UN PENÚLTIMO GOLPE DE PIQUETA
Una de las calles por donde
más se detendrán nuestros pasos, será la de Castilla, la antigua senda de las
extremaduras, la calle ancha y larga que tenía, y tiene, motivos suficientes
para posar en ella nuestra mirada. Es un paseo que hay que hacer con tiempo y
por partes, para que nada escape a cuanto encerró de vida y gloria. Fue calle
trajinante, fielato de los víveres y caldos que entraban desde el ubérrimo
Aljarafe y el amplio y fertilísimo Condado, vía para las caballerizas y
desvencijados carromatos que acercaban a la ciudad los ladrillos de la Vega y
las lozas cartujanas, arteria de quincallas, tiendas de ultramarinos, mesones y
posadas…
Así llamada desde 1533, la
de Castilla siempre ha gozado, desde antiguo, de un encanto especial. Sigue
siendo hoy, aunque venida a menos, bulliciosa y jaranera, encantadora en el
meandro de San Jorge y Callao, señorial por tramos, pueblerina en las pocas
edificaciones que quedan del XIX, nostalgiadora de coplas de otros tiempos en
las tascas –como la de los hermanos Ballesteros- que se ceñían a su cintura,
nazarena en la O, doliente y expirante en el Cachorro, jubilosa cuando el
Simpecado del arrabal pasa con señorío buscando la senda rociera…
Poco a poco la iremos
descubriendo en estas crónicas trianeras, pero hoy, desolados, vamos a hacer un
alto en lo que pudo ser y no fue por mor de la incultura que siempre acompañó a
los munícipes de todos los tiempos. Paremos nuestra mirada en el tramo que nos
lleva desde el Callejón de la Inquisición hasta el antiguo hospital de Santa
Brígida, en el que se alza el actual templo desde 1702. Miremos la aberración
de los nuevos edificios y soñemos el tiempo de cuando allí se alzaban las
almonas, musulmanas primero y reales después, en tiempos de Juan II, y salía
por sus puertas, para todo el mundo, el jabón más afamado y de más prestigio
universal.
El año 1999, por culpa de la
especulación y del trinca-trincando de las autoridades, Triana perdió la gran
oportunidad de gozar en sus lares de un inmenso edificio catalogado, con un
patio mudéjar que se conservaba a la perfección y con gran parte de su fábrica
en pie. De nada sirvió la voz defensora hasta la extenuación del historiador
Joaquín González Moreno y la de algunos trianeros que, como siempre,
contemplaban impotentes el penúltimo golpe de piqueta al alma monumental del
arrabal. La historia de ocho siglos se vino abajo con la anuencia de Manuel
Chaves, de su concejera de Cultura Carmen Calvo, de la UNESCO, de la Dirección
General de Bellas Artes, y de los cuatro alcaldes por los que pasó el
expediente: Luis Uruñuela, Manuel del Valle, Soledad Becerril y Alfredo Sánchez
Monteseirín…
Las Reales Almonas, citadas
con efusión por historiadores como Pedro de Medina en “Grandezas y cosas
memorables de España” y Alonso Morgado en su “Historia de Sevilla”, ponían su
punto y final en Triana por la ineficacia de nuestros políticos. Atrás,
sepultados por el nuevo hormigón de la modernidad, se habían quedado los
nombres de los Ponce de León, Álvaro de Luna, los Ribera, los Medinaceli…, y el
mejor jabón del mundo, el producto singular que con la marca “Castilla”, como
el nombre de su calle, había conquistado el corazón de Inglaterra.
(Triana Crónica. Nº 5. Mayo 2011)
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