sábado, 21 de agosto de 2010

EL AGUARDIENTE EN LA COPLA (2)


La copla es siempre testigo y el aguardiente el protagonista de nuestro propósito. No hay libros sobre él, no hay tratados, pero qué manantial de coplas profundas. La copla es el libreto del aguardiente, y el aguardiente su música, perfumada de esos aromas armoniosos que borran la mala leche de los labios: licor noble como los riscos de las cumbres cercanas; sabroso como las plantas que el sol tornasola en las besanas; apetecido como el amor en duermevela; deseado cual la mujer desnuda y en lo oscuro que nos cantaba Benedetti.

Lo comparó Lorca al "duende" que tenía en la voz La Niña de Los Peines. Lo citó Lope de Vega, el clérigo vividor y excelso poeta, cual si fuese un versículo cotidiano de su propio evangelio: "Vino aromatizado que sin pena puede beberse siendo de Cazalla, licor que ningún cristiano lo condena"; lo llevó a muchas de sus canciones el insigne Rafael de León -poco conocido como Rafael de León y Arias de Saavedra, marqués de Gómara-, poniendo dos copas sobre el manchado mostrador en el que alguien cantaba, entre dientes, la vieja historia de su amor; o negando que a Trini "La Parrala", de Moguer o de La Palma, le gustase en demasía bebida tan ardiente; o llevándola a la taberna de "El tres de espadas", donde entre guitarras y anís de moda cantaba de madrugada, por soleares, "La Ruiseñora"; o situándolo en el coro de la voz ronca de la marinería, desde Almería hasta Cádiz, en el "Café de La Bizcocha", para hacerse claro protagonista de la sorda pena en el Romance de La Lirio:

La Bizcocha es una vaca
con sortijas en los dedos,
voz de aguardiente de Rute
y cintura de brasero.

Y lo sublimó Rafael Alberti, allá por 1925, cuando llegó a Rute a recuperarse de una enfermedad y plasmó en una hermosa acuarela costumbrista los cuentos de "Carabina" y "Diálogo en la taberna de Julián el Quemado"; y lo volvió a citar el Machado más jaranero de los dos hermanos, Manuel, cuando él mismo hacía su propia biografía corriendo el año 1909:

Yo, poeta decadente,
español del siglo veinte,
que a los toros he elogiado
y cantado
las golfas y el aguardiente.

Muchas son las coplas que tuvieron al aguardiente como protagonista en las manifestaciones de la sociedad y de la compañía, de la alegría y la pena, del gusto y el retrogusto, de la armonía de su beber paciente y de su abuso calamitoso, hasta incluso como filosofía de vida.

Por eso, siempre alcemos la primera copa del día en el bendito silencio de la mañana y que el agua bendita del rocío humedezca nuestro cristal de aurora, señal de que el cielo nos bendice con su primer gesto de amistad. Al alba el aguardiente, siempre al alba.

Coplillas para el amor instantáneo:

Al pasar por el puente
de San Vicente,
una niña bonita
me dio aguardiente.
¡Quién lo diría
que por aquella copa
ya la hice mía!

Y el piropo, el agradecimiento, hermosísimo esta vez, de un sorbo bebido entre los labios que continuamente busca el soma de un nuevo trago:

Algún aguardientero
te hizo los labios,
que has dejado los míos
aguardientados.
No me regañes
cuando busco tus labios
pa emborracharme.

Y la pena de la soledad de la copa, de las copas, por la pérdida de un amor, la muerte de un ser querido, el revés de una vida ingrata...

Ponme un vasillo de vino
y una copa de aguardiente,
deja que mi soledad
la pase yo entre mi gente
aunque no me digan ná.

Para embriagarse en el amor y para poner el fiel equilibrado y filosófico es lo que basta a un hombre para dar sentido a la vida:

Cuatro besos de mujer,
cuatro copas de aguardiente
y un fandango bien cantao.
Venga la muerte despúes
que a mí no me da cuidao.

Pero también canta la copla popular a los que no necesitan este elixir destilado, porque todo su proceso de destilación, el del amor, está en la presencia de la mujer amada:

Dicen que el aguardiente
alegra el alma,
eso piensa la gente
que no se aclara.
A mí me alegra
verte cada mañana
aquí a mi vera.

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