Seríamos injustos si después de 70 años de maldecires, de continuo desbravamiento en contra de aquel "peligro amarillo" y de atacar la parte trágica que trajo a lo largo de su vida, no refiriésemos una de las partes principales de su contexto: esa parcela de historia popular recogida a través de las anécdotas
Ni que decir tiene que el tranvía gozó en nuestra ciudad de cierta idiosincracia callejera, tal vez en justa relación con la natural de sus habitantes, que siempre tenían la fina astilla del humor a flor de piel, corriéndose de boca en boca, diariamente, cada uno de los sucesos ocurridos y degenerando los mismos, hiperbólicamente, al cabo de tres, cuatro o cinco transcripciones orales.
Interminables, pues, fueron las anécdotas que tuvieron al tranvía, y a la organización tranviaria, como partícipes, siendo muy difícil escoger las más significativas. Entre mucho cavilar para ofrecerles las que nos parecieron más simpáticas, hemos elegido varias y de contenidos diversos.
En estas épocas de hambre y de grandes preocupaciones económicas, el ratero ciudadano, el "randa" habitual a la caza y captura de lo que cayera, era un personaje más de la ciudad, perteneciente, por regla general, a los estratos más humildes de ella. En Sevilla abundaba el ratero. Su habilidad demostrada para subir al tranvía en marcha y bajar con el botín o pasarlo a otro compinche en los cruces de las líneas, en un laureado alarde equilibrista, caracterizaba a este tipo singular.
La prensa local no cesaba de advertir al usuario de la presencia de los rateros en los tranvías, ya que eran muy abundantes, teniendo su círculo "laboral" en este sistema de transporte y, por regla general, aunque no había excepciones, en las líneas pertenecientes a Camas, Tranvía y Cerro del Águila. La cantidad monetaria de los robos cometidos -aunque el ratero poseía intuición especial para acercarse al viajero de mayor bienestar económico- oscilaba entre las diez, quinientas y mil pesetas entre los robos carteristas, siendo más importantes los de joyas y relojes, para lo que, parece, tenían una innata habilidad dada la gran cantidad de robos de este tipo cometidos a diario.
La anécdota viene aquí. Existía en nuestra ciudad uno de esos rateros habituales que, por un defecto visual, recibía el apodo de "El Bizcoli". Tenía que ser un amigo de lo ajeno de mucho cuidado, ya que su arresto fue muy comentado y aireado por Sevilla. A pesar de sus dotes físicas para escabullirse, "El Bizcoli" fue torpe en esta ocasión, porque en la línea de la Macarena no pudo tener peor suerte que intentar robar a un policía de la "secreta" que se dejó querer hasta cogerlo "in fraganti", sacándole del bolsillo, como prueba irrefutable, su propia cartera. "El Bizcoli -decía el cronista de sucesos de "El Liberal"- debe comprarse unas gafas, porque en esta ocasión ha tenido muy poca vista".
Otras de las que corrieron como la pólvora por toda la ciudad, fue la siguiente. No es raro que una mujer sienta los dolores del parto momentáneamente e inclusive, como ha ocurrido muchísimas veces, tenga su alumbramiento en el interior de los taxis. No es suceso que se prodigue a diario pero, de hecho, tampoco es la primera vez que ha ocurrido. Trasplantemos a aquellos viejos tranvías el caso, e imaginemos lo que ocurrió en la línea 1 el 17 de Agosto de 1927. Un matrimonio toma el citado tranvía. La señora está bastante avanzada en su estado y siente los dolores del parto en el interior del coche. Los gritos no cesan y los nervios del conductor tampoco, en medio de los comentarios más diversos de los viajeros. Se opta, sin pensarlo dos veces, por utilizar el tranvía como ambulancia, con el regulador a tope, la campana sonando sin cesar y suprimiéndose toda clase de paradas hasta llegar al Hospital Central, naciendo la criatura en la explanada de entrada al mismo. No se sabe si el niño, como suele suceder en estos casos, lo apadrinó la Compañía de Tranvías, o si le concedieron bula para subir en todos los tranvías sin pagar billete. Lo que sí imaginamos es el consiguiente atraso que por causa de este suceso tuvieron que sufrir los viajeros de la línea 1, quienes mirarían con recelo en lo sucesivo a las mujeres que, desde entonces, se montasen en estado de buena esperanza.
Un día, en la antigua Plaza de la República (hoy, San Francisco), en un poste del tendido eléctrico tranviario, situado frente al edificio de la antigua Audiencia, se estableció un cortocircuito, produciéndose una explosión seguida de una gran llamarada y frecuentes detonaciones. Cuando el público, viajero y transeúnte, supo la causa del accidente se calmaron los ánimos y la plaza volvió a llenarse de "héroes". "¡Qué modo de correr cinco minutos antes! -decía el comentarista de "La Unión"- ¡Corrían hasta los agentes de seguridad!"
Las mujeres sevillanas, como la célebre parturienta, también se encuentran presentes muchas veces dentro del anecdotario de la vida de los tranvías. Una vez, una señora de "armas tomar", por no haber dado el cobrador la orden de parada en una "eventual", a pesar de su condición femenina propinó tal paliza al cobrador que tuvo que ser atendido de urgencia en el puesto de socorro más cercano. Otra señora presentó una denuncia contra un tranviario por apretar la marcha del tranvía en la Puerta Real cuando se apeaba del mismo, cayéndose al suelo y haciéndose trizas un vestido que valoró en 80 pesetas, exponiendo en comisaría que el conductor apretó la marcha por antiguos resentimientos particulares contra ella.
Al cabo de los años, cuando aún salta la chispa de la conversación sobre el tema tranviario, todavía florecen en los labios de los antiguos sevillanos multitu de anécdotas de todos los tipos y para todos los gustos, anécdotas que hemos tenido que dejar en el tintero de estos rápidos apuntes.
