UN PASEO POR EL TARDÓN (1)
Pocas barriadas dentro
de un gran barrio como es Triana –raíz y matriz- gozan de tan conocido nombre
como el de esta periferia urbana que estuvo a punto de ser llamada como de la
Virgen de la Esperanza en 1957 y que, pocos días más tarde, da en llamarse y
ser titulada como de San Gonzalo, a pesar del barrio anexo del mismo nombre.
Los munícipes de aquel tiempo –como los de ahora- estaban tan despistados en
nomenclaturas que al final el pueblo, siempre sabio, siguió llamándola “El
Tardón”, nombre que ha prevalecido desde antes del siglo XIX.
Dicen los que saben,
que más o menos donde está ahora la Plaza de San Martín de Porres, al final de
San Jacinto, existió un fielato de los habituales en las entradas de caminos
que venían del cercano Aljarafe. Uno de ellos transcurría por la que hoy
conocemos como avenida de Álvar Núñez, y el otro, llamado de “Los Gordales”, y
también de “El Botijero”, por la de Juan Díaz de Solís, aunque ya a principios
del siglo XX todo ese gran espacio se denominó como “Cortijo del Aceitero”,
denominación que consta en los papeles oficiales de los pisos que, sobre estos
terrenos, comenzara a construir, a inicios de los años 50, el Instituto
Nacional de la Vivienda en tiempos del gobernador civil don Alfonso Orti
Meléndez-Valdés (1949-1959), y para cuya adquisición se debería depositar la
cantidad de 4.025 pesetas –una cantidad muy seria para los tiempos-, y una
mensualidad de 277, 06 de la primera mensualidad. Hoy nos puede parecer de risa
lo que en nuestros días no equivale a un euro y pico, pero aún me sorprende que
las 2.000 familias que ocuparon aquellos pisos pudieran hacer frente al tirón.
La mayoría de los que
allí formamos nuevo asiento, éramos provenientes de familias desalojadas de
viejos corrales, emigrantes y nuevos matrimonios. Una buena cosa tenía este
“Tardón” al que tanto recordamos: y es que era como la prolongación gigantesca
de nuestras casas de vecindad de nacencia, que casi todos sus habitantes eran
jóvenes, y que hubo una generación importantísima en la historia de Triana que
creció con los mismos juegos, las mismas escuelas y los mismos argumentos de
vida. Ah, y otra más, muy importante: que el gobierno repartió a los moradores
para que hubiese un equilibrio de convivencia. Y así, en cada casa, donde
vivían 20 vecinos, los ocupadores eran administrativos, funcionarios, gitanos,
comerciantes, hosteleros y… en todos estos bloques anexados habitaba un miembro
de la Policía Armada o de la Guardia Civil, con lo cual todos los conatos
posibles vecinales estaban ampliamente controlados.
El paso de la casa del
“Turruñuelo” al “Tardón” significó para mí un gran cambio en mi vida. De tanto
vivir en lineal, ¡qué vértigo de miedos la primera vez que me asomé al barandal
de su balcón! De tanto vivir en solitario, ¡qué alegría de formar parte de una
amplia comunidad de niños y niñas que más o menos teníamos las mismas edades…!
¡Qué gran gozo pasar allí de la infancia a la juventud, robar los primeros
besos y sentirlos robados, percibir los primeros calambres de la sexualidad,
adivinar la belleza de un rostro y de unos pechos que aún estaban formándose!
Fue la fragüa de muchos millares de trianeros que ya hoy peinamos canas, pero
que allí descubrimos, poco a poco, serenamente , la sabiduría y el placer de la
vida.
Todo el barrio era
nuestro, porque todo se abría ante nuestros ojos: sus plazas de Góngora y de Luis
Mensaque; sus calles transversales:
López de Gómara, Lorenzo Leal y Rubén Darío; sus pasos sin salida, como Antonio
Machado o López Pinillos; sus túneles tristones, sus vericuetos y rincones
perfectos para el primer y más temeroso beso… Toda la chavalería nos sabíamos
sus perfiles de memoria: Alarcón, Gabriel y Galán, Gonzalo de Berceo, Jacinto
Benavente, Lucas Cortés, Manuel de Lando… La tienda de Primitivo, “El Cañón”,
la farmacia, el puesto de los churros y patatas fritas…
Un nuevo vivero fue “El
Tardón” para hijos del artisteo y la farándula: Los Montoya, Isabel Pantoja,
Los Morancos, Lucía, Lola Carmona…
Barrio de artistas, pintores,
de poetas y toreros.
¡Qué buen mantillo en tus surcos,
Cortijo del Aceitero!
(Triana Crónica. Nº 11. Diciembre de 2011)
Que grande la tienda de Primitivo, hoy rebautizada como ecoprimi, y que la llevan sus hijos con miles esfuerzos, porque ya se sabe que los grandes supermercados se comen estos colmaos....Y el cañón que estuvo funcionando tal y como era hasta hace unos años, hoy reformada la llevan unos colombianos que por cierto tienen tol arte....Un abrazo mu fuerte Emilio, y a seguir en la brecha....
ResponderEliminarDiego Cruz.
Me acuerdo perfectamente de la tienda de Primitivo en la plaza de Luis Mensaque. Aquello era una tienda de comestibles hasta que mi padre y algunos funcionarios comenzaron a plantearle la necesidad de una copa y una tapa. Aquello fue un éxito. Primitivo, además, era un tipo encantador. Mis hijos fueron amigos de sus hijos, pero yo ya era de otra generación.
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