Sólo se quedó la cera en la epidermis de los pavimentos como testimonio. Borradas están las cientos y cientos de miles de huellas de las suelas que hollaron las calles y plazas de la ciudad. Se perdieron las lágrimas del Lunes Santo confundidas con la lluvia asesina de ese día. Y las otras lágrimas de la emoción también se perdieron: por San Jacinto, por San Roque, por El Salvador, por San Juan de la Palma, por El Museo, El Baratillo, por la madrugada de San Lorenzo, de Triana y de La Macarena, de San Román... desembocando todas en los ojos de un Cristo o de una Virgen. Cesaron las marchas y callaron los trombones, los saxos, los clarinetes, los tambores y las cornetas. Y todo se ha hecho silencio. La luna se llevó el incienso al infinito y sólo el azahar permanece, aunque ya no es el mismo su aroma. Se guardaron con mimo las túnicas, las capas y los antifaces
hasta el año que viene, si Dios quiere...
Cuando llega la Resurrección, aunque Sevilla siempre está viva, es cuando muere la Ciudad.
La Sevilla que nos dejó Roma como herencia, vive la Semana Santa con los ojos niños y disfruta con ella, con su lenguaje de levantás y vaivenes de varales, con el a ésta es y al cielo con Ella, con su sinfonía racheada de alpargatas, el olor a cirio quemado, los claveles, los lirios, las magnolias y orquídeas...
Vive y sigue viviendo, más que nunca, con El Cachorro a su costado, y abrazada a su Esperanza, y caminado en silencio con su Señor de Sevilla.
hasta el año que viene, si Dios quiere...
Cuando llega la Resurrección, aunque Sevilla siempre está viva, es cuando muere la Ciudad.
La Sevilla que nos dejó Roma como herencia, vive la Semana Santa con los ojos niños y disfruta con ella, con su lenguaje de levantás y vaivenes de varales, con el a ésta es y al cielo con Ella, con su sinfonía racheada de alpargatas, el olor a cirio quemado, los claveles, los lirios, las magnolias y orquídeas...
Vive y sigue viviendo, más que nunca, con El Cachorro a su costado, y abrazada a su Esperanza, y caminado en silencio con su Señor de Sevilla.
Es la gran Ciudad de los contrates: la de Mañara y Curro Romero, la de la saeta dolorida y la seguidilla sensual, la de la mantilla y el traje de faralaes, la de la esquina oscura en San Vicente para ver a un Cristo que anda solo y la del albero maestrante donde, en esa mala resurrección se juegan la vida, a cambio de dinero, dieciocho hombres enfundados en ternos de oro, plata y seda.
Sólo queda en las calles las huellas de la cera.
En el ambiente se abre otro horizonte orilla de Los Remedios. Se piensa en las lonas rayadas, en la casa provisional de la alegría, en las cañeras con el oro suave de Sanlúcar, en la ojana, en la presunción, en la conquista de la guapa mujer que contorsiona sus caderas mientras ofrece las lunas de sus pechos bailando "sevillanas"...
Es la Sevilla falsa, la que se inventó anteayer para querer suplir, de algún modo, la enorme alegría de su Semana Santa.
Sólo queda en las calles las huellas de la cera.
En el ambiente se abre otro horizonte orilla de Los Remedios. Se piensa en las lonas rayadas, en la casa provisional de la alegría, en las cañeras con el oro suave de Sanlúcar, en la ojana, en la presunción, en la conquista de la guapa mujer que contorsiona sus caderas mientras ofrece las lunas de sus pechos bailando "sevillanas"...
Es la Sevilla falsa, la que se inventó anteayer para querer suplir, de algún modo, la enorme alegría de su Semana Santa.
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