EL 314 EN LA COCHERA DE TRIANA
En el "Libro-programa de Er 77" que comentábamos ayer, y también con el seudónimo de "Pako Trola", nos encontramos con esta suculenta entrevista que un "imaginario" reportero hace a "Manolita Jardinera". Había gracia a raudales en aquella Sevilla de los años 50. ¡Compruébenlo!
Cuando entramos en el "Hotel Cochera", y preguntamos por la habitación de la señorita Jardinera, nos llevan casi a "remolque" a su presencia. Nos la encontramos después de su último recorrido, "sole, fané y descangallada", como diría el tango. Seguidamente iniciamos nuestra entrevista...:
Cuando entramos en el "Hotel Cochera", y preguntamos por la habitación de la señorita Jardinera, nos llevan casi a "remolque" a su presencia. Nos la encontramos después de su último recorrido, "sole, fané y descangallada", como diría el tango. Seguidamente iniciamos nuestra entrevista...:
-¿Por qué se dedicó al teatro?
-Porque tengo madera de artista.
¿Quién fue su padre?
¿Quién fue su padre?
-Don Pino Verde.
-¿Y su madre?
-Una caja vacía de mazanilla "La Guita".
-¿A qué se debió su triunfo en la escena española?
-A que tengo "muchas tablas".
-¿Y su fracaso?
-A las malas "compañías?
-¿Se considera normal?
-No
-¿Por qué?
-Porque me faltan "muchos tornillos".
-¿Cuál es su ópera favorita?
-"La Tranviata".
-¿Qué película le ha causado más impresión?
-"Han robado un tranvía".
-¿Y cuál le gustaría interpretar?
-"Un tranvía que yo no deseo".
-¿Y qué diría de esa película?
-Pues "que-Marlo" es lo mejor.
-¿Qué es lo que más le gusta?
-Dar billetes capicúas.
-¿Y lo que menos?
-Ir siempre a remolque de un "trolero".
¿Cuál es el piropo que más le ha gustado?
-Ese que dice: "Merecía esta serrana que la tiraran al río por el Puente de Triana".
-¿Qué hace usted con el pueblo sevillano?
-Pues yo hago de jardinera.
-Y el pueblo sevillano, ¿qué hace con usted?
-De-jar-dinero.
En la misma tónica cachonda, y en la misma publicación, correspondiente al año 1955, aparece una entrevista que el popular locutor y escritor Agustín Embuena le "realiza" a un achacoso tranvía:
-¡Oyentes queridos... saludamos a ustedes desde nuestros pancrófonos instalados en una espléndida cochera, dond enumerosos tranvías sevillanos descansan después de su ardua y meritoria labor! ¡Vamos a aproximar nuestro micrófono a uno de estos simpáticos vehículos, y así preguntamos al más próximo...! ¿Contento de estar en Sevilla?
-En realidad sí, hijo mío, de no estar en Sevilla hace tiempo que me hubiesen convertido en chatarra.
-¡Estupenda respuesta, hecha con buen humor!
-Pues no tengo buen humor ya, hijito. Antes era pacífico, pero ahora, por menos de nada "pierdo los estribos".
-¿Y a qué se debe eso?
-¡Cosas de la edad...! ¡Hace dos lustros que tengo reuma articular en los hierros, y estoy desmejorado! Me encuentro viejo... he perdido el color...
-Eso se arregla pintándose.
-A cierta edad, hijito, por muchas manos que se dé uno, no pueden taparse las arrugas... ¡Si viese usted lo bien que me sentaba el amarillo antes...! Pero, fíjese. ¡A mis años, y vestido todavía de amarillo...
-¡Sí que es poco serio! Y usted se encontrará pesado, gordote...
-Pesado sí, pero gordo no. Nosotros, mientras hamos servicio tenemos que conservar la "línea". ¡Y si supiera usted el trabajo que me cuesta andar! ¡Me crujen las ventanas, me tiemblan las plataformas, me vacila el techo, me falla el timbre...
-¿Y tiene que funcionar hasta el último momento?
-Sí, señor. Nosotros somos de los que tenemos que morir con las ruedas puestas.
-Comprendo. Y los años pesan...
-Pesan los años, y pesan los viajeros. Y eso que a los viajeros les tengo ley. Imagínese que los conozco desde que eran niños. Hombres con barbas, sesentones que ahora montan encima de mí, los llevaba su madre en mantillas cuando yo era un veterano.
-¡Triste existencia, querido tranvía!
-¡Tristísima! ¡Y que no hay quien nos mate! ¡Nos queda todavía mucha "vía" por delante! Le digo a usted que estoy hasta los topes de todo esto.
-¿Y su madre?
-Una caja vacía de mazanilla "La Guita".
-¿A qué se debió su triunfo en la escena española?
-A que tengo "muchas tablas".
-¿Y su fracaso?
-A las malas "compañías?
-¿Se considera normal?
-No
-¿Por qué?
-Porque me faltan "muchos tornillos".
-¿Cuál es su ópera favorita?
-"La Tranviata".
-¿Qué película le ha causado más impresión?
-"Han robado un tranvía".
-¿Y cuál le gustaría interpretar?
-"Un tranvía que yo no deseo".
-¿Y qué diría de esa película?
-Pues "que-Marlo" es lo mejor.
-¿Qué es lo que más le gusta?
-Dar billetes capicúas.
-¿Y lo que menos?
-Ir siempre a remolque de un "trolero".
¿Cuál es el piropo que más le ha gustado?
