ESTA LUZ DE VELÁ
Es muy fácil hablar de la luz de primavera en la ciudad, está al alcance de cualquier letrista de sevillanas o de pregonero de la Semana Santa en una peña bética. Tampoco es complicado hablar de la luz de Sevilla en el otoño, íntima como una plazoleta, serena, secreta. Nadie habla de esta luz de procesión de la Virgen del Carmen, de esta luz de Velá de Triana. Es la luz única de los lentos atardeceres de los días más largos. Paraíso cerrado para pocos, que hay que contemplar desde el puente, desde los jardines de la orilla del río, desde el largo paseo de la vieja y nueva Torneo. Va poniéndose el sol y en el cielo se dibuja la más hermosa paleta de los rosáceos, que luego viran a violáceos, a càrdenos, a malvas. Se pone el sol tras el Aljarafe y quedan unas nubes que parece eternizan esos rosáceos reflejos. En un instante, ya no se ven esas nubes y todo se torna azul. Primero un color turquesa intenso, casi acuífero, que nos hace pensar que la mar de Huelva se ha puesto de golpe sobre la cornisa aljarafeña. Y luego, el azul de la noche, intenso, salpicado de estrellas, con la fresca mareíta que viene del río. Supremo espectáculo de la luz, sorprendente noticia de cada noche. Medalla del amor de la ciudad con su luz. Ese atardecer de ayer no será el mismo que el de mañana. El de mañana será más hermoso todavía.
(Diario "El Mundo de Andalucía". 21 de julio de 2002)
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