jueves, 26 de enero de 2012

OFICIOS PERDIDOS, COSAS Y COSTUMBRES DEL AYER (26)


EL JUEGO DEL ARO

Nadie que tenga más o menos mi edad podrá decirme que no ha tenido un aro en su vida ni ha jugado con él. La imaginación de los niños de aquellos años de posguerra no tenía límites, y sólo hacía falta cualquier elemento de desecho para convertirlo en un juguete personalizado con el que pasarse horas y horas en plena actividad. Hoy, nuestras calles se han despoblado de niños jugando al trompo, a la lima, a la  piola -con, o sin espoliniqui-, a las chapas, a la tángana, al turco, al tejo, a las bolas (canicas para el profano), a las chapas,  a la pelota, al caballito, al pañuelo... Los niños de hoy están en casa al pie de una consola digital, sin más distracción que matando marcianos o bombardeando objetivos. Era una alegría en aquellos años 50 ver una calle poblada de críos que, según cada época del año, ponía en valor un juego u otro. La mayoría de estos juegos, aunque parecieran de ayer, ya venían de tiempos de los romanos, y así nos lo recuerda la historia, fijándolos para siempre en el cuadro "Juego de niños", en 1560, el pintor holandés Brueghel "El Viejo", que recoge en él hasta unos 80 juegos diferentes que los niños de mi época, desconociendo el cuadro, seguíamos practicando, lo que nos habla que se fueron transmitiendo de generación en generación hasta la nuestra, tras la que ya fueron decayendo a causa de la llamada sociedad de consumo.


El aro de mis años infantiles era, por regla general, una llanta vieja de bicicleta a la que hacíamos girar con un palo. A falta de ésta, porque hasta la chatarra escaseaba, nos conformábamos con la propia cubierta, a la que los niños dimos el nombre de "aro blando", porque era dificilísimo soportarlo en pie más de un minuto. Yo tuve la suerte de que un vecino de mi calle de Juan de Pineda, en El Turruñuelo, muy amigo de mi padre, Cristóbal "el fragüero", me hiciera uno de verdad, es decir, un aro de hierro con su guía, que no era otra cosa que una especie de vara de hierro con una horquilla en uno de sus extremos, que era la que "guiaba" con fiabilidad el aro, terminada en un puño de madera torneada para hacer más fácil las distintas maniobras del juego. Era como si me hubiesen regalado el paraíso. También le hizo otro a su hijo, mi amigo Cristobalín. Él y yo vacilábamos de lo lindo como los grandes potentados de los mejores aros de la calle.

El principal distraimiento del aro era el de ir paseándose con él como fiel compañero por los límites de las callejuelas del barrio, pero existían variantes como la de aro contra aro: ponerse dos contrincantes frente a frente, a una distancia acordada, y lanzar el aro para que el compañero lo recogiera y supiera enviártelo. La habilidad consistía en la rapidez. Aquel que primero perdía el aro del contrario, o se le caía en el envío, perdía irremediablemente. Otra de las modalidades era la de los obstáculos. Se cogían varias piedras y se hacía un circuito, por el que había que hacer pasar el aro con mucha habilidad; más o menos como el examen que hoy en día hacen los que quieren sacarse el carnet de conducir de motocicletas, o el que practican en los entrenamientos los futbolistas para simular intentar driblar al contrario. 

El aro que me hizo Cristóbal, el amigo de mi padre de El Turruñuelo", me lo robó un gitanillo casi de mi misma edad, de los que habitaban, por aquel entonces, en el llamado "Hotel Guitarra", donde hoy se encuentra en Triana el ambulatorio "Amante Laffón", aquel que fue inaugurado por el eminente doctor don Antonio Cortés y bendecido por el cardenal José María Bueno Monreal. ¡Cosas de la vida! Paseaba yo con mi aro como compañero desde El Tardón hasta mi calle de tantos sueños y desgracias como fue Juan de Pineda para ver a mis tatas, Ana y Gertrudis, y a una segunda madre para mí como fue Consuelo, aquella que me llegó a enseñar a mimar y a querer a las plantas desde niño. En mitad del camino, y ante la amenaza de una mínima navaja, mi aro desapareció, y con él gran parte de mi vida...

¡Lo que da de sí un aro, aquel aro inolvidable! Aún recuerdo la escena de cómo llegué a casa de mis tatas llorando por la pérdida. Al año siguiente, no sólo me había quedado sin el aro perfecto hecho por Cristóbal, sino que en su primera visita al mar, en Mazagón, a su hijo, mi amigo y contrincante del aro, Cristobalín, mi compañero de juegos, se lo tragó la mar de una dentellada...

Cada vez que, como hoy, recuerdo aquel juego del aro, la imagen de Cristobalín se me aparece. No sé en qué cielos andará, si es que es verdad que existe un cielo para los buenos, pero en mi juventud, y asociado al aro, le escribí este poema que aún lloro en nombre de la niñez:

De no saber de mar 
se ahogó mi amigo, 
el hijo de Cristóbal, 
el fragüero. 

Por Huelva fue, 
en Mazagón, 
qué duelo 
de ese Cristobalín 
que era mi amigo. 

Qué duelo 
y qué miedo 
de María, su madre, 
y del fragüero. 

Qué hierro más encendido 
y traicionero en su pecho. 
Qué ola, llama maldita, 
dejó al fragüero sin cuerpo 
cuando a su Cristobalín 
lo trajeron yerto. 

Cinco o seis años tendría 
cuando comprendí el misterio, 
cuando supe que una vida 
vale más que un hombre muerto, 
cuando supe que una muerte 
mata cien vidas a un tiempo. 

Ya María no reía, 
ni vi fumar al fragüero, 
ni Cristobalín corría 
remontando su pandero
ni haciendo correr su aro
de fino y pulido hierro.

La mar huelvana lo quiso. 
Desde entonces, por él rezo. 

El aro. ¡Mi aro! Aquel aro que me robó el gitanillo del "Hotel Guitarra". Mi suerte. La mala suerte de que mi mejor amigo, Cristobalín se enredase en la O caprichosa de una ola a la que nunca supo driblar. ¡Cosas de la vida! ¡Cosas...!


2 comentarios:

  1. ¡Pobre Cristobalín! Los niños de Triana se ahogaban en el río y ya ves, Emilio. Y qué lástima de aro, un aro de "marca", como tú dices "personalizado". En mi Cava de los civiles organizamos un "club de aros" y los domingos íbamos "de excursión" al parque de María Luisa. Un montón de niños en fila india guiando sus aros y nadie nos miraba. La calle era nuestra (antes de ser de Fraga).

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    MUCHAS FELICIDADES, me gusta mucho el blog.

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