Las llamadas de los lejanos compañeros te dan muchas alegrías, pero, algunas veces, te llenan los ojos de lágrimas que no puedes contener. Son tantos los recuerdos y las vivencias que, cuando te enteras que alguien con el que tanto has convivido durante tan larga vida laboral, fallece y lo ha llevado Dios, o quien sea, a otros cielos, se le viene a uno a la memoria la letra inolvidable de mi buen amigo Manuel Garrido, que hicieron eterna Los Amigos de Gines con la bendita música de Manuel García.
Pues el pasado fin de semana, me llegó una de esas noticias negras que jamás desearías recibir: el adiós, la muerte de mi querido compañero Carmelo Jiménez Herrera, gran amigo, gran profesional, cofrade de San Isidoro, y con el corazón más bético que el escudo y equipo de sus amores.
Tras la terrible noticia -aunque es normal, pero nunca nos acostumbramos a ella-, me pasó por la mente la película de los recuerdos, de esos grandes momentos vividos, de esas manzanillas sanluqueñas en la bodega Barón de la calle San Eloy, tan cercana a nuestro trabajo en la Plaza del Duque. Reviví todo cuanto nos habíamos reído por cualquier cosa; el mote que se ganó de "gafe" ganado a pulso; la cara cadavérica con la que aparecía los lunes porque a su Betis -y el mío- le habían calentado de lo lindo en el Villamarín o en campo contrario; las noches que con todo los compañeros nos íbamos de marcha por la Sevilla nocturna en un microbús escolar del padre de uno de nuestros compañeros...
El entró a trabajar en la empresa cuando yo tuve que ausentarme para la mili, en el año 1970. Desde entonces, y hasta que me destinaron a Córdoba, he convivido con él toda mi vida laboral, nuestras bodas, nuestros bautizos, nuestras alegrías y desesperanzas. Han podido más las risas que las tristezas en tantos años. Hoy lo recuerdo como era: alto, moreno, guapo, de buena patada futbolera, triste como el célebre personaje de "Don Pésimo" en algunas ocasiones, y pasado en el humor como en las viñetas tebeísticas de "Don Óptimo". Lo de "gafe" nadie se lo quitaba porque cualquier cosa, por muy leve que fuese, le pasaba a él, y fueron cientos las anécdotas entre risas que comentábamos al respecto con todos los compañeros.
Ahí lo tienen, en nuestro estudio de artística, izando la Copa del Rey -en su primera edición- que conquistó el Betis en Madrid en el Vicente Calderón frente al Bilbao el año 1977. Hoy, desgraciadamente, tan sólo nos queda su imagen alegre en el recuerdo. Fue de los compañeros que dejaron esa huella imposible de borrar de la que nos hablaba Manuel Garrido, y por eso, por su ejemplo y compañerismo, hoy se nos ha muerto algo en el alma a los que tuvimos la suerte de conocerlo. ¡Descanse en paz!
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Descanse en paz tu amigo. Una oración por su alma, y a tí, un abrazo, Emilio.
ResponderEliminarEs verdad que con cada muerte de un amigo se te va parte de tu vida. Son vivencias, cariños, alegrías. Todos en esos momentos estábamos conformando y edificando nuestras vidas en torno a una familia. Es ley de vida la muerte, afortunadamente inexorable para todos, pero la vida es más gratificante.
ResponderEliminarUn abrazo.