lunes, 1 de marzo de 2010

RINCÓN COFRADE TRIANERO: LA VIRGEN DE LA SALUD


Vencerá sus alas el Domingo de Ramos trianero cuando la Estrella atraviese de vuelta el dintel de su puerta. El lunes, todavía en el aire de Triana quedará el olor a incienso, las hojas de olivos mustias sobre los quicios, las huellas marcadas de los pies, las dos hileras de quemada cera por el río de San Jacinto, señalando el camino a otra Virgen que marcará sus surcos sobre la tierra labrantía del fértil huerto, inundando de blancura, desde el Poniente al Este, la larga senda penitencial, haciendo más hermosos, más anchos y virginales, los puntos cardinales del barrio, aromando con su sencillez los perdidos perfiles del Cortijo del Aceitero, las antiguas acequias de La Torrecilla, las floreadas calles de su barriada -con el azahar anunciando una nueva primavera-, y los rostros ancianos de esos hombres y mujeres que la esperan, pidiendo su salud y su esperanza, desde la acera de la Fundación Carrere.

Nuestra Señora de la Salud, como aquella María de Leví, de la tribu de Judá, le dijo al arcángel moreno de Triana que se hiciese en Ella según su palabra. Y por eso se quedó en un barrio humilde, pero más rico de fe que ninguno, por el amor, el tesón, la constancia y el empuje de un hijo, Federico Ávila Cores, que quería tener, justo al lado de esa casita blanca de entrada ajardinada, el amparo de una Madre sencilla, bonita como todas las madres, serena, entregada y sufridora. Y tuvo esa inmensa alegría allá por 1946, y más grande aún aquella tarde de 1955 cuando su carita pálida, todavía no morenizada por el humo celestial de la cera, salía por el estrecho marco de San Gonzalo como enfermera de su gente: yodo de ternuras, mercurio de sus heridas, venda solidaria de sus golpes y lino amable para acoger los últimos suspiros. Pobre, pero blanca como los almendros; humilde, pero compuestita en su bendita albura, dejando en su historia el espiral de una saeta que brotó de su pueblo sencillo:

La Virgen de la Salud
no tiene palio ni manto;
¡Con cuánta pena camina
por las calles de Sevilla
la hermandad del Lunes Santo!

Hoy, por el amor de sus hijos, y a pesar de las pobrezas y vicisitudes por las que tuvo que pasar su Hermandad desde su fundación, apoyada siempre por su barrio y auxiliada en sus momentos más difíciles por algunas corporaciones penitenciales trianeras, María Santísima de la Salud, la Reina y Señora de San Gonzalo, la niña nívea como el candor de un recién nacido, va más hermosa que nunca dando envidia a las flores de su calle, saludando a los viejitos de su asilo con una manatial de sonrisas, adornada primorosamente por respiraderos, varales y candelería que cincelaron artistas de la tierra y vestida, casi hasta anteayer, con el sublime encanto de un Antonio Garduño que tenía en sus manos el arcángelico don de la milagrería, para que Ella, ya con manto y palio, cuyos reflejos luminosos dan envidia a los soles, tome río arriba las olas de San Jacinto hasta llegar, entre vítores y palmas, rezos y plegarias, al mar pasional de Sevilla, no sin despedirse antes de su Estrella y poner la blanca seda de su mirada en el fielato del Altozano, ante la venerada Virgen del Carmen.

(EMILIO JIMÉNEZ DÍAZ)

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