
Ruego el perdón de esta introducción que he creído totalmente necesaria, porque cuando llegué a las puertas edilicias y saludé a algunos artistas que disfrutaban de los primeros rayos de sol, después de varias semanas en crisis, daban justamente las 12 en el reloj de la casa consistorial, la hora del Ángelus, el mediodía justo, como siempre se le ha dicho.
El motivo que me convocaba hoy a mi Ciudad -que espero que algún día la terminen del todo-, era la presentación del cartel de la XVI Bienal de Flamenco que, desde hoy mismo, será la imagen de esta edición , que este año se va a desarrollar del 15 de septiembre al 9 de octubre, y de la que se irán anunciando progresivamente los espectáculos y actividades paralelas.
Para esta ocasión, los estamentos implicados han elegido a cuatro de los más reconocidos artistas graffiteros de nuestro país, o pintores urbanos, como se les suelen también llamar, con gran prestigio internacional en este mundo relativamente nuevo de la expresión pictórica al aire libre. Este colectivo, bastante joven, ha estado formado por Suso33, San, El Niño de las Pinturas y Seleka, cuyo resultado es el que pueden ver en la imagen que abre esta página recién salida del horno.
El Arte de la Pintura, como todas, es totalmente subjetiva en la apreciación, comprensión y posterior comentario. A unos puede gustarle el cartel, y a otros no. A mí, particularmente, que me he dedicado toda la vida al diseño, me gusta como una imágen agradable que puede dar juego en folletos, banderolas y soportes varios. He dicho agradable, y no que el citado cartel tenga el alma de "Un grito pegado a la pared", que debe ser siempre la sustancia de un cartel que se precie. De los graffiteros que se nos anunciaban, yo esperaba pasión, colores vivos, rompimientos con una estética moderna que ya no lo es tanto, una especie de collage donde se retratara en tres brochazos apasionados la emoción, la pena y la alegría del Arte Flamenco, esa valentía, pero llevada a lo más grande de las nuevas vanguardias, como el graffiti, que ya hicieran, en tiempos más regresivos para la contemplación aún aldeana, Saura o Canogar..., y de esto hace ya bastantes años.
Lo mejor del cartel -que conste que siempre hablo a nivel particular- la grafía, moderna, visible y precisa. El cartel: sigo diciendo que me gusta, pero que lo mismo, aparte de la Bienal, puede servir para anunciar una marca de camisetas, el logo de una institución, o para un nuevo diseño de las modernas estampitas de comunión en época de tanto laicismo galopante.
Es una imagen, pero no tan fuerte como para que te obligue a volver la cara, pararte y contemplar su mensaje de cerca. Casi sin duda que sea yo el equivocado después de ver tantas maravillas de estos artistas urbanos en los lienzos libres de las ciudades, en los vagones aparcados de los trenes y en las, hasta que llegaron ellos, frías tapias de algunas barriadas de la marginalidad.
La presentación, prácticamente, corrió a cargo del alcalde Alfredo Sánchez Monteseirín quien, aunque un poco largo en su exposición, ofreció una gran lección de sevillanía, de apertura y compromiso auténtico con la Bienal, y hasta de economía, pues valoró, con orgullo, todo lo que los visitantes espectadores de estas consolidadas convocatorias -la mayoría de ellos extranjeros: un 66%- dejan como dividendos en Sevilla, aparte de la imagen que se llevan de ella en estos días de auténtico gozo y esplendor por medio de sus hijos artistas, la afabilidad de su gente y sus monumentos.
Recuerdo el ya lejano 1980, cuando Ortiz Nuevo me convocó para que formase parte del Patronato que debería poner en marcha ese "invento" de Bienal, "fantasía" sin fragüar de mi querido amigo Manuel Centeno Fernández que supo enjaretar maravillosamente bien José Luís.
Hoy, como sevillano, me alegro enormemente del nacimiento de esta nueva edición: la XVI. Cómo pasa el tiempo, a qué velocidad. Y me alegro del cartel porque, al fin y al postre, se nos hará familiar, sumamente nuestro y cuando lo veamos, con ese mundo reflejado de colores, aunque muy apastelados, sabremos que allí está la Bienal. Que, como decía la copla: Toíto hasta acostumbrarse,/ cariño le toma el preso/ a las rejas de la cárcel.
Todo vale en el mundo del cartelismo; se trata de una rama del arte pictórico o gráfico en franca decadencia. Con todo, el cartel comparado con los de la Real Maestranza que anuncia las corridas de toros, es una verdadera belleza. ¡Qué cosa! ¿Adónde nos va a conducir la modernidad? Desde luego a la pérdida del buen gusto después de haber perdido nuestra identidad...
ResponderEliminarSiempre he pensado que una obra pictórica, de la categoría que sea, tiene que inspirar y despertar en el espectador algún sentimiento, alguna emoción, que no tiene por qué ser siempre positiva, y me explico: ¿quién no ha visto alguna vez una pintura que le cause pavor, estupor, o incluso ganas de salir corriendo, del realismo impactante que expresa con sus colores y formas? Pero así también se expresa el Arte, ha conseguido transmitir algo a aquel que la mira cara a cara.
ResponderEliminarPero señores,... por más que lo intento, este cartel no me dice nada, nada de nada, ni bueno ni malo, ni fú ni fá. Como diría un amigo de mis niños "Cero patatero". Y creo que precisamente ese no es el objetivo de un cartel promocional de un evento de tanta transcendencia como es la Bienal de Arte Flamenco.
Espero que no todos lo vean con los ojos que lo veo yo.
Estoy de acuerdo con los comentarios anteriores. El cartel es, sencillamente, horroroso. Todo esto de los carteles "modernos" de la Bienal, la Maestranza, etc. me recuerdan el cuento del traje nuevo del emperador. Ya sabéis, el emperador iba desnudo y tuvo que ser un inocente niño el que lo dijera a voz en grito.
ResponderEliminarPues esto es igual. Hay que decir que esto es un mamarracho.
Claro, que he visto el primer avance de la programación de la Bienal y la cosa anda como anda...