viernes, 1 de febrero de 2013

CRÓNICAS DE MI TRIANA (5)


UN PENÚLTIMO GOLPE DE PIQUETA

Una de las calles por donde más se detendrán nuestros pasos, será la de Castilla, la antigua senda de las extremaduras, la calle ancha y larga que tenía, y tiene, motivos suficientes para posar en ella nuestra mirada. Es un paseo que hay que hacer con tiempo y por partes, para que nada escape a cuanto encerró de vida y gloria. Fue calle trajinante, fielato de los víveres y caldos que entraban desde el ubérrimo Aljarafe y el amplio y fertilísimo Condado, vía para las caballerizas y desvencijados carromatos que acercaban a la ciudad los ladrillos de la Vega y las lozas cartujanas, arteria de quincallas, tiendas de ultramarinos, mesones y posadas…

Así llamada desde 1533, la de Castilla siempre ha gozado, desde antiguo, de un encanto especial. Sigue siendo hoy, aunque venida a menos, bulliciosa y jaranera, encantadora en el meandro de San Jorge y Callao, señorial por tramos, pueblerina en las pocas edificaciones que quedan del XIX, nostalgiadora de coplas de otros tiempos en las tascas –como la de los hermanos Ballesteros- que se ceñían a su cintura, nazarena en la O, doliente y expirante en el Cachorro, jubilosa cuando el Simpecado del arrabal pasa con señorío buscando la senda rociera…

Poco a poco la iremos descubriendo en estas crónicas trianeras, pero hoy, desolados, vamos a hacer un alto en lo que pudo ser y no fue por mor de la incultura que siempre acompañó a los munícipes de todos los tiempos. Paremos nuestra mirada en el tramo que nos lleva desde el Callejón de la Inquisición hasta el antiguo hospital de Santa Brígida, en el que se alza el actual templo desde 1702. Miremos la aberración de los nuevos edificios y soñemos el tiempo de cuando allí se alzaban las almonas, musulmanas primero y reales después, en tiempos de Juan II, y salía por sus puertas, para todo el mundo, el jabón más afamado y de más prestigio universal.

El año 1999, por culpa de la especulación y del trinca-trincando de las autoridades, Triana perdió la gran oportunidad de gozar en sus lares de un inmenso edificio catalogado, con un patio mudéjar que se conservaba a la perfección y con gran parte de su fábrica en pie. De nada sirvió la voz defensora hasta la extenuación del historiador Joaquín González Moreno y la de algunos trianeros que, como siempre, contemplaban impotentes el penúltimo golpe de piqueta al alma monumental del arrabal. La historia de ocho siglos se vino abajo con la anuencia de Manuel Chaves, de su concejera de Cultura Carmen Calvo, de la UNESCO, de la Dirección General de Bellas Artes, y de los cuatro alcaldes por los que pasó el expediente: Luis Uruñuela, Manuel del Valle, Soledad Becerril y Alfredo Sánchez Monteseirín…

Las Reales Almonas, citadas con efusión por historiadores como Pedro de Medina en “Grandezas y cosas memorables de España” y Alonso Morgado en su “Historia de Sevilla”, ponían su punto y final en Triana por la ineficacia de nuestros políticos. Atrás, sepultados por el nuevo hormigón de la modernidad, se habían quedado los nombres de los Ponce de León, Álvaro de Luna, los Ribera, los Medinaceli…, y el mejor jabón del mundo, el producto singular que con la marca “Castilla”, como el nombre de su calle, había conquistado el corazón de Inglaterra.


(Triana Crónica. Nº 5. Mayo 2011)

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