
Esta mañana, en Dios y enhorabuena
salí de casa y víneme al mercado;
vi un ojo negro al parecer rasgado,
blanca la frente y rubia la melena.
Llegué y le dije: “Gloria de mi pena,
muerto me tiene vivo tu cuidado,
vuélveme el alma, pues me la has robado
con ese encanto de áspid o sirena.”
Pasó, pasé, miró, miré, vio, vila;
dio muestras de querer, hice otro tanto;
guiñó, guiñé, tosió, tosí, seguíla;
Fuese a su casa, y sin quitarse el manto,
alzó, llegué, toqué, besé, cubríla,
dejé dinero y fuime como un santo.
Fray Damián Cornejo
(Siglo XVI)
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