Ayer fue de esos días que se agradecen eternamente a Dios. El Día de la Inmaculada es el día de mis nietos, cuando llego con más ilusión que nunca a Santa Justa y sé que me espera un chaparrón de besos y de abrazos de estos cuatro bandoleros que en unas horas me dejan la cartera temblando. La condición es que los padres desaparezcan cuanto antes de nuestras miradas. Siempre me he llevado a los dos mayores, pero, como los pequeños han ido creciendo, este año me he aventurado a hacerme cargo del pack completo. Tranvía del Prado a La Lonja; amplio paseo, con compra incluida, por la Feria del Belén; entrada a la Catedral para enseñarles los valores monumentales de su tierra; y visita obligada a la Virgen de los Reyes, que al arbolito... ya se sabe que desde chiquitito. Asombro de la chavalería ante el repique de las campanas de la Giralda y, después, nuestro tranquilo paseo viendo los mimos, los coros callejeros, las bandas de música, los belenes y las muchas atracciones que inundan ese día la Ciudad.
Y como los niños aprenden rápidamente, y saben huir de los bares de los "montaditos", que pululan como hongos, su jamoncito en La Flor de Toranzo, sus gambas al ajillo en la Taberna Góngora y su buen marisquito en La Alicantina, aparte de los cuentos que eligen en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión en la Plaza Nueva. ¿Hay abuelo que se arruine en unas horas más que yo? Ese día, yo soy un niño más y no puedo negarme a cuantas cosas me piden, como si yo también tuviese la ilusión de pedirlas. Este año nos ha faltado la compañía de su abuela, nuestra querida Lola, pero en este día está prohibida la tristeza. De alguna forma, ella también nos habrá acompañado en este paseo inolvidable que siempre hemos esperado año tras año.
Cuando se despiden de mí, diciéndome que se lo han pasado bomba, pipa, chuli piruli, y me estampan cuatro sonoros besos, a mí se me cae la baba y le doy las gracias a Dios por el día que me ha regalado, aunque vuelva con la cartera vacía para casa, y deseando que de nuevo llegue este Día de la Inmaculada en el que la Ciudad, y yo, y mis nietos respiramos de una manera diferente.
Las mamás de los niños y su tía-abuela también disfrutamos de lo lindo. Fue un día hermoso y el tiempo acompañó. Y Sevilla..... ay mi Sevilla de mi arma. Así que llegué a Huelva más felíz que una perdíz, y con la alegría en el cuerpo sabiendo que en breve regresaré. Un beso.
ResponderEliminarPero vosotras, y para que nadie se confundan, íbais aparte. Los niños son míos ese día.
ResponderEliminarEstá claro, Emilio. Tan claro como que no hace falta ver tu rostro contemplando el de tus preciosos nietos; bello reflejo.
ResponderEliminarEnhorabuena por esa "purísima" mañana.
Aunque siempre me siento muy feliz cuando los veo, ese día de la Inmaculada es mi mejor día.
ResponderEliminarMe encanta. Gracias por compartir estos momentos con nosotros
ResponderEliminarNo sólo, querido amigo, deben compartirse las tristezas.
ResponderEliminarMuchas gracias.