sábado, 15 de junio de 2013

DESDE MI TORRE: LOS GRANDES SILENCIOS DE CÓRDOBA


 

Como en Sevilla la Giralda, antes del adefesio de la "Torre Pelli", en Córdoba su torre lo domina todo: el valle, la hermosa campiña y sus sierras, la Morena que cantase Antonio Machado y la Subbética que tanto hiciese sufrir por sus rutas de bandoleros a Julián Antero de Zugasti. La torre está siempre vigilante de estas arterias de pequeñas calles que siempre desembocan en ella. Cuando suenan sus campanas es un gozo para el alma, como cuando mi torre sevillana echa al vuelo sus bronces y se cimbrean de gozo las callejas adyacentes y las palomas vuelan asustadas.

Pero quitando esas horas puntuales que tantas veces he tenido la suerte de disfrutar, mientras en Sevilla el rumor es constante y se nota la algarabía, en Córdoba hay horas, muchas horas del día, en los que asusta el silencio. Vivo en una de las avenidas con más tráfico de la ciudad, ya que está al lado de la estación del AVE y es entrada natural de la antigua nacional de Palma del Río. Pero cuando un poco más tarde de la hora del Ángelus salgo con mi amigo Paco a dar un paseo y nos sentamos en un coqueto bar nuevo, abierto en los mismos bajos del Coso de los Califas, llamado "Cosso" y subtitulado como "Espacio Cultural Cruzcampo", algunas veces, aunque pasen coches por un lado y otro, el silencio se impone casi como una norma de la ciudad que me acoge. Se lo comento a él: -Qué gran silencio, qué gran serenidad la de esta ciudad en la que ni los automóviles hacen ruido. Parece, como diría el poeta José Hierro, que todos se hubiesen ido o muerto.

Ya asustó ese silenció a Azorín cuando dijo que Córdoba es una ciudad de silencio y melancolía y que en ella se escucha el alma de las cosas. También Rafael Álvarez Merlo decía de ella que cualquier silencio es más fuerte que la pregunta. Como callada la definió nuestro paisano Manuel Machado en su "Canto a Andalucía", y fue otro paisano nuestro, Rafael Laffón, quien dijo aquello de Córdoba, serena y parca. El gran poeta pontanés Juan Rejano, que tanto y tan bien la conocía, nos dejó escrito Oh, Córdoba, oh, panal de los silencios, y Julio Aumente: ¡Oh, silenciosa Córdoba callada, dormida en el rumor de la corriente!
El silencio que también describía Concha Lagos: Silencio dicen las torres, lo repiten las veletas...

Solo hay que pasear sus calles o sentarse tranquilamente cuando en muchas ocasiones el silencio, ese silencio especial, domina hasta nuestras propias conversaciones. Algunas veces, es un silencio que asusta.

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