Ni que decir tiene que el tranvía gozó en nuestra ciudad de cierta idiosincracia callejera, tal vez en justa relación con la natural de sus habitantes, que siempre tenían la fina astilla del humor a flor de piel, corriéndose de boca en boca, diariamente, cada uno de los sucesos ocurridos y degenerando los mismos, hiperbólicamente, al cabo de tres, cuatro o cinco transcripciones orales.
Interminables, pues, fueron las anécdotas que tuvieron al tranvía, y a la organización tranviaria, como partícipes, siendo muy difícil escoger las más significativas. Entre mucho cavilar para ofrecerles las que nos parecieron más simpáticas, hemos elegido varias y de contenidos diversos.
En estas épocas de hambre y de grandes preocupaciones económicas, el ratero ciudadano, el "randa" habitual a la caza y captura de lo que cayera, era un personaje más de la ciudad, perteneciente, por regla general, a los estratos más humildes de ella. En Sevilla abundaba el ratero. Su habilidad demostrada para subir al tranvía en marcha y bajar con el botín o pasarlo a otro compinche en los cruces de las líneas, en un laureado alarde equilibrista, caracterizaba a este tipo singular.
La prensa local no cesaba de advertir al usuario de la presencia de los rateros en los tranvías, ya que eran muy abundantes, teniendo su círculo "laboral" en este sistema de transporte y, por regla general, aunque no había excepciones, en las líneas pertenecientes a Camas, Tranvía y Cerro del Águila. La cantidad monetaria de los robos cometidos -aunque el ratero poseía intuición especial para acercarse al viajero de mayor bienestar económico- oscilaba entre las diez, quinientas y mil pesetas entre los robos carteristas, siendo más importantes los de joyas y relojes, para lo que, parece, tenían una innata habilidad dada la gran cantidad de robos de este tipo cometidos a diario.
La anécdota viene aquí. Existía en nuestra ciudad uno de esos rateros habituales que, por un defecto visual, recibía el apodo de "El Bizcoli". Tenía que ser un amigo de lo ajeno de mucho cuidado, ya que su arresto fue muy comentado y aireado por Sevilla. A pesar de sus dotes físicas para escabullirse, "El Bizcoli" fue torpe en esta ocasión, porque en la línea de la Macarena no pudo tener peor suerte que intentar robar a un policía de la "secreta" que se dejó querer hasta cogerlo "in fraganti", sacándole del bolsillo, como prueba irrefutable, su propia cartera. "El Bizcoli -decía el cronista de sucesos de "El Liberal"- debe comprarse unas gafas, porque en esta ocasión ha tenido muy poca vista".
Otras de las que corrieron como la pólvora por toda la ciudad, fue la siguiente. No es raro que una mujer sienta los dolores del parto momentáneamente e inclusive, como ha ocurrido muchísimas veces, tenga su alumbramiento en el interior de los taxis. No es suceso que se prodigue a diario pero, de hecho, tampoco es la primera vez que ha ocurrido. Trasplantemos a aquellos viejos tranvías el caso, e imaginemos lo que ocurrió en la línea 1 el 17 de Agosto de 1927. Un matrimonio toma el citado tranvía. La señora está bastante avanzada en su estado y siente los dolores del parto en el interior del coche. Los gritos no cesan y los nervios del conductor tampoco, en medio de los comentarios más diversos de los viajeros. Se opta, sin pensarlo dos veces, por utilizar el tranvía como ambulancia, con el regulador a tope, la campana sonando sin cesar y suprimiéndose toda clase de paradas hasta llegar al Hospital Central, naciendo la criatura en la explanada de entrada al mismo. No se sabe si el niño, como suele suceder en estos casos, lo apadrinó la Compañía de Tranvías, o si le concedieron bula para subir en todos los tranvías sin pagar billete. Lo que sí imaginamos es el consiguiente atraso que por causa de este suceso tuvieron que sufrir los viajeros de la línea 1, quienes mirarían con recelo en lo sucesivo a las mujeres que, desde entonces, se montasen en estado de buena esperanza.
Un día, en la antigua Plaza de la República (hoy, San Francisco), en un poste del tendido eléctrico tranviario, situado frente al edificio de la antigua Audiencia, se estableció un cortocircuito, produciéndose una explosión seguida de una gran llamarada y frecuentes detonaciones. Cuando el público, viajero y transeúnte, supo la causa del accidente se calmaron los ánimos y la plaza volvió a llenarse de "héroes". "¡Qué modo de correr cinco minutos antes! -decía el comentarista de "La Unión"- ¡Corrían hasta los agentes de seguridad!"
Las mujeres sevillanas, como la célebre parturienta, también se encuentran presentes muchas veces dentro del anecdotario de la vida de los tranvías. Una vez, una señora de "armas tomar", por no haber dado el cobrador la orden de parada en una "eventual", a pesar de su condición femenina propinó tal paliza al cobrador que tuvo que ser atendido de urgencia en el puesto de socorro más cercano. Otra señora presentó una denuncia contra un tranviario por apretar la marcha del tranvía en la Puerta Real cuando se apeaba del mismo, cayéndose al suelo y haciéndose trizas un vestido que valoró en 80 pesetas, exponiendo en comisaría que el conductor apretó la marcha por antiguos resentimientos particulares contra ella.
Al cabo de los años, cuando aún salta la chispa de la conversación sobre el tema tranviario, todavía florecen en los labios de los antiguos sevillanos multitu de anécdotas de todos los tipos y para todos los gustos, anécdotas que hemos tenido que dejar en el tintero de estos rápidos apuntes.
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