Anteayer me ocurrió una cosa que no me había pasado desde el año 1974, cuando trabajando yo en unos grandes almacenes de la Plaza del Duque, foco de ebullición de protestas por la cercanía de la indeseada Jefatura de la Gavidia - cuyo edificio quieren convertir ahora, más o menos, en arquitectura singular y protegida (?)- y en donde estaban ubicados los sindicatos franquistas verticales, se daban todas las citas de protestas habidas y por haber en los estertores de un pueblo que sabía y creía que ya Franco estaba caducado y que dada era la hora de que la juventud -como la mía- viviésemos en plena libertad, sin aquellas botas que nos aplastaban los pescuezos, las razones y los corazones limpios.
Había que andar con cuidado, ¡vaya que sí!, con mucho cuidado. No te podías fiar ni de aquel que se tomaba el café contigo en el cercano bar Vitoria. De nadie. Cualquier amigo era un auténtico hijo de puta que se chivaba a la "pasma" de conversaciones particulares sobre el régimen. Yo fui uno de los que pasaron por sus acristaladas estancias a los pocos días de morir mi querido padre y cuatro días después de nacer mi segundo hijo, Pablo. Yo ayudaba a unos chavales -sin cobrar ni un duro- a que algunos jóvenes del Polígono San Pablo se interesasen por la cultura en general, por la literatura y el teatro..., y por eso me convocaron allí, con los huevos puestos de corbata, aunque nada pudieron achacarme, sólo me dejaron el alma acojonada.
Así funcionaba aquello por aquellos años a los que hemos vuelto de repente tras el bigote de Aznar y la derechona de Rajoy.
Caminando un día del café a mi trabajo, que estaba a cincuenta metros, o menos, un policía me pidió que me identificara. Sin problemas. Año de 1974. Nervios en España porque el dictador ya pegaba coletazos muy graves, aunque tardó año y algo en palmarla definitivamente.
Hoy, al salir de casa para hacer un rato de deporte, mientras me estaba poniendo mis guantes para pedalear un rato con mi bici, bautismada como "Trianilla", un chaval joven de cuidada barba, con pantalones vaqueros y una sudadera de marca, que estaba sentado en la parada del autobús que tengo en mi propia puerta del bloque, se identificó como policía con su placa y me preguntó mi nombre. Naturalmente le dije que Emilio. Y añadió: -completo, por favor. -Jiménez Diaz, le contesté con la misma amabilidad con la que me estaba tratando. -¿Su piso? -3º-2. -Que tenga usted un buen paseo y un buen día. -Gracias agente, ¿Pero pasa algo? -Nada, nada, un vecino suyo un poco distraído. Y hasta ahí.
Me fui en la bicicleta un tanto acojonado por el impacto del policía secreta y por aquello de qué vecino sería el fruto de las investigaciones, ya que a los pocos minutos todo mi bloque estaba rodeado con un furgón policial y varias motocicletas del gremio.
A los 41 años de aquella odisea de la plaza del Duque, es la segunda vez que me he tenido que identificar a la policía. Espero que sea la última. ¿Nervios?
Compadre, es raro que no te hayan identificado más veces porque siendo de Triana, del Betis y de la Estrella a ver qué haces en Córdoba; comprenderás que cualquier policía con olfato lo encuentre extraño.
ResponderEliminarUn abrazo!!!
La verdad es que es normal. Tengo antecedentes por ser y sentirme sevillano.
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