Sobre mediodía de hoy, los medios de comunicación nos alertaron de que había fallecido, en la madrileña y elitista Clínica Ruber de Madrid, el plenipotenciario ministro del PSOE, famoso por muchas cosas, aunque no sólo por su casamiento en segundas nupcias con Isabel Preysler, la ex de Julio Iglesias, el que decía cantando que lo mejor de su vida, de Isabel -ay, la juventud-, se lo había llevado él. Siento su muerte en lo más hondo, aunque ni más ni menos que la de cualquier humano que tiene que abandonar este mundo que él se encargó de hacer más ingrato.
Jamás le tuve aprecio a este hombre, a este socialista, que, como su jefe, nos engañó a todos. Ya no fue el caso de la rara expropiación de Rumasa -¡Te pego, leche!- que puso de los nervios a José Ruiz Mateos y que forró, de paso, a varios de la cumbre del nuevo régimen de la mano y la rosa. Inicio de algo que todavía no ha tenido fin. Lenta es la Justicia. ¿Pero convenía que fuese a paso de tortuga para que cambiase de manos el dinero -legítimo, o no- del bodeguero jerezano? Lo más grave de este falso socialista que ha sufrido la mala humorada del Destino, que es morir el mismo día de su santo Patrón, fue la aprobación de la liberalización de los horarios comerciales, lo que le hizo acercarse a los grandes empresarios y a hacernos esclavos a los trabajadores del comercio, ese grupo de millones de hombres y mujeres, sin conciliación familiar posible, que no podían ver a sus hijos los domingos, que perdieron a sus amigos de toda la vida del fútbol semanal, y que hablaban sin parar de la "O" de obrero de un partido que iniciaba su senda capitalista, y, por supuesto, de las ideas de don Miguel, que ha vivido como un dios y ha muerto como uno más, y despreciado por aquellos que confiaron en el socialismo y perdieron la esperanza del cambio en el camino.
Jamás me puedo alegrar de la muerte de un hombre. Y, como cristiano, ya le he dedicado en silencio la antigua oración de un Padrenuestro. Dios, o quien sea, lo habrá llevado al Paraíso. Ignoro si hay uno para ricos. Él, con un decreto, un triste decreto, llamado "Boyer" para más sarcasmo, nos llevó a la muerte a muchos millones de españoles hace treinta y tantos años. Si a él, como se decía humorísticamente, le había caído "la china", a nosotros nos cayó de pleno la piedra de la desesperanza en todos los políticos y, muy especialmente, en aquellas fechas, en él, en ese francés de San Juan de Luz que se presentó a diputado por la provincia de Jaén -ignoro si por aquello de la cercanía-, que ha muerto más rico que ¡Ojú!, y al que mañana nadie recordará, sólo los que tuvimos su bota opresora sobre nuestras cabezas.
¡Que descanse en paz el hombre! Lo cortés no elimina las formas.
Sí, recuerdo aquello, se metió mano a Ruiz Mateo, pero se dejó en el "tintero" al "patriarca" catalán, que ya apuntaba maneras, por lo sabido posteriormente...
ResponderEliminarEmilio, fino, certero y hasta cortés, buen artículo...
Comparto tu visión, Emilio. Este hombre fue prototipo de chaquetero, de los que no quitaban ni ponían reyes pero ayudaba a su señor, ese que Góngora llamaba "don dinero".
ResponderEliminarDel PSOE, y una vez defenestrado por Guerra, quiso ingresar en el PP, pero sólo logró entrar en FAES por medio de su amigo Aznar. ¿A qué jugaba este socialista? Todos, queridos Carmen y Andrés, me han defraudado. Es más difícil dar con un político honrado que acertar el euromillón.
ResponderEliminarEstos señores se han ganado la antipatía general a pulso y son de aquellos que sólo tendrán tras su féretro aquellos a los que estuvo unidos por el interés más flagrante. Y es que creen en la inmortalidad del cuerpo...
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