Ayer pensaba haber viajado a mi barrio para asistir a la misa que, en la plaza del Altozano, ofrecía la bicentenaria Hermandad del Rocío de Triana con motivo de esos doscientos años de creación. Incompatibilidades con los horarios de los trenes y la hora de la ceremonia, me impidieron hacer el viaje y haber podido gozar de unas horas de asueto con mis amigos. Opté por lo que hago todas las mañanas: la llamada "Ruta de los 24", para ir a visitar a mi pequeña Lola y disfrutar de ella un buen rato. El día era hermoso e invitaba a acercarse a la cercana sierra -la que cantase Antonio Machado-, o dar una vuelta por la ciudad, que siempre es un bendito ejercicio para los ojos por sus mujeres y por sus monumentos, y para el gozo del espíritu.
Opté por lo segundo, y aunque el sábado ya estuve brujuleando por la treinta y tres edición de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, me acerqué de nuevo para espiguear por sus mesas y estantes, aunque cada vez traen más libros de saldo y menos libros interesantes de viejas ediciones. Pero siempre encuentra uno algo y a muy buen precio, que no están las cosas como para hacer gastos suntuosos. Había ambiente, mucho ambiente familiar en torno a las "casetas", y los padres se afanaban en comprar a sus hijos esos libros de cuentos y aventuras al que suelen aficionarte a la lectura con el paso de los años. Siguen siendo los libros infantiles los grandes triunfadores de estas ferias anuales que recorren todas las ciudades de nuestro país, siendo tal vez por eso que el gremio de libreros monta una gran cantidad de actividades paralelas para que los pequeños se lo pasen de lo lindo.
El día soleado y luminoso, con la temperatura ideal de este tiempo, olvidadas ya las rigurosas calores veraniegas, invitaba a pasear tranquilamente, a escuchar con atención a los músicos callejeros y a sentarse, para darle un vistazo rápido a la compra, en las muchas terrazas del bulevar. Sólo se escuchaban las voces de los niños, alegres en este domingo de paseo, las baladas musicales y el murmullo de la gran fuente del paseo. Las bendiciones de este día otoñal caían del cielo como un regalo de Dios o de los dioses.
Nada mejor que dejar llevarse en los pasos con el afán del día. La obligada cerveza tuvo su tiempo y hora en el casi recién estrenado Mercado de la Victoria que, al estilo del madrileño de San Miguel, es lugar para pasar un buen rato y encontrarse con viejos amigos al amparo de una buena tapa y una necesaria conversación. Vuelta a casa y la última "paraíta" en el "Cosso", en el hermoso recinto que ha abierto mi amigo Diego Jordano en uno de los soportales de la plaza de toros cordobesa. Lectura a la prensa del día con todas las calamidades y siniestras noticias a que nos tiene acostumbrados; reflexiones interiores en esos minutos de soledad, y a almorzar para mantenerse en pie. No hace falta más para sentirse un hombre feliz y dar gracias por cada día que la vida nos regala.
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