Buenos días, extraordinarios, los que he pasado con mis hijos y nietos entre Isla Antilla e Isla Cristina, donde mi hijo Pablo tiene un piso en una calle tan marinera rotulada como Bonanza. Estar a la vera de ellos, aunque sea verano alto, es como descubrir y admirar, un año más, el misterio de la Primavera. Mis nietos están más altos y radiantes, y mis hijos, apuntando ya la cuarentena, más hechos y más guapos. Menos mal que tomaron la belleza de su madre, aunque de mí de seguro que han tomado la guasa, la dadivosidad y el desinterés. ¡Días geniales!
Comencé, cuando las calores eran fuego en Córdoba, visitando a mi hermana en Mazagón, en su casa a orillas de la playa. Tenía el pie quebrado de un infortunio que la llevó a que le escayolaran la pierna, pero, con todo y con eso, almorzamos y cenamos en dos hermosos sitios de este rincón pegado al Parque de Doñana. Hacía tiempo que no podía estar con ella ni con mis sobrinos, Tatiana y Álvaro, y la experiencia del encuentro fue muy interesante y provechosa. Al día siguiente, partí para Isla Cristina. Mi hijo me había dicho que llegase sobre el mediodía para que ellos pudieran descansar. ¡Qué poco conoce todavía a su padre! A las 8 de la mañana salí de Mazagón y en un momento me encontraba en Cartaya. Desayuné allí y la visité, porque siempre había ido de paso. Puse brújula hasta Ayamonte por la carretera general, aparqué, y me sentí como un Dios pequeño observando cómo el Guadiana entregaba su vida al mar. El viento me daba de cara y me hizo olvidar los cuarenta y muchos grados que había dejado en la tierra califal. ¡Qué alegría de mar, de pinos, de veleros, de aire y de horizonte cristalino...! En un salto, sobre las diez de la mañana, ya estaba mi coche aparcado en la puerta de mi hijo después de haber dado una vuelta por la lonja y ver la subasta de las sardinas, y decidí tomar unos exquisitos churros en un bareto que abre temprano y que está lleno, desde el amanecer, de borrachos nocturnos, guapísimas putas y olores a aguardiente de la tierra.
Oteaba desde mi sitial privilegiado el zaguán de mi hijo. Y lo vi salir, junto a mi nieto y un amigo, media hora más tarde. Vieron mi coche, miraron, y el silbido familiar le indicó el lugar donde me encontraba. Desayunamos todos juntos..., y ya empezó la vida. Paseamos las calles de Isla, fuimos al mercado, hicimos transacciones con las gitanas que venden coquinas en las esquinas cercanas, nos encaminamos a la playa cuando la hora del Ángelus caía sobre nosotros... ¡La felicidad!
Al día siguiente llegaba mi hija con su marido y mis nietos a Isla Antilla. Más gente para la diversión...
Un antiguo compañero, natural de Isla Cristina, Pedro Quesada, gran amigo, gran navegante y gran pintor, me había llamado días antes para que, cuando estuviésemos allí, lo llamase para navegar con los nietos, esas cosas que jamás pueden olvidársele a los críos. Fue una tarde deliciosa. Cuando mi amigo Pedro llegó al Puerto Náutico, los niños, la mano en horizontal, y más tieso que una vela de un "pasovirgen", con la guasa reglamentaria de la familia, le dieron el saludo de bienvenida: -¡A sus órdenes, mi capitán!, saludo que, evidentemente, habían ensayado con su abuelo diez minutos antes. ¡Qué artistas!
Navegamos. Los niños hacían diez mil preguntas a "su capitán". Mis hijos y yo mirábamos las estelas del mar donde en Enero, desde el mismo velero de mi amigo Pedro, habíamos depositado las cenizas de Lola. La tarde era apacible, maravillosa y, como una cinta de purpurina plata, nos parecía que su espíritu se asomaba sonriendo, como siempre, por las sorpresas que su abuelo, sin duda el preferido, le ofrece siempre a estos grumetes, tan correctos como cachondos.
¡Qué gran semana!
Me da mucha alegría que lo hayais pasado así de bien. Por lo que a mi respecta, me hizo muy feliz tu paso por mi casa, por mi vida, aunque me ha sabido a poco. Necesito más tiempo contigo, más conversaciones..... Que se repita pronto. Te quiero hermano. Te mando por correo electrónico la foto que nos hicimos durante el almuerzo. Tu hija dice que no se puede negar que somos hermanos, jajaja. Un abrazo.
ResponderEliminarEste paseo en el velero de Pedro ha sido unos de los momentos más felices de este año, y también de los más sentimentales ya que desde él, por estribor, echamos las cenizas de Lola al mar de Isla Cristina el día 31 de Enero. Parecía una estela de purpurina plata. JHamás se nos olvidará a Myriam y a mí. Y es que Loli, aún despues de muerta, quiso dejar luz en la memoria de su gente.
ResponderEliminarYo también me lo pasé muy bien contigo. Lástima de tu pierna, porque me hubiese encantado dar una vuelta contigo por esos maravillosos paisajes de Mazagón.