sábado, 27 de febrero de 2010

RINCÓN COFRADE DE TRIANA: LA MUERTE DE UN HERMANO DE LA ESTRELLA

Era mi padre. Así de sencillo. Así de fuerte. Tenía sólo 52 años cuando el Hacedor quiso tenerlo a su lado.

Después de llevarse 27 días en la UCI, en cuyos días y noches siempre estuve a su lado, la tarde del Domingo de Ramos, 7 de Abril de 1974, que ya había recobrado un poco el pulso que te ofrece la muerte inmediata, pidió al doctor jefe de la unidad, el señor Molina de Porres, que lo subieran a planta para intentar escuchar desde allí las cornetas y tambores de El Porvenir y para soñar con la salida de su Estrella. Bien sabía este hombre, por su estado, que mi padre estaba pidiendo a gritos su última voluntad. Y así fue. Así lo hizo.

Cuando La Estrella, su Estrella, entraba por penúltima vez en la iglesia conventual de San Jacinto, rozando los varales junto al florido magnolio; cuando la última voz del capataz daba el último golpe de martillo después de la estación penitencial, diciendo: -¡Niños, despacito, al suelo con Ella!, mi padre daba su último latido en la vida. Fue el único año que en su manigueta izquierda faltaba él, disfrutando siempre como un niño al lado de aquella Señora que, desde que llegó de su tierra natal onubense de Villanueva de los Castillejos, le había robado su corazón y sus mejores poemas.

A mí, la vida me dejó sin nada. Él era algo especial para para mí. Gran parte de mi vida enterraron junto a él en aquella media tarde lluviosa del Lunes Santo. Él fue mi formador, mi guía, mi espíritu. Casi todo lo que sé, de él lo aprendí. Esa misma tarde de su entierrro, cuando Juan Vizcaya puso la bandera de la hermandad de San Gonzalo sobre su féretro, en una cuartilla, en la casa de mi madre, con el ánimo sobrecogido, con una hija de apenas un año y con mi mujer "hasta la bola" esperando el segundo retoño, escribí la más triste elegía en memoria de aquel hombre bueno que no sólo me había dado el ser sino toda su sabiduría de hombre de bien. Pocos días después de que el poema saliese publicado en la revista "Rota y el Rosario", Juan Sierra, uno de los más exquisitos y olvidados poetas de la generación de 1927, vino a buscarme a mi trabajo y me preguntó, con una humildad suprema, si yo me había dado cuenta de lo que había escrito. Le dije que no, que yo era un aprendiz de poeta, y que si le había parecido malo que me lo dijera sin más. Se abrazó a mí, alto como un álamo, y sabiendo de mi orfandad, con palabras cálidas me dijo que siguiera el camino de mi padre, del que él había sido un buen amigo, y que no dejara de escribir mis propios sentimientos, y que él estaba siempre a mi disposicion para cualquier consejo, lo que le agradecí, tan en verdad, que diez años más tarde, en 1984, conseguí que la Junta Municipal de Triana, capitaneada entonces por Francisco Arcas, publicara su libro "Sevilla en su cielo" y se le rindiera un grandioso homenaje en el restaurante "Río Grande". Aquella "Elegía a la muerte de mi padre", decía así:

A tí, que te he cantado tantas veces,
jornalero de penas y esperanzas,
te ofrezco este rezar, te lo mereces.

Te bebiste la muerte, grande y ancha,
porque Dios reclamaba tu sonrisa
y reclamaba Dios, que todo alcanza,

la humanidad eterna de tu brisa.
Te quise tanto y tanto, padre mío,
que hasta Él de tenerte tenía prisa.

De tí manó la fuente de este río
llevando por los valles de mi vida
tanto de tí que, al irte, estoy vacío.

Quiero dar a tu mar, quiero enseguida
vivir en tí y en tí desembocarme
desde el principio al fin de mi partida.

Quiero llegar a ti, quiero encontrarme
en tus olas tan dulces, marinero,
y en tus aguas de paz quiero bañarme.

¡Dime tú, padre mío, qué sendero
hay que tomar para llegar a verte
y llegar como tú tan hombre entero!

Tan vivo te veía como inerte
jugándote la vida temerario,
sonriendo y feliz junto a la muerte.

Qué lección es saber tu intinerario,
encontrar tu pisada, andar tu huella
por las divinas perlas de un rosario.

Qué bueno andar y andar con Ella
por el bendito campo de lo humano
recogiendo luceros de su Estrella.

Qué bueno es ser un hombre campechano
de pecho libre y de mirada cierta.
Qué bueno como tú gastar las manos

y de tu casa ver la puerta abierta.
Mi alma está dormida, está tan sola
que sólo tu recuerdo la despierta.

Pusiste en el trigal tus amapolas
y allí en el erial pusiste un beso
y estallaron de rojo las corolas.

Y Dios, por fin, celoso, te hizo preso
en el edén eterno de los cielos,
por sencillo, tan sólo por ser eso.

A tí que me cuidaste con desvelos,
bañándome en tu afán de cada día,
elevé la canción de mis consuelos.

Tú que tienes un sitio entre María,
hazme un hueco pequeño al lado de Ella
cuando Dios quiera agotar mi río.

Desde el balcón celeste de tu Estrella
¡no dejéis de mirarme, padre mío!

Cada vez que llega el 8 de Abril no puedo dejar de acordarme que aquel día se marchó mi padre para siempre. Cada vez que llega el Domingo de Ramos, paso la doble prueba de la orfandad. Cada vez que sale la Estrella, me fijo en esa manigueta izquierda donde ya él no esta. ¿Irá quizás entre sus varales, derritiéndose con Ella en la cera de su candelería, hilado en oro en los adornos de su manto? ¿O quizás vaya más cerca de Ella: en el ostensorio que lleva entre sus manos, a las que él cantó dejando una obra literaria de orden mayor en los anales de la Hermandad?

6 comentarios:

  1. emilio,soy juan cembrano, me ha hemocionado

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  2. Querido Juan: Imagínate qué recuerdo del Domingo de Ramos para mí con la muerte de mi padre, y de todos los "Jueves Santos" con la de mi hermana Pepi. Dios quiso poner el luto sobre mí en dos de las fechas más señaladas del calendario.

    Un abrazo: Emilio

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  3. Impresionante primo. Precioso. La verdad es que has heredado de él su mejor literatura. Felicidades

    José Antonio

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  4. Gracias. Lástima que tú no alcanzaras a conocerlo, sin embargo quería a tu tío José Manuel con locura.

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  5. Amigo Emilio, he andado esta tarde enfrascado en la gratificante y atenta lectura retrospectiva de tu blogg, pues lo descubrí al azar la pasada Cuaresma al hilo de la publicación de unos versos míos decdicados al Cristo del Calvario. He disfrutado realmente con todos sus contenidos y secciones, sus versos y sus coplas, su profundo amor a Triana, su difusión, tan generosa y enriquecedora, de tantos notables poetas, pero esta entrada me ha deslumbrado por su emoción intensa y desnuda, por su versos y por su honda belleza humana. Con razón te abrazó el gran Juan Sierra, yo me sumo a ese abrazo con este comentario. Seguro que cada Domingo de Ramos la Virgen de la Estrella recuerda con su belleza aromada de nardo con la sangre más limpia de Triana las manos de quienes llevaban su manigueta. Que ellas te bendigan desde el cielo.

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  6. He entrado en la página para leer tu comentario publicado y me he puesto a llorar como aquella madrugada en que mi padre se quedó dormido para siempre al son de "Estrella sublime".

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