El domingo no se cabía en tu casa. Parecía que era mañana de Domingo de Ramos. Triana, tantos meses esperando tu vuelta, se echó a la calle en la luminosa mañana para estar contigo.
Todos querían besar tus manos de Madre, mirarte a la cara de cerca, rezarte en los pocos segundos que deja el acelerón de las colas.
Tú allí, con ellos, Estrella de sus afanes, de sus penas y desesperanzas. Tú allí, como hace 450 años, cuando naciste en los alfares de la gracia.
Fue este domingo el ensayo general del Domingo Grande del arrabal, cuando subida en tu trono de Reina salgas despacio por las jambas de tu casa. Emocionaba ver a tus hijos mirándote a la cara, como si fuese la primera vez que estaban ante tu presencia.
Olía este domingo a Semana Santa, a incienso quemado, a cera derretida, a traje recién estrenado, a alma nueva.
Sonreías entre las perlas salobres de tus lágrimas. Mirabas a Triana desde la cercanía. Cononocías uno por uno a tus hijos del barrio y escuchabas sus confidencias. ¡Qué rayo más grande de bondad el de tu Estrella!
(EMILIO JIMÉNEZ DÍAZ)
Todos querían besar tus manos de Madre, mirarte a la cara de cerca, rezarte en los pocos segundos que deja el acelerón de las colas.
Tú allí, con ellos, Estrella de sus afanes, de sus penas y desesperanzas. Tú allí, como hace 450 años, cuando naciste en los alfares de la gracia.
Fue este domingo el ensayo general del Domingo Grande del arrabal, cuando subida en tu trono de Reina salgas despacio por las jambas de tu casa. Emocionaba ver a tus hijos mirándote a la cara, como si fuese la primera vez que estaban ante tu presencia.
Olía este domingo a Semana Santa, a incienso quemado, a cera derretida, a traje recién estrenado, a alma nueva.
Sonreías entre las perlas salobres de tus lágrimas. Mirabas a Triana desde la cercanía. Cononocías uno por uno a tus hijos del barrio y escuchabas sus confidencias. ¡Qué rayo más grande de bondad el de tu Estrella!
(EMILIO JIMÉNEZ DÍAZ)
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