La taberna, por antonomasia, es sitio de encuentro para la plática, el coloquio y la parrafada sin límite entre sorbo y sorbo de buen vino. Ser confiado albergue es la misión principal de estos reductos singulares. Las tabernas, desde la nacencia, tienen nombre como los niños y son casas de prestigio sumamente conocidas. Una antigua copla, recogida por Pablo García Baena en su "Ofrenda del vino", nos da memoria cordobesa de una de ellas:
En la calle Horno de Porras,
antigua Casa de Espino,
tienen su sede social
los entendidos del vino.
Hay otras tabernas de cuplés y tonadillas, peinetas y canción española, leones, quinteros y quirogas, puñaladas, penas y amores de contrabando. Tabernas de llantos entre las bambalinas de los teatros de provincias. Lágrimas de la Imperio, de la Piquer, de Estrellita Castro, de Juana Reina y Marifé...
En la taberna de La Sarneta,
entre coplillas, vino y navaja
como un platillo de pandereta
cantaba alegre Carmen Baraja. (73)
En la taberna del "Tres de Espadas",
entre guitarras y anís de moda,
cantaba de madrugada,
por soleares, "La Ruiseñora"... (74)
También la taberna, desgraciadamente, se asoció con la mala vida, con los crímenes, con el dolor y la sangre por culpa de la bebida:
La primer muerte que hice
fue en la plaza de Jerez,
en la puerta una taberna
por causa de una mujer.
Cierto es que hay que tener mucha cuenta con los taberneros. Eso de pan al pan y vino al vino no va mucho con ellos. Anoten esta copla que ya anotase, allá por 1911, don Fermín Sacristán:
Treinta y dos taberneros
hay en mi calle;
dos venden agua sucia,
treinta, vinagre.
Ventorrillo del Tato,
hoy asamblea,
mujeres, cante, vino...
luego pelea. (75)
Y de nuevo, y para finalizar, la mala fama del agua bautismal y la leña en consorcio con la taberna. ¡Manía le tienen, leche! Esta es la rápida definición de la taberna, humorística sin duda, que nos ofrece en su Diccionario festivo, en 1876, el escritor M. Ossorio Bernard:
Establecimiento
donde el vino se bautiza,
y engendra cada paliza
que casi parece un cuento. (76)
Las tabernas, a una hora prudente, se quedan casi vacías. Sólo permanecerán en ellas, impasible el ademán, los clásicos de siempre, los que cada día se quedan para meter el gol que falló Gento; los que están todavía enseñando a torear a Manolete y le cortan las orejas a aquel berrendo imposible "que es muy fácil de torear"; los maestros en política de Sagasta, Cánovas, Azaña y Largo Caballero, Primo de Rivera, Queipo y Franco, Suárez, Felipe y Aznar; los que saben hacer mejores trazados que el Mopu y mejores y más grandes pantanos que Agromán; los que, al filo de las docenas de copas, cogen por banda a Rafael de León, a Martínez Remis, Benítez Carrasco, Gabriel y Galán, Molina Moles o al propio Bécquer, y te montan en un momento, al socaire del mostrador, unos juegos florales que para sí quisiera el concejal de cultura de cualquier ayuntamiento; los que, sin echar cuenta de la crónica carraspera del tabernero de turno, con o sin guitarra, y con mejor o peor fortuna, se lanzan a emular a los mejores fandangueros que por el mundo han sido:
Quisiera tener de lomo
la barriga prevenía
y de longaniza el colmo
diciendo con alegría:
¡Venga vino, que m'ajogo!
(73) Guerrero, Salvador (letra) y Algarra, M. (música). "Carmen Baraja".
(74) De León, Rafael y Quintero (letra). Quiroga, Manuel (música). "La Ruiseñora".
(75) Manrique, José. Ob. cit. Pág-94.
(76) Ossorio y Bernard, M. Ob. cit. Pág.121.
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