viernes, 10 de septiembre de 2010

ENTRE COPAS Y COPLAS (9)


La taberna, por antonomasia, es sitio de encuentro para la plática, el coloquio y la parrafada sin límite entre sorbo y sorbo de buen vino. Ser confiado albergue es la misión principal de estos reductos singulares. Las tabernas, desde la nacencia, tienen nombre como los niños y son casas de prestigio sumamente conocidas. Una antigua copla, recogida por Pablo García Baena en su "Ofrenda del vino", nos da memoria cordobesa de una de ellas:

En la calle Horno de Porras,
antigua Casa de Espino,
tienen su sede social
los entendidos del vino.

Córdoba, sin duda sea la ciudad que mejor conserva su legado en esta materia: tanto de tertulia habitual como de templos tabernarios de gran prestigio. Siguiendo a Francisco Solano Márquez en su encantadora y agotada "Guía secreta de Córdoba", nos encontramos con un buen puñado, entre las que destacan -año de 1976- la Sociedad de Plateros, El Gallo, El 6, Los Gallegos, Casa Guzmán, La Taberna, Santa Marina, Paco Acedo, Salinas, El Bolillo, La Barrera y un largo etcétera a sumar o mezclarse con las que el maestro Manuel Mª López Alejandre, veintiún años más tarde, nos ofrece en su libro "De tabernas por Córdoba", un total de 83, ciertamente elegidas entre las trescientas que refería la copla. Pero así, igualmente, sus pueblos, y, saliéndonos de sus lindes, todas las ciudades y poblaciones más o menos extensas de Andalucía. La taberna, si no es invento andaluz, lo que ignoro, merecía serlo por la gran proliferación de ellas por todo su paisaje de ochenta y tantos mil kilómetros cuadrados.

Hay otras tabernas de cuplés y tonadillas, peinetas y canción española, leones, quinteros y quirogas, puñaladas, penas y amores de contrabando. Tabernas de llantos entre las bambalinas de los teatros de provincias. Lágrimas de la Imperio, de la Piquer, de Estrellita Castro, de Juana Reina y Marifé...

En la taberna de La Sarneta,
entre coplillas, vino y navaja
como un platillo de pandereta
cantaba alegre Carmen Baraja. (73)

Muchas tabernas se introdujeron en la canción melodramática:

En la taberna del "Tres de Espadas",
entre guitarras y anís de moda,
cantaba de madrugada,
por soleares, "La Ruiseñora"... (74)

También la taberna, desgraciadamente, se asoció con la mala vida, con los crímenes, con el dolor y la sangre por culpa de la bebida:

La primer muerte que hice
fue en la plaza de Jerez,
en la puerta una taberna
por causa de una mujer.

Cierto es que hay que tener mucha cuenta con los taberneros. Eso de pan al pan y vino al vino no va mucho con ellos. Anoten esta copla que ya anotase, allá por 1911, don Fermín Sacristán:

Treinta y dos taberneros
hay en mi calle;
dos venden agua sucia,
treinta, vinagre.

¿Peleíllas a la puerta de un tabanco? Lo normal en algunas noches que en otro tiempo fueron clásicas:

Ventorrillo del Tato,
hoy asamblea,
mujeres, cante, vino...
luego pelea. (75)

Y de nuevo, y para finalizar, la mala fama del agua bautismal y la leña en consorcio con la taberna. ¡Manía le tienen, leche! Esta es la rápida definición de la taberna, humorística sin duda, que nos ofrece en su Diccionario festivo, en 1876, el escritor M. Ossorio Bernard:

Establecimiento
donde el vino se bautiza,
y engendra cada paliza
que casi parece un cuento. (76)

La copa tabernaria acaba en diversos puntos del reloj. Los más clásicos, rematan la diaria faena sobre las tres, después de oler, saborear, paladear y catar dos o tres finos y llegar al hilo de una conversación interesante entre pocos predicadores. Es la toma diaria de una copa sobria y abundante de contenido. Si no es necesario poner el paño al púlpito, no se pone. Se saluda, se escancia, se paga, y hasta mañana si Dios quiere. La copa -copas- de los más dicharacheros dura hasta que el cuerpo aguante, el corpus filosofal de la fraseología llegue a un buen punto de consenso, se acabe el dinero para mantener el tipo, o el tipo se vaya tambaleando por culpa del dinero, es decir, por echar muchas copas. Son las menos de las veces. La hora en los relojes varía, además, según sea día laborable o festivo, sábado al mediodía, víspera de fiesta o meses del verano, en los que hay que hacer de vez en cuando, como el gobierno, una reconversión, por aquello de que muchos barbullantes de tertulia están de vacaciones fuera del lugar; sin duda, echando de menos estos ratos de cumplida promesa cotidiana.

Las tabernas, a una hora prudente, se quedan casi vacías. Sólo permanecerán en ellas, impasible el ademán, los clásicos de siempre, los que cada día se quedan para meter el gol que falló Gento; los que están todavía enseñando a torear a Manolete y le cortan las orejas a aquel berrendo imposible "que es muy fácil de torear"; los maestros en política de Sagasta, Cánovas, Azaña y Largo Caballero, Primo de Rivera, Queipo y Franco, Suárez, Felipe y Aznar; los que saben hacer mejores trazados que el Mopu y mejores y más grandes pantanos que Agromán; los que, al filo de las docenas de copas, cogen por banda a Rafael de León, a Martínez Remis, Benítez Carrasco, Gabriel y Galán, Molina Moles o al propio Bécquer, y te montan en un momento, al socaire del mostrador, unos juegos florales que para sí quisiera el concejal de cultura de cualquier ayuntamiento; los que, sin echar cuenta de la crónica carraspera del tabernero de turno, con o sin guitarra, y con mejor o peor fortuna, se lanzan a emular a los mejores fandangueros que por el mundo han sido:

Quisiera tener de lomo
la barriga prevenía
y de longaniza el colmo
diciendo con alegría:
¡Venga vino, que m'ajogo!


(73) Guerrero, Salvador (letra) y Algarra, M. (música). "Carmen Baraja".
(74) De León, Rafael y Quintero (letra). Quiroga, Manuel (música). "La Ruiseñora".
(75) Manrique, José. Ob. cit. Pág-94.
(76) Ossorio y Bernard, M. Ob. cit. Pág.121.

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