jueves, 9 de septiembre de 2010

ENTRE COPAS Y COPLAS (8)


Sube y sube de tono la cháchara en torno a los vinos, a los pueblos de mejor y mayor producción, y a los distintos sabores de los caldos de las diversas tierras. Se bebe y se pontifica; se elogia y se envenena el dardo de la palabra para menoscabar las excelencias de otros contornos vinateros. En cada copa, un reino de taifas, un aprobación magnánima o un rechazo insigne. Hay pueblos y vinos que son irreconciliables. Montilla-Moriles, capuletos y montescos con Jerez; El Condado de Huelva con El Aljarafe sevillano; Rueda con La Rioja; Murcia con La Mancha; Cáceres con Badajoz... ¡Difícil ruleta para que la bola de los gustos caiga en el sitio justo del equilibrio entre todas sus fuerzas, entre todos los parroquianos que echan su cuarto a espadas!

Ahora bien, en tocando al vino-vino, cerrando los ojos a las marcas y denominaciones, todos los habituales del mentidero traen a colación, como bendito, el nombre de Noé, supremo hacedor, al parecer, de que el agua de cepas exista para mayor gloria del hombre y su destino:

Bendito sea Noé,
el que las viñas plantó,
que si en Jerez no nació,
andaluz al menos fue.

Pero Noé, claro está, se ve que tenía sus gustos preferenciales:

Cuando Noé salió del arca
cogió una buena jumera,
y según dice la gente
la cogió de Valdepeñas.

Héroe de héroes, glorioso patriarca:

Entre los grandes del Mundo
está el glorioso Noé,
el que inventó la receta
para el vino de Jerez. (66)

Y santo, más que santo, en la humorística y desaparecida Peña "Er 77", cuyo lema del blasón era el vinatero "Heroicus, invictus, curdis estomacalis":

Porque aquí bebemos tós
hay quien critica a esta Peña;
Noé una viña plantó,
pero no pá vender leña.
¡Digo yo! (67)

Y si fue un gran invento el de tan querido Patriarca -que a pesar del diluvio no le echó ni una gota al vino-, como apoyo de él, para su mejor protección universal, alguien inventó la taberna, madre, dicen algunos abstemios, de todos los vicios del hombre, y templo, dicen los eruditos del bebercio, de la mejor, más entrañable y alegre veneración. Baltasar de Alcázar se pregunta:

Si es o no invención moderna
vive Dios que no lo sé,
pero delicada fue
la invención de la taberna,
porque allí llego sediento,
pido vino de lo nuevo,
mídenlo, dánmelo, bebo,
págolo y voyme contento. (68)

Y el gran poeta y querido amigo, Antonio Murciano, la define a la perfección en este poema de su libro El Pueblo:

Duro sol del mediodía,
caliente, sobre la acera.
El perro que lame el suelo,
la voz ciega de la ciega.
El humo azul del tabaco,
voces agrias, voces serias.
Hombres con las risas anchas
y las gargantas resecas.
El tabernero, sin prisas,
vierte alto a copa llena
vino blanco, sobre el turbio,
viejo, tonel de madera.
Hay un aire como una
quieta, blanda, niebla espesa.
Sobre la pared, el último
cartel de toros de feria
y el naipe, sucio de trampas,
borracho sobre la mesa...
A los hombres que se han ido
las palabras se les quedan
derramadas sobre el turbio,
viejo, tonel de madera.
Nada pasa. Pueblo antiguo.
La vida y las horas, ruedan.
El tabernero, sin prisas,
dejó la puerta entreabierta.
El humo azul del tabaco,
voces agrias, voces serias.
Dura luna de la noche.
Cada calle, su taberna.

Algunos, y hacen muy bien, sólo aman las tabernas del amor:

De tu casa a la mía
hay diez tabernas,
no me paro en ninguna,
la mía es tu puerta;
que sin bebida,
es tu abrazo y tu beso
toda mi vida.

Deseos y deseos. Cada cual a sus gustos. A éste de la copla, todas las expendidurías vinateras le vienen como anillo al dedo:

Una bodega: ¡Ojalá!
Una nave: ¡No es seguro!
Un bar mediano: ¡Quizá!
Pero un tabanco: ¡Lo juro! (69)

No hay sitio que se precie de serlo, y de tener la seguridad ciudadana para el viandante aficionado al cáramo, que no goce de lugares estratégicos para una taberna que dé prestigio al pueblo o a la ciudad. En dos coplas iguales, Málaga es más hiperbólica que Córdoba en estos menesteres de ayuda al deprimido. Le gana por cuatro mil setecientas tabernas. Léanse los ejemplos que nos trae la copla:

Córdoba, llana y bravía,
que entre antiguas y modernas
tiene trescientas tabernas
y una sola librería.

Málaga, ciudad bravía,
que entre antiguas y modernas
cuenta cinco mil tabernas
y una sola librería.

Y después nos quejaremos de que nos tilden de exagerados a los andaluces. Claro está que alguna base sólida hay para enumeración tan bestial. Tabernas por los centros, tabernas por los barrios, tabernas por los suburbios, tabancos y ventas por los caminos, senderos y carreteras, chiringuitos en las playas, y mesones de peor o mejor ver, yantar y beber, por todos los sitios. La fama es, sin duda, bien merecida. Ante tanta eclosión de centros tabernarios y fervorosos visitantes, algún aguado soltó la soflama de una ley antialcohólica:

Dicen que van a quitar
las tabernas y los borrachos,
el que quiera tomar vino
que tome caldo gazpacho.

Difícil cosa de ejecutar la clausura de las tabernas. El gran cachondo mental que fue Manuel del Palacio, ya daba algún consejo a finales del pasado siglo:

Gastó su dinero Andrés
edificando una escuela;
si lo quiere recobrar
que la dedique a taberna. (70)

Habrá muchas, pero todas tienen su clientela:

Hay hombres que en su bodega
tienen el vino de sobra
y se van a la taberna.

Hasta las señoras -dice Lorca en La zapatera prodigiosa- montan tabernas:

La señora zapatera,
al marcharse su marido,
ha montado una taberna
donde acude el señorío. (71)

Al parecer, el negocio se les da bastante bien, máxime si anda agua de por medio. Para las cuestiones de economía, ya se sabe:

Gasta la tabernera
buenos mantones
a cuenta de borrachos
y jugadores.
Gasta la tabernera
pendientes de oro;
los caños de la fuente
lo pagan todo.

Algunos pobrecitos, sumamente religiosos, no pueden asistir a la iglesia por cualquier impedimento físico; al templo de Baco ya es otra cosa:

No puedo ir a la misa
porque estoy cojo;
si voy a la taberna
es poquito a poco.

Ciertos ciegos, como el de la copla de la zarzuela La alegría de la huerta, tampoco se salvan de la quema:

Una limosnita para el pobre ciego
que un día bebiendo la vista perdió,
y desde que vengo a ver a la Virgen
me paece que bebo bastante mejor. (72)


(66) Butler, Augusto.
(67) Peña Humorística "Er 77". Libro-programa de las fiestas primaverales de Sevilla. 1956. Pág-145
(68) De Alcázar, Baltasar.
(69) Murciano, Antonio y Carlos. Ob. cit. Pág-48
(70) Del Palacio, Manuel. Ob. cit. Pág-178.
(71) Gracía Lorca, Federico. "La zapatera prodigiosa". 1930.
(72) Paso, A. y E.G. Álvarez (letra) y Chueca, Federico (música). "La canción del ciego" de la zarzuela "La alegría de la huerta". 1900. Cantada por el tenor cómico.

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