En esta Sevilla mágica ocurren cosas insólitas cuyo deseo de explicación a los demás se entrella en el muro de lo incomprensible. Hay que ver para creer algunas entrañables anécdotas diarias de nuestra ciudad.
Una hora casi abridora de la baja madrugada. Una plaza céntrica: la de Jaúregui. Una tasca repleta de ambiente y juventud: Quitapesares. Un hombre detrás del mostrador, alto como la mimbre, fuerte como un roble, de ancha sonrisa, modos afables, curtido en la vinatería y la amistad: Pepe Peregil, embajador de Sevilla por todas las latitudes y, además, cantaor.
Mientras crece el bullicio entre altramuces, cervezas y cañas de manzanilla sanluqueña, la parihuela del paso de Santa Catalina, el de "los caballos", asoma su esqueleto tras el perfil de la puerta, portando un imaginario Cristo sustituido en peso por cajas rellenas de cemento. Los hermanos costaleros mecen y mueven las andas escuálidas cual si el Cristo de la Exaltación fuese entrando en La Campana. De pronto, repentinamente, sin nadie esperar el quiebro sobre el ardoroso redondel de las conversaciones, una voz: fresca y rancia, subida en espirales, como tallada a gubia por las manos de La Roldana, crece y sube en el cuartucho, cantándole al Cristo que nadie ve, al armazón metálico, al cajón movido en las trabajaderas...
La saeta de Pepe Peregil soltó alfileres que herían los poros de los brazos. Todos nos arañamos en silencio y se vidriaron los ojos con las benditas perlas de las lágrimas.
¡Qué imagen surrealista! A mí me lo cuentan y no lo creo. La suerte, tremenda, grande y señorial como el cuerpo bonachón del tabernero-cantaor Peregil, es que pude vivir uno de los momentos más sublimes de mi vida -amplia en recuerdos-, junto a mi mujer, mis hijos, y un manojo de amigos manchegos que no daban crédito a su vista...
Pepe Peregil, embebido en los "duendes", nos transportó, en la magia de una saeta, por los caminos perdidos de las cosas grandes..., como él.
(EMILIO JIMÉNEZ DÍAZ. El Correo de Andalucía. 5 de Marzo 1985)
La taberna de Pepe Peregil es el paraiso del surrealismo. Un día lejano le insinué que debería colocar una cámara que grabara lo que allí ocurre cada jornada; sería el programa de televisión más visto en Andalucía. Entonces "El Risitas" y "El Peíto" eran dos "locos" más de los muchos que paraban ante su chorreante y proscénico mostrador. Entre éstos, el propio Peregil con su "chou" diario, los flamencos y el resto del personal más variopinto que se congregaba, ocurría todo lo inimaginable. Y ocurre, que conste...
ResponderEliminarPepe, querido amigo, es todo corazón, todo bondad, todo un amigo y un gran descubridor de esos personajes que después entrevista Herrera o el Loco de la Colina. Por allí he visto los más variopintos personajes, desde duques hasta los que habitan en la más profunda miseria, pero con la gracia más grande del mundo. Aquella noche que relato -y conste que yo he vivido a lo largo de mi vida momentos de muy intensa emoción- se quedará grabada para siempre en mi memoria.
ResponderEliminarRecuerdo una vez, era un 7 de Diciembre, víspera de la Inmaculada, cuando en el "Quitapesares" no se cabía con tantos "tunos" que horas después rendirían su homenaje ante su monumento. Yo iba con unas compañeras de mi empresa, a cual más guapa y, con ese altavoz que tiene en su voz natural, dijo a toda la concurrencia: "Aquí ha llegado Emilio Jiménez, que para envidia de todos es quien se está "beneficiando" a estas cuatro mujeres tan hermosas". Yo no sabía dónde meterme. Los "tunos" entre copas y copas estaban entonados, todos los tabernarios también, y a alguien se le ocurrió que había de cantar una serenata múltiple a la madre de "Pepe Peregil", que vivía con ellos en el piso superior. Otra cosa surrealista, querido amigo. Mas de 90 miembros de las diferentes Tunas, el propio Peregil cantando en la calle, todos nosotros, la madre con su "boatiné" en el estrado del balcón, y todos, clientela y tabernero, "tunos" y paseantes, como un orfeón donostiarra, cantando "Sal al balcón, sal al balcón, que está cantando la Tuna..."
Las cosas de Pepe Peregil, las hermosas cosas de Sevilla que ojalá volvieran. Muchas veces comento con él aquellos momentos inenarrables y guardamos silencio, para que la nostialga no nos inunde los ojos de lágrimas.