Cuando la ciudad entera parece un plató de cine donde el director grita el célebre: ¡Silencio. Se rueda! Cuando ya no cantan las chicharras, está desganado y tímido el sol, y parece que el otoño ha entrado en su fecha exacta como el AVE -que es lo único puntual de nuestro país-; cuando no anidan por las calles las risas de los niños, que ya están en los colegios; cuando sólo hay que mirar las caras de las personas para darse cuenta de las huellas que marcan las tristezas; cuando uno visita el mercado del barrio y ve le desazón en los puestos y la poca alegría para comprar; cuando las calles están habitadas de viejos sentados en los bancos modernistas y por una juventud ociosa alrededor de una litrona; cuando los bares y tabernas, que antes eran centros de encuentros se convierten en lugar de soledades; cuando uno entra en una iglesia para animarse ante Dios y sólo ve el altar dorado al fondo y los sillares vacíos, un pobre en la puerta, y hasta seca la pila del agua bendita; cuando en un día tan normal como un martes la ciudad parece que se haya levantado aún dormida..., el silencio es un gigante que da miedo. ¿No os da miedo el silencio?
Nuestro país, tan de siempre jaranero, colorista, bullicioso, de altas voces..., me da la sensación de que se ha quedado mudo de pronto en sus labios y en su corazón. La gente huye del amigo porque sabe que no puede pagarle un copa como antes, o porque le da miedo de que le pida un dinero perentorio del que no dispone. La solidaridad ha dado paso a la soledad más esquiva. Las conversaciones han caído en el pozo de la depresión más profunda. Y para qué contar las penas. Ya nos lo dijo Juan Manuel Flores en el célebre disco de "Lole y Manuel": "To er mundo cuenta sus penas / pidiendo la comprensión, / quien cuenta sus alegrías / no comprende al que sufrió..." Pero hoy todos sufren, porque todos tienen penas, porque este mundo de fantasías se ha ido a la nada de la noche a la mañana. Nos embaucaron, pero el personal respondía. La gente se hacía cuenta de lo que ganaba y lo tenía repartido, aunque malamente. De vacaciones a Chipiona se pasó al Caribe, de una Primera Comunión con chocolate y picatostes en casa de la abuela a una celebración en el mejor restaurante de la ciudad por valor de más de 12.000 euros de nada; de la boda de un obrero y una cajera de Hipercor en la terraza más cercana a un suntuoso convite... ¡Jauja existía!, aunque nadie les dijo aquello de que la vida es un cambio en natural evolución, y que lo que hoy era blanco mañana podría convertirse en negro.
Aquellos que vacilaban de haber ido a Cancún con el todo incluído, negros y negras sexuales, mojitos al pie de las playas caribeñas, tetas al aire y bikinis al vuelo, hoy están más tiesos que un bloque de cemento, sin poder terminar de pagar el viaje, la comunión de la niña, la interminable hipoteca, la comunidad, la factura del móvil -totalmente necesario en nuestros días, imprescindible, y mejor si de alta gama-, el seguro del coche y sus lógicas averías. Ya nadie da duros a cambio de pesetas. Pero, a estos tantos y tantos que me han vacilado de BMW, de comidas espectaculares, de separaciones y divorcios porque sí: porque la amiga de la mujer estaba más buena que la propia..., contra los que yo podría vacilar ahora, me dan lástima, pena y profundo pesar.
Córdoba siempre se ha dicho que es la ciudad del silencio. Lo apuntó Lorca y Manuel Machado, y todo el Grupo Cántico, a pesar de que este grupo era el más ruidoso de la ciudad, de una ciudad que nunca entendió la homosexualidad de la mayoría de sus componentes, y más en aquellos años mágicos.
Pero tanto silencio de la ciudad en la que vivo, me asusta. Tanto silencio de una Sevilla en la que estuve ayer, me asusta aún más. Para mí, el silencio es como una gran tormenta de la que no sé cómo defenderme. La palabra puede ser vana, huera, irónica, hiperbólica, serena..., pero siempre lleva un tono de voz que aviva el ambiente. Hoy no existe. La crisis se ha llevado por delante ese genio vivo de nuestra expresión natural.
