Como casi todos los años, el sol dejaba caer el peso de su calor sobre todos nosotros mientras Jesús, una vez más, repetía la escueta frase de dos palabras latinas que le condenaron a muerte.
(FERNANDO GARCÍA CARRERA. Boletín Hermandad de San Gonzalo. Número 64. Año 2007)
La cuadrilla de costaleros insistía, ante el delite de los presentes, de mostrar a los ancianos de la Avenida de Coria de qué forma tan particular aceptaba Nuestro Padre Jesús en su Soberano Poder el comienzo de su pasión.
Minutos más tardes, con la mirada puesta en la calle San Jacinto, en la misma avenida donde nuestra hermandad tiene su Casa, y mientras la cuadrilla descansaba del fructuoso esfuerzo realizado, algo imborrable ocurrió.
Entre la gran cantidad de personas que nos rodeaban, destacó ante nosotros la imagen de una niña en los brazos de quien pensamos que es su madre. La pequeña llevaba sobre la cabeza un pañuelo azul con lunares blancos que ocultaba, y a la vez desvelaba, la presencia de una seria enfermedad. Estaba tan guapa que parecía increíble que una enfermedad estuviese alojada en ella. En su pequeña mano un trozo de gasa tapaba las señales de algunas agujas que alguna vez le alimentaron su esperanza, cuando por su piel sólo debió traspasar el cariño de unos besos.
Hicimos que se acercaran al paso de Nuestro Señor para que lo observaran de cerca. Nadie esperaba que la siguiente levantá fuera para la pequeña esmeralda.
La calle enmudeció, porque se obstruyeron nuestras gargantas, porque enmudeció nuestro Cristo y se endureció la voz del capataz que vio cómo se le cambiaron las palabras por lágrimas y, a golpe de llanto, hizo levantar el paso de Nuestro Señor como nunca antes hizo.
Testigo de ello, una madre desconsolada que no daba crédito a lo que vivía, que lloraba incansablemente. Ahora podríamos entender por qué nuestra Virgen lleva lágrimas.
Presiento que no terminaré este artículo, que sólo conoceremos el final de este cuento real pasado un año desde aquel día, en la misma Tarde Santa, en el mismo sitio y a la misma hora, cuando una señora, con ojos brillantes y sonrisa abierta, se acerque a nosotros y nos diga felizmente: -"Nosotras somos las del año pasado", y en sus brazos descanse una niña, para entonces con tres añitos de edad, presumiendo de una preciosa melena a juego con su cara, y que no sea otra que la niña del pañuelo.
Si alguien la conoce, decidle que no falte a la cita, pero eso sí, con su pañuelo en la mano.
(FERNANDO GARCÍA CARRERA. Boletín Hermandad de San Gonzalo. Número 64. Año 2007)
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