DE IZQUIERDA A DERECHA: EMILIO JIMÉNEZ DÍAZ, JUAN PEÑA Y JUAN CEMBRANO |
El martes me animé y, acompañado por mi buen amigo cordobés Juan Peña, dueño, señor y cocinero de uno de los mejores restaurantes de la ciudad califal, me planté en la Feria en menos tiempo que tarda en santigüarse un cura loco o en llevarse el dinero de las arcas públicas los habilidosos inventores de los EREs. Llegamos a Sevilla a las once en punto, en esa maravilla de tren que ha cumplido este mismo mes veinte años, y nos colocamos en un taxis en el mismo corazón de Triana: en El Altozano, atrio, portal y zaguán que siempre está abierto desde la cabecera del puente y que tiene como fielato la capilla del Carmen. Nuestra primera visita fue a ver la Virgen de la Estrella, paseando tranquilamente por la peatonalizada calle San Jacinto. Al salir de su modesto templo, justo al lado, la primera cerveza con una tapa de gambas frescas. De allí, y sin prisa alguna, nuestra visita a la Esperanza de Triana, para terminar a los cinco minutos en la maravillosa catedral alfonsina de Santa Ana, en la que serví de cicerone a mi buen amigo. Dos pasos más y, a las doce y media en punto, nuestros codos en la barra de Mariscos Emilio, dándole buena cuenta a una ración de ensaladilla, otra de bocas y una más de gambas a la plancha para entrar a la Feria con el ánimo dispuesto a lo que tuviese que venir.
Hermosísima la portada de este año, inspirada en la gran fachada de la iglesia del Salvador. Buen gusto y buen acierto. Una vez ya en el recinto, con apenas gente en él en aquella temprana hora, nuestra vuelta tranquila para observar las casetas y ver cómo iban entrando ya a sus calles los primeros carruajes tirados por briosos caballos. Y la primera paraíta formal fue en la de Eligio González, buen amigo y excelente anfitrión, donde ya nos esperaba uno de los miembros del sanedrín: Manuel Melado, el gran poeta-barbero de Sevilla al que Dios dotó de una amplia pasión a la hora de yantar. Tras los saludos y abrazos de rigor, un exquisito jamón, unos excelentes champiñones rellenos y unos inolvidables tacos de atún que nos hacían creer que estábamos en el mismo Cádiz. Punto y seguido hasta la caseta de Juan Cembrano, donde nos esperaba él y Ángel Vela, miembros del sanedrín de excursiones varias, y al que se unió el otro miembro que faltaba, José Luis Jiménez. El sanedrín ya al completo para dar buena cuenta de unas botellas de manzanilla y otras raciones de jamón para ir formando el cuerpo. Hasta mi hijo Pablo, con su mujer y mis nietos se unieron un rato, quizás atraídos por el olor de las viandas.
MANUEL MELADO, ÁNGEL VELA, UN SERVIDOR Y JOSÉ LUIS JIMÉNEZ |
Levantado el campo, nuevo paseo por el Real y otro encuentro afortunado, de nuevo con Eligio, en otra caseta de un amigo que nos fue presentado rápidamente y que nos hizo entrar con todos los honores para agasajarnos con la generosidad que tiene Sevilla. Manuel Melado, en solitario, dio buena cuenta a un plato de guiso, que es lo que lo pierde. Entre cucharada y cucharada, no paraba de contar anécdotas y chistes, entremezclándolos con algún que otro poema y copla. Este es el encanto de la Feria: entras, paseas, y no sabes con qué te vas a encontrar y cuándo vas a salir de ella. Ese es su misterio y embrujo, su mágica armonía y equilibrio, su canto a la amistad.
EN EL CENTRO, ELIGIO GONZALEZ, NUESTRO ANFITRIÓN |
Parecía que el cuerpo nos pedía más ganas de juerga y nos fuimos todos a la caseta de mi compadre José Luis Vega, más gitano que un tratante de ganado y generoso donde los haya. Ya la Feria estaba a tope y el paseo de caballos había tomado cuerpo. En ella, Melado no pudo resistirse a tomarse un plato de patatas en amarillo que no se lo saltaba un galgo. Y eso que decía que estaba desganado. Sale más barato comprarle un piso que invitarlo a comer. ¡Qué barbaridad, qué buen saque tiene a todas las horas del día!
¡ANDA QUE LO VA A COMPARTIR! |
Qué extraordinario día que no puede comprarse con todo el oro del mundo. Ya se me han cargado las pilas para unas cuantas semanas. Mi amigo Juan Peña venía pletórico del buen ambiente, del buen yantar, y de la amistad sin mácula que había gozado por parte de mis amigos del sanedrín, al que de seguro se va a apuntar en otras ocasiones. ¡Viva la Feria!
LA AMISTAD NO TIENE PRECIO |
Emilio me alegra enormente ver, que has cargado tus pilas en tu Sevilla, con tus entrañables amigos de Sevilla y sobre todo con D. Juan Peña, me encanta ver sonreir como siempre tu has sido, un fuerte abrazo
ResponderEliminarJoaquín
Querido amigo Joaquín: Tú has sido uno de los que han tenido la culpa de que aceptara ir a la Feria. No tenía gana alguna, pero habéis logrado convencerme y la verdad es que me lo pasé muy bien con mis amigos del Sanedrín y con Juan Peña, que bien sabes que es como un hermano mío.
ResponderEliminarMuchas gracias por la parte que te toca, y un abrazo.
Y yo me alegro tambien de verle pasar un buen ratito y en buena compañia. Un saludo.
ResponderEliminarGracias a todos por ese rato inolvidable que me hicisteis pasar. Así se llevan mejor los malos tragos.
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