A mí me da mucho miedo el silencio -quizás porque lo haya vivido mucho-. ¿No os da miedo a vosotros este silencio que sella con cinta americana la expresión de nuestros labios, tan alegres antes de esta crisis que nos está quitando lo mejor de nosotros mismos? No me dan miedo las tormentas, ni la lluvia que cae de vez en cuando sin piedad, como en el 2010, ni el viento que agita a los árboles hasta derribarlos. Pero el silencio me acojona, porque parece el anticipo, la señal de que nada bueno va a venir a nuestras vidas.
Córdoba, que ya he demostrado en más de una ocasión que no es senequista ni la madre que la parió, pero que es ciudad de cortas palabras, lenta en sacar la de Ubrique, y con la que con una cerveza te puedes llevar cuarenta minutos antes de que a alguien se le ocurra la tentación de invitar, está muerta de silencios...Una sola palabra puede cortarse en el aire con el filo de unas tijeras. De mi charpa habitual, han desparecido todos los amigos. De los bares, un noventa por ciento de sus parroquianos. De las calles, la alegría de cuando la esperanza nos alumbraba a todos y sonreíamos abiertamente por bulevares y aceras.
El silencio es impuesto siempre en espectáculos y misas. Cuando el silencio se impone en la calle, de manera natural, es que el país, sin darse cuenta, padece una depresión que asusta.
¿De verdad que no os da miedo tanto silencio junto?
No logro imaginar ese silencio.
ResponderEliminarAquí, en Madrid, no lo hay. O quizás es que desde que estalló el terrible 11 de marzo no ha desaparecido y ya nos hemos acostumbrado. Por ese día sí viví aquel silencio y sé que esta bendita ciudad, tan poco comprendida, no volvió a ser la misma.
Quizás lo que me parece bullicio sea el silencio ya asumido.
Claro que da miedo ese silencio, como dio miedo la ceguera que describes de quienes se dejaron engañar con esa "jauja". ¿No se daban cuenta de que quien vive o malvive de una nómina no está nunca a salvo?
En esa "Jauja" ayer oi decir en la barbería: se vivía de puta madre (literalmente) pero ¿quien? No había dinero para discapacitados ni para mejorar la atención a los ancianos ni para mejorar la escuela pública que siempre necesita mejoras, ni para residencias, ni para nadie que realmente, subrayo lo de realmente, lo necesitase, sólo para quienes lo usaban para Cancun o para la semanita de esquí en los Alpes.
Como daba miedo oír a las madres que sus hijos trabajaban catorce horas sin cobrar por el curriculum. Como daba miedo que se perdiera el concepto "horario laboral" o "sueldo digno". ¿Quien vivía "de puta madre"? ¿como se pudo ser tan iluso de no darse cuenta de que quien vive de una nómina siempre esta secuestrado?
El silencio es la secuela y el principio.
Un abrazo
Pero en Madrid estuve hace muy poco y también se nota ese silencio, a pesar de los coches y autobuses. Hay un silencio especial que es el que marcamos las personas, y a las personas se les engañó de cierta manera haciéndoles creer que podían vivir como ricos. En un país sin cultura, ha pasado lo que tenía que pasar.
ResponderEliminarCierto pero añadiría algo más: en un país que no quiere tener cultura y se burla de ella. Me duele decirlo pero es lamentablemente así, por que una cosa es la formación y otra la cultura. La formación no está al alcance de todos pero sí lo está el beber de lo que te rodea, mirar y aprovecharlo para aprender, aceptar las enseñanzas que te brindan las circunstancias y volver a pensar. Eso es lo que este país es lo que no se quiere. Y duele verlo y luchar contra ello para acabar siendo objeto de burla.
ResponderEliminarUn abrazo