martes, 23 de febrero de 2010

RINCÓN COFRADE TRIANERO: NOVELA DEL CRISTO DE LA EXPIRACIÓN

Hace tiempo que el escultor trabaja sin descanso. Noche y día hunde sus formones en la carne reseca del madero.

Afuera baten yunques y resuenan cantares y pendencias.

Alguna vez al esculpir limpia el sudor de su frente, carda su fina barba con los nerviosos dedos, y contempla, retirado un poco, la magnífica y decapitada talla. Luego aparta del agudo corte de las gubias las menudas virutas, que se engarzan en delgados rizos pertinaces.

No hace muchos días esto era el grueso tronco de un árbol poderoso. Hubiera podido servir para fundir el hierro antiguo en las fragüas de la Cava o para señalar, desbastado, caminos del Nuevo Mundo en el espolón de un velero. Ahora es un hombre decapitado, con los brazos abiertos y extendidos en rígida y desnuda imploración.

El mejor físico de Sevilla. El más famoso cirujano de la ciudad, no aceptaría a calcular con más cuidado el mapa de estas venas henchidas, la geometría de estos músculos, tensos en un esfuerzo desesperado y último.

El escultor ha intentado muchas veces completar su obra. Trabaja, en verdad, con la unción de quien quisiera lograr una maravillosa Eucaristía: el cuerpo, sangre y divinidad de Dios, aquí. Sacado a punta de gubias de aquel leño informe y seco. Están los brazos, el torso, los pies atravesados, el anhelante pecho. Pero... ¡la faz de Jesús! ¡Cristo muriendo...!

En vano reza el escultor en la iglesia de Señá Santana. En vano pone en su trabajo un largo prólogo de credos. Pero hoy ¿qué lumbre extraña es esa, en la mirada? Hoy trabaja febrilmente el escultor. Ni aún podrá ir al entierro de ese gitano de enfrente, al que mataron de siete puñaladas.

El le vio morir. Y aún le ve, con el recuerdo en las manos y la visión atormentada en el filo de las gubias.

Después ¡Santana bendita! el escultor sigue viéndolo, transfigurado, cierto, con los ojos de la cara.

Muchedumbre de gentes lo verían.

Sobre la faz del gitano luz de siglos y fervores. Las tres "potencias" de oro y una corona de espinas...

Allá por los altos cielos ¡cuánto hablarán de Triana, Jesús y el apuñalado!


(ANTONIO NÚÑEZ DE HERRERA. "Teoría y realidad de la Semana Santa". 1934)

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