AQUELLOS PASEOS MÍOS CARTUJANOS
Ni a soñar que me echara en aquellos mis años infantiles,
cuando mi abuelo me llevaba en su pesado carro “Orbea” a la fabrica de la
Cartuja a recoger platos y tazones de loza con algunos deterioros, para la
vajilla destartalada del corral comunal, me imaginaba tanta historia condensada
en aquel gran edificio que enseñaba sus hornos desafiantes al cielo trianero.
Para mí, aquellos paseos significaban una hermosa excursión al lado de una de
las personas que más quería. Desde entonces, jamás pudo borrarse aquel entorno
de mi memoria, y mi imaginación aún hacía más hermosa la visión que más tarde
pude encontrarme en los libros: su pasado almohade vinculado a la alfarería, la
leyenda de la aparición de la Virgen a la que dieron en llamar de Santa María
de las Cuevas, su primera ermita, la fundación del monasterio por el Arzobispo
don Gonzalo de Mena, la construcción de la iglesia gracias a don Perafán de
Ribera, el establecimiento de la orden cartujana y la opinión de Andrea
Navagero sobre cómo vivían los discípulos de San Bruno: “En buen escalón están los frailes que viven aquí, para subir desde
este lugar al Paraíso”…
Nada sabía entonces de la gravedad que sufrió el edificio
cuando el terremoto de Lisboa allá por 1755, ni del saqueo a que fue sometido
por parte de las tropas francesas, ni de la expulsión de los cartujos con la
desamortización de Mendizábal. ¿Cuántas obras de Arte desaparecerían de sus
estancias en aquellos tiempos convulsos, estancias decoradas por las manos de
Martínez Montañés y Alonso Cano, Zurbarán y Murillo, Duque Cornejo, Juan de
Mesa…? Mientras unos hermosean la vida a
través de la palabra, la gubia o los pinceles, otros la aniquilan invocado el
fuego y el hacha. Fueron malos tiempos para la lírica, después de aquellos
grandes de esplendor con las grandes aportaciones de mecenas y con las visitas
reales de Carlos I, y de Felipe II, de Felipe IV y Carlos IV, con las largas estancias del
conquistador Cristóbal Colón y su familia, de la mística Santa Teresa…
Toda la vida contemplativa de cuatrocientos años se vino a
tierra, hasta que el inglés Charles Pickman, apoyado financieramente por el
sevillano Juan Pedro La Cave, primero alquila y compra después este lugar que
desde 1841 se dedica decididamente a la fabricación de cerámica y porcelana, con
unos sistemas revolucionarios para la época, convirtiéndose a lo largo de los
años en toda una institución en la vida sevillana hasta 1982 en que cambia sus
instalaciones, conjunto declarado Monumento Nacional en 1964, y que a partir de
su desalojo se transfirió al Gobierno de Andalucía, que de cara a la Exposición
Universal de 1992 es totalmente remozado para ser Pabellón Real durante la
misma, y después Centro Andaluz de Arte Contemporáneo y Rectorado de la Universidad
Internacional de Andalucía.
En la segunda mitad del XIX la fábrica fue cuando consiguió
todo su esplendor, y fue nombrada Proveedora de la Casa Real en 1871 por Amadeo
I de Saboya, quien a su vez nombra, dos años más tarde, Marqués de Pickman al
fundador de esta Cartuja, que siempre se ha dado en llamar de Sevilla, estando
situada en Triana, de donde salieron no pocos artistas del arrabal para
trabajar en ella.
Por ella siguieron pasando reyes como Isabel II en 1862, y
Alfonso XII en 1873, y la Regente María Cristina en 1892, y Alfonso XIII en
1904, pero por allí pasaba yo a recoger vajilla usada a lomos del carro de
paralítico de mi abuelo Ramón, sin duda mis más recordados paseos cartujanos.
(Triana Crónica. Nº 6. Junio de 2011)
Y llegaron los gestores forasteros de la Expo´92 (Pellones y Casinellos) y se inventaron aquello de "la isla de la Cartuja".¡Lagarto, lagarto!, pensamos entonces. Aquello ya no era Triana, ni siquiera Sevilla, sino el predio de unos tunantes que para nada querían que los poderosos influjos del barrio y la ciudad "intoxicaran" su negocio.
ResponderEliminarY lo que tuvimos que gritar para que Triana, el barrio de la Cartuja, fuera -mínimamente- salvada de un abandono que parecía hecho adrede.
Estupendas las crónicas, Emilio, por lo que enseñan y lo que sugieren.
A.Vela en la firma del comentario...
ResponderEliminarTú bien conoces de primera mano estas croniquillas que estoy dando a conocer a aquellos amigos que las desconocen. No tienen más valor que el sentimental. La Cartuja me trae recuerdos de la pobreza, pero la suerte de viajar con mi abuelo, espalda con espalda, en aquel carrito que lo ató en sus últimos años. A pesar de los malos tiempos, yo era feliz, y ahora, con una España "supermodernizada" tengo un cabreo de órdago por los nuevos "pellones y casinellos" que se han apropiado de ella. ¡Cosas...!
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