martes, 16 de febrero de 2010

¡QUÉ TRISTE LA ALFALFA SIN PÁJAROS!

El pasado domingo pasé por la plaza de la Alfalfa y me vinieron los recuerdos de cuando ese día toda ella se llenaba de plumas y de trinos. Recordé que hace muchos años escribí en El Correo de Andalucía un artículo costumbrista sobre el tema. Después de mucho buscar, he tenido la suerte de encontrarlo para poder compartirlo hoy con vosotros. Hablamos del ayer y al ayer debemos remontarnos en esta añoranza de hoy que vio la luz el 23 de Noviembre de 1986.


EL ENCANTO DE UN DOMINGO EN LA ALFALFA

El domingo en Sevilla, por encima de todas las obligaciones, es para muchos el día jubiloso del mercadillo del trino y el susurro. No importa que se compre o no. Lo principal esta en regocijarse en el ambiente, el sentir de cerca el cante de esos canarios que nadie siente como ellos, o el ensimismarse con la escala musical de un timbrado o embobarse, simplemente, sin que el tiempo cuente para nada, ante la belleza policroma del plumaje de un faisán macho. Hay tratos, compras, cambios, y el mercadillo acelera su latir a eso de las diez de la mañana, cuando el sol, ya más fuerte, traspasa las barreras de los frondosos árboles y enjareta un mosaico de amarillos diversos en aceras, fachadas, jaulas y hombres. La Alfalfa vibra de músicas y luces. Es domingo. El domingo de los pájaros...

Por la subida de la Cuesta del Rosario -¡qué pocas tan hermosas!-, ya se presiente ese estallido que va a sorprendernos momentos después. Cuando hacemos un alto en la Plaza de la Pescadería, la cercanía acrecienta el murmullo y el presentimiento va tomando, a cada paso, carácter de encuentro feliz. ¡Son los pájaros!..., y un enflautado alboroto hincha la canariera de nuestra alma en esta aproximación gozosa.

Y Sevilla, tan rica antes de patios, corrales, balcones y calles en soledad, amante enfervorizada de los pájaros -música de seises colgada de una alcayata-, va a la Alfalfa en busca de la visión de unos cielos perdidos, para echar el amor de sus ojos niños sobre canarios, palomos, verderones, perdigones y jilgueros. Y se adentra a ese pequeño paraíso de intenso revoloteo, porque los sevillanos nos quedamos con menos aire abierto, con menos pájaros y con más dolor cuando nos dieron gato por liebre y nos quitaron, de pronto, ese modo tan nuestro de vivir en horizontal. Era, entonces, cada casa un palomar, cada patio una "queá" diaria, y cada azotea un almacén de jaulones en los cuartos trasteros y una suelta de pájaros hermosos en los huecos mínimos de los lavaderos.

Los desposeídos de un ambiente que conformó sus más intrínsecos perfiles personales, son los que más gustan, disfrutan y necesitan de los pájaros, pensando, durante todos los días de la semana, en esa "güertesita" dominguera en la que uno se encuentra a la Sevilla del pueblo llano.

El arroyo humano es tan grande a eso de la media mañana que apenas si se puede dar un paso con cierta libertad de movimientos. Sólo hay desenvoltura en la mirada. Entre tanta algazara, los tratos se realizan ágilmente, sin demasiada conversación de por medio, porque el buen aficionado va a la compra a tiro hecho. Algunas veces el trato se resiste más por culpa del vendedor, por aquello de querer alzar en suma el precio. Es, entonces, cuando pueden escucharse diálogos sin desperdicios:

-Maestro, ¿me dice usté cuánto mevaponé porese pájaro?
-La gustao a usté el que más me gusta a mí. Desde luego, es que tié un cante que no lo tié ninguno de aquí, con tantos pájaros como hay. Me da pena hasta venderlo, fíjese usté. Pero, en fin, pa eso he venío a la Arfarfa: pa vendé y no pa llorá cuando me compran argunos. ¡Mirusté, por meno de sinco mir no le vendo yo este canario ni a mi padre!
-¿Sinco mir pesetas? ¡Vamos, ni que er canario ese fuera Caruso!
-¡Qué más quisiera er Caruso ese cantá como este! ¿Pero no lo escucha usté cantá, que es que no para? No es porque sea mío, la verdad, pero este pájaro tié dentro la escalonía de la Catreá...
-Así, como usté me lo pinta, tendría que empeñá mi casa en er Monte de Piedá pa comprá er pájaro. ¡Venga, maestro, cuatro, y no se hable más!
-¡Ojú que pesao es usté! ¡Cuatro y medio, y vale! De ahí no bajo ni un reá, y le voy a vendé er canario porque he visto que usté le ha tomao respeto y cariño...

Y así son los tratos de la Alfalfa: juegos de ni para uno ni para otro, espontáneos, sencillos y naturales, cuajados de graciosa retrechería.

Cantan los canarios y jilgueros en sus jaulas y los hombres en sus conversaciones con olor a aguardiente; canta la luz en sus perfiles y las zuritas en la belleza mágica de la contemplación. Como en los finales del mercadillo del Jueves, allá por la Cruz Verde: costillas, redes, lirias, jaulas, alpiste, bebederos y nidos se apiñan por los rincones. De nuevo, reviven los versos del poeta: "El puesto de los pájaros es la vuelta a la vida".

La Alfalfa es el puesto musical más gigante de la vida sevillana. Después de esta jornada deliciosa, de esta invitación a vivir que nos ofrece tanto trino encantador, muchos aficionados a la pajarería, a la música de la naturaleza, a la sencillez que nos invita al recuerdo, llevarán un tesoro de plumas en sus manos, luciéndolo con orgullo; otros, los que no tuvieron la suerte de comprar, o el dinero para ir al rentoy del trato, también lucirán, pero en el alma, el valioso brillante de unas horas apacibles, solamente perturbadas, encantadoramente, por el aleluya mágico de unos pequeños canarios. Los pájaros, un domingo más, lograron tal milagro.

Que el PGOU no le toque a la Alfalfa, por Dios. No es por nada, pero a los pájaros también les molesta tanto artificio extraño. Allí, en ese remanso del domingo, que sólo tengan lugar los trinos y el alboroto de tan ilustres cantores, las múltiples conversaciones y la airosa y chulesca placidez de los tratos. Nada más.

Poco después de las dos de la tarde, reposa el ambiente de su trajín agotador. Se consuma, con los débiles ecos y lejanos gorjeos, un día más de este mercadillo centenario. Desde mediados del XIX, miles de pájaros dejaron sus cantos como tributo en este mismo recinto. Horas más tarde, ya no quedan huellas en la plaza de las grandes algarabías domingueras. Los coches y las prisas vuelven a poner su acento de aceite quemado por la plaza del General Mola (?), por Odreros, Pérez Galdós y Boteros. ¿Por qué no se rotula este recinto con el bendito nombre de Plaza de los Pájaros?...

Tanto trinar conjunto fue desplegándose por Sevilla en pocos minutos: a los "polínganos", a las pocas casas en horizontal, a las sueltas de las azoteas -¿pero aún quedan azoteas en Sevilla?-, y a los balcones de las callejas en soledad.

¡Qué sorda y triste la Alfalfa, cuando se van los pájaros!

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