Lo dejábamos ayer en esas confidencias que doña Pilar y yo teníamos en las muchas veces que tuvimos la ocasión de charlar a solas. Cuando hablábamos de su azarosa vida, de la muerte de Encarnación, de su amor tormentoso, de sus debilidades como mujer, de lo bueno y lo malo, de lo que se olvida pronto y de lo que jamás se olvida, siempre me contestaba igual: -Mire usted, Emilio, la vida es así, sencillamente. No hablábamos de sus maravillosos y sonados éxitos, de sus contínuos viajes, de su actividad febril desde 1946 a los años 70, de sus coreografías, de sus numerosas condecoraciones -Medalla de Oro, Cruz de Isabel la Católica-, de sus premios. No, no. Hablábamos de nuestros problemas y sinsabores, de la sociedad, de la política tan desastrosa que llevaba el país. Hablábamos -yo le preguntaba fervientemente- por la parte humanista que había encontrado a su paso, por la gente, cómo era, que sentía bajo el paragüas de su tutela. Y, entonces, se arrancaba a hablar con señoriales maneras pero con exaltación profunda, para que nada ni nadie se quedase sin nombrar por los rincones de su alma. Qué duda cabe que sabía más de Ignacio Sánchez Mejías que Andrés Amorós, que fue su biógrafo; más secretos de Lorca que los que haya podido descubrir el hispanista Ian Gibson; y más de Ramón Montoya y Pastora Imperio y toda una legión generosa de artistas que todos los flamencólogos juntos, Ella todo lo vivió en primera persona desde su infancia hasta su augusta vejez, y, como era una mujer tan sensible, lo absorbió con absoluta naturalidad, que es desde donde nacía esa fuerza para contarme la historia íntima de su vida sin que le temblaran los labios ni el pulso de sus bellas y afiladas manos.
![]() |
"FARRUCO" POR MIGUEL ALCALÁ |
Aparte del amor que le tenía a todos los bailaores y bailaoras, muy especialmente a "El Farruco", se desvivía hablando de Mario Maya, de "El Güito", de Antonio Gades..., ella tenía un icono íntimo para personas que habían pasado por su vida como algo especial, y me hablaba de Manuel Cano con veneración, contándome la anécdota de cuando al subirse el telón de boca de un teatro, donde actuaban, los flecos del mismo se enredaron en el clavijero llevándose la guitarra hasta el cielo de la embocadura ante la mirada atónita del concertista granadino y las risas de ella entre bambalinas. Me hablaba y no paraba de Luis Rosales -¡qué guapo era!-, al que admiraba y del que me contaba la mala suerte de haberse casado con una mujer que no seguía sus pasos intelectuales y que estaba deseando que vendiera su biblioteca "para hacer caja". Me hablaba de lo humano y lo divino, de su desastrosa vida sentimental, de la muerte de su amado perro... Tenía un cariño muy especial a nuestro común amigo Luis Caballero, siempre tan lorquiano, y especialísimo a Fernando Lastra, ginecólogo granadino al que todos llamábamos "Lastrón" por su alto porte, anchura y grandeza de corazón, aparte de ser un excelente poeta, compositor muy inspirado y cantaor por fandangos para "comérselo", casi todos ellos dedicados a la Virgen del Rocío, por la que sentía tanta devoción.
![]() |
FERNANDO LASTRA CANTANDO POR FANDANGOS |
Esta era doña Pilar fuera de los escenarios. Ella quería que yo moviese el tema para que, con la herencia de su hermana Encarnación, que permanecía intacta, se pudiera crear una Fundación cuyo dinero se destinase a la formación íntegra de los nuevos bailaores y bailaoras del Flamenco. La oferta, ciertamente tentadora, me dio miedo, no porque no supiera sacarla adelante, sino porque eso significaba tenerme que ir a vivir a Madrid, y porque mi trabajo me gustaba demasiado como para dejarlo, aunque mejor es que me hubiese lanzado sin pensarlo ante aquella propuesta ciertamente generosa e interesante.
Cuando me hablaba de sus espectáculos sus ojos se llenaban de algo especial, como si estuviesen iluminados por los reflectores de los grandes teatros, y se desvivía contándome mil anécdotas. También me contaba que era muy exagerada con la estética de sus artistas. Cada vez que uno nuevo entraba a formar parte de su "Compañía", lo primero que hacía, después de saludarlo, era entregarle dos cepillos nuevos: uno para la ropa y otro para el calzado. Con eso se lo decía todo. Y era norma que antes de empezar cada función, los artistas formaban en el escenario mientras ella revisaba al milímetro la indumentaria de cada uno y sus zapatos.
Jamás podría haber yo soñado que la gran maestra de la danza, doña Pilar López, se cruzaría alguna vez en mi camino, o yo en el de ella. ¡Cosas del Destino!
No hay comentarios:
Publicar un comentario