Ya hablaré de la cantidad de accidentes tranviarios ocurridos en nuestra ciudad a lo largo de la existencia del "peligro amarillo". Pero, en los años 30, el gobierno no tuvo más remedio que formar una Comisión que se encargaría de revisar y tomar puntual cuenta de cualquier deficiencia en este tipo de transporte. El ayuntamiento hizo suyas las atribuciones para evitar los múltiples accidentes que, por causa de los niños que se subían a los topes, o por la irresponsabilidad de los mayores, llenaban la amplia lista negra de estos atropellos y las páginas de sucesos de la prensa local.
Para eviarlos, la Delegación de la Policía Urbana redactó una nota en la que se decía: "Primero: Se han reiterado órdenes severas a la Guardia Municipal para que denuncie inmediatamente toda infracción reglamentaria por parte de las personas que suben y bajan de los tranvías en marcha, y muy especialmente de los niños que suben a las traseras y estribos de dichos vehículos. Segundo: A la Compañía de Tranvías se le ha rogado, una vez más, que por medio de sus empleados cuide de evitar las citadas infracciones, requiriéndose, si fuera preciso, el auxilio de la auroidad. Tercero: Se hace saber a los infractores en general y particularmente a los padres y encargados de la guarda de los niños en cuestión, que las multas aplicadas a aquellos alcanzarán las cifras proporcionadas, en su rigor, a la magnitud de la negiligencia de quienes así exponen, faltando a los más elementales deberes, la vida de las criaturas sin discernimiento".
Comentando estos viajes infantiles, que las más de las veces traían graves consecuencias, "El Liberal" nos decía que los tranvías que contaban con más clientela infantil eran los de la línea de Triana y los que pasaban por Feria, Correduría y Europa, contando con que el tranvía era el vehículo gratuito de casi todos los "botones" de Sevilla y de una nube de niños, cuyos padres los echaban a la calle para ellos estar tranquilos.
Por lo visto, la normativa anterior resultó estéril, ya que no había forma de hacer desaparecer el peligro que suponía el ya clásico viajecito de los críos, a pesar de las continuas normas que se dictaban para ello y de las imposiciones de multas a los padres despreocupados.
Años más tarde se confeccionó una nueva norma para evitar en lo posible el gran número de atropellos que se producían por realizar los viajes en los estribos del tranvía. La nueva nota, decía: "Queda prohibido viajar en los estribos del tranvía, habiéndose ordenado a la Compañía no se despachen billetes a los que así viajen, reiterándose las órdenes a los guardias del tránsito y en especial al servicio motorista, para que detengan y denuncien con rigor a los que continúan con esta peligrosa costumbre. Respecto a los tranvías, se ha cursado la oportuna comunicación para que en las paradas fijas suban los viajeros por la parte trasera y bajen por la delantera. Asimismo, se recuerda a los conductores de cualquier clase de vehículos que cuando un tranvía detenga su marcha, todo vehículo que camine en su misma dirección deberá detenerse y no renaudar la suya hasta que el tranvía no lo haya hecho".
Respecto a estas normas, el implacable ·"Don Cecilio" también ofreció su particular punto de vista:
Hace unos cuantos días/ (con acierto loable)/ se ha obligado a la Empresa de Tranvías/ evite tanto abuso censurable/ que eran ya viejas normas:/ como de no parar en las paradas,/ llevar las plataformas/ de gente abarrotadas,/ y poner cara fosca/ al público (que es quien da la mosca)./ Mas la medida enérgica, tomada/ en todos los tranvías de Sevilla/ es, en la plataforma al lado izquierdo/ cerrar la barandilla,/ con el loable acuerdo/ de que la gente, alegre y satisfeche,/ se apee al fin por la derecha,/ ¡Mas, oh, imprudente error! Esta medida/ del viajero la vida/ poner puede en un hilo./ A bajar o a subir, va uno tranquilo,/ y confiado e incauto,/ por el lado en que al coche se aproxima/ a bajar o a subir se cuela un auto,/ que se le echa encima/ y en cisco le convierte/ si en los tranvías no ponen un letrero/ que advierta al viajero/ ¡Hay peligro de muerte!/ ¡Y vaya si lo hay y de una vez./ Y puede irse el público confesando!/ Verbo-engracia: en la ex Puerta de Jerez/ (esquina a la de San Fernando)/ allí hay autos, camiones/ en todas direcciones,/ van de allí para acá/ con loca algarabía/ ¡y a un suceso se expone usted, infausto,/ si al bajar del tranvía lo atrapa un auto!/ ¡Y si al subir espera/ que pase el auto... se le va el tranvía/ dejándolo a usted en medio de la acera!
De todas formas, las normas fueron cumplidas casi a rajatabla por los encargados de hacerlas viables, y más de uno de estos "viajantes equilibristas" fue puesto a disposición de la comisaría más cercana, saliendo posteriormente a la calle previo pago de la multa impuesta. Con los niños pasó igual. Grandes batidas hicieron lo posible e imposible para elimimar este peligroso modo de pasear.
Uno de los comentaristas de la prensa local decía que: "Los viajantes que se logran capturar pasan a la prevención, de donde salen mediante el pago de una multa de dos pesetas que han de abonar los padres de los excursionistas. Los padres, pues, pagan y pegan y cobra el Ayuntamiento y los hijos".
Este aspecto parecía que se estaba solucionando, gracias a la preocupación municipal. Lo que parecía que no tenía solución eran los descarrilamientos, caídas de cables, encontronazos, gamberradas adrede y otras muchísimas causas de accidentes tranviarios que iremos repasando.
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