO
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