viernes, 23 de octubre de 2015

DESDE MI TORRE: UN AUTÉNTICO COCINILLA POR FUERZA (I)


Cuando falleció mi Lola el 30 de enero de 2012, no sólo me quedé sin ella -que fue algo terrible- sino que me tuve que tirar a la calle a comer, literalmente, porque yo no sabía ni encender la vitrocerámica. Mal comía en los bares cercanos: unas tapas y vuelta a casa. Pero siempre he sido muy terco, una de las posibles virtudes con la que Dios me dotó. Y me eché a mí mismo el pulso de tener que aprender y hacerlo bien. "San Google" me enseñó mucho. Todo está en sus páginas. Tomé los manuales de la vitro y comencé a ensayar cómo se encendía, como se apagaba, qué potencia de calor tenía cada punto, y qué sartenes, ollas y cacerolas eran las más adecuadas para hacer guisos o cualquier otro tema.

Poco a poco, fui cogiéndole el gusto a la cosa: hacer huevos duros y saber freírlos con calidad, rellenarlos, gratinarlos..., cosas sencillitas. Viendo mis primeros y humildes éxitos culinarios, me atrevía ya a ir a los mercados de la ciudad y a los supermercados de las grandes superficies para comprar productos e intentar hacer platos más elaborados. Machacando el yunque un día y otro día, casi me echo a llorar en la cena de fin de año cuando vino mi hijo Emilio y su mujer, y otra pareja compañera. Tenía miedo, pero preguntando a unos y a otros -tienen fama los hombres cordobeses de cocinar muy bien-, les cociné una merluza a la vasca de la que todavía se acuerdan. Eso me animó para soltarme, para esmerarme aunque sólo fuese para mí. Y de ahí salté a la palestra familiar para incorporar algunos de mis platos a esas comidas generales que celebramos de vez en cuando en Valencina, en casa de mi hija Myriam.

Todo puede lograrse con algo de interés. Y yo, que ya he perdido el interés por tantas cosas, me he sentido totalmente feliz convirtiéndome en un "cocinilla" a la fuerza. No soy un amante de la gastronomía y como menos que un pajarillo nuevo. Por eso me siento feliz, muy feliz, de que los que prueban mis guisos y mis especialidades -que ya las tengo-, me digan a cambio: ¡Ay, qué rico, qué maravilla...!

El plato de la ilustración es un bacalao al estilo de mi amigo-hermano Juan Peña. Un plato que se prepara en veinte minutos y al que sólo hay que echarle amor, como él dice: un sofrito bien hecho, un poco de tomate triturado sobre el sofrito, unos buenos lomos desalados el día antes y sellados por la freidora, una lata pequeña de guisantes, una buena copa de brandy -yo normalmente lo adobo con "Centenario"- y a fuego medio. Cuando aquello ya dice que está dispuesto, la guinda la pone dos o tres cucharadas de tomate frito de lata y fresco perejil bien picado. ¡Y a comer!

Hoy, después de no saber nada de nada durante tantos años, disfruto cocinando, haciendo potajes con una suculenta "pringá", lentejas, chícharos, gazpachos de diversos sabores, croquetas a mi estilo -que son una delicia-; bacalao con leche y pasas, espinacas con garbanzos al estilo trianero, espárragaos esparragaos..., todo lo que se me ponga por delante. Y si tengo dudas que me asaltan, como las que me ofrece el atún, llamadas a los amigos o recurrir a "San Google". Todo es cuestión de paciencia y amor. Y elegir, por supuesto, los mejores productos del mercado. Al final, lo barato sale caro.

3 comentarios:

  1. La verdad es que alucino contigo. Doy fe de que no sabías ni encender el fuego y hay que ver cómo te has soltado. A mi me ocurrió igual: en casa el cocinero era Pedro y cuando murió me vi que no sabía ni comprar, ya que eso también lo hacía él. Pero tengo que reconocer que no he espabilado tanto como tu, quizá por la falta de tiempo, no se. Este finde te pediré recetas.

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  2. A la fuerza ahorcan, hermana. Mucho internet y mucha paciencia, pero hago platos deliciosos.

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  3. Sois un encanto de familia.

    Un abrazo FUERTE para esos hermanos -¿qué haría yo sin el mío?-,

    Lola.

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