-Ese que dice: "Merecía esta serrana que la tiraran al río por el Puente de Triana".
-¿Qué hace usted con el pueblo sevillano?
-Pues yo hago de jardinera.
-Y el pueblo sevillano, ¿qué hace con usted?
-De-jar-dinero.
En la misma tónica cachonda, y en la misma publicación, correspondiente al año 1955, aparece una entrevista que el popular locutor y escritor Agustín Embuena le "realiza" a un achacoso tranvía:
-¡Oyentes queridos... saludamos a ustedes desde nuestros pancrófonos instalados en una espléndida cochera, dond enumerosos tranvías sevillanos descansan después de su ardua y meritoria labor! ¡Vamos a aproximar nuestro micrófono a uno de estos simpáticos vehículos, y así preguntamos al más próximo...! ¿Contento de estar en Sevilla?
-En realidad sí, hijo mío, de no estar en Sevilla hace tiempo que me hubiesen convertido en chatarra.
-¡Estupenda respuesta, hecha con buen humor!
-Pues no tengo buen humor ya, hijito. Antes era pacífico, pero ahora, por menos de nada "pierdo los estribos".
-¿Y a qué se debe eso?
-¡Cosas de la edad...! ¡Hace dos lustros que tengo reuma articular en los hierros, y estoy desmejorado! Me encuentro viejo... he perdido el color...
-Eso se arregla pintándose.
-A cierta edad, hijito, por muchas manos que se dé uno, no pueden taparse las arrugas... ¡Si viese usted lo bien que me sentaba el amarillo antes...! Pero, fíjese. ¡A mis años, y vestido todavía de amarillo...
-¡Sí que es poco serio! Y usted se encontrará pesado, gordote...
-Pesado sí, pero gordo no. Nosotros, mientras hamos servicio tenemos que conservar la "línea". ¡Y si supiera usted el trabajo que me cuesta andar! ¡Me crujen las ventanas, me tiemblan las plataformas, me vacila el techo, me falla el timbre...
-¿Y tiene que funcionar hasta el último momento?
-Sí, señor. Nosotros somos de los que tenemos que morir con las ruedas puestas.
-Comprendo. Y los años pesan...
-Pesan los años, y pesan los viajeros. Y eso que a los viajeros les tengo ley. Imagínese que los conozco desde que eran niños. Hombres con barbas, sesentones que ahora montan encima de mí, los llevaba su madre en mantillas cuando yo era un veterano.
-¡Triste existencia, querido tranvía!
-¡Tristísima! ¡Y que no hay quien nos mate! ¡Nos queda todavía mucha "vía" por delante! Le digo a usted que estoy hasta los topes de todo esto.
-Y dígame, ¿su mayor aspiración en esta vida?
-Que creen un asilo de tranvías ancianos y octogenarios, y que me jubilen, junto a mi "jardinera", con la que estoy unido hace veinte años...
-¿Y a qué achaca usted su vida triste y desgraciada?
-A las malas "compañías", hijito. A las malas "compañías".
-Pues muchas gracias por sus palabras, y me retiro, que tendrá usted que descansar.
-Lo procuraré, aunque ya llevo mucho tiempo sin lograr pegar un faro. ¡Me duele todo! Y encima le gente se ríe de nosotros.
-Bueno, usted no se preocupe de lo que diga la gente.
-No; si a míu, lo que la gente diga me entra por una plataforma y me sale por otra. A mí lo que me mata es el reuma.
-¿Y por qué no se lo cura?
-Ya lo hago. Todos los días me ponen "corrientes", y por eso ando. Mi trsite sino, será chocar cualquier día con un camión. ¡Qué le vamos a hacer!
Al llegar a esta parte, el tranvía suspira y le crujen los hierros, se humedecen sus faros, y el tiembre suena imperceptiblemente, en sollozos contenidos. El locutor se retira en silencio, y la cochera queda allí ocultando su drama, con un silencio evocador y respetuoso para la ancianidad que en ella habita..."
Ganas de guasa, desde luego, no faltaba en aquellos años de tanta miseria. Al fin y al cabo, el humor era una buena medicina para poner a mal tiempo buena cara.
-Que creen un asilo de tranvías ancianos y octogenarios, y que me jubilen, junto a mi "jardinera", con la que estoy unido hace veinte años...
-¿Y a qué achaca usted su vida triste y desgraciada?
-A las malas "compañías", hijito. A las malas "compañías".
-Pues muchas gracias por sus palabras, y me retiro, que tendrá usted que descansar.
-Lo procuraré, aunque ya llevo mucho tiempo sin lograr pegar un faro. ¡Me duele todo! Y encima le gente se ríe de nosotros.
-Bueno, usted no se preocupe de lo que diga la gente.
-No; si a míu, lo que la gente diga me entra por una plataforma y me sale por otra. A mí lo que me mata es el reuma.
-¿Y por qué no se lo cura?
-Ya lo hago. Todos los días me ponen "corrientes", y por eso ando. Mi trsite sino, será chocar cualquier día con un camión. ¡Qué le vamos a hacer!
Al llegar a esta parte, el tranvía suspira y le crujen los hierros, se humedecen sus faros, y el tiembre suena imperceptiblemente, en sollozos contenidos. El locutor se retira en silencio, y la cochera queda allí ocultando su drama, con un silencio evocador y respetuoso para la ancianidad que en ella habita..."
Ganas de guasa, desde luego, no faltaba en aquellos años de tanta miseria. Al fin y al cabo, el humor era una buena medicina para poner a mal tiempo buena cara.
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