EL BASURERO
Una cosa era el hombre encargado de barrer las calles y otra, muy distinta, el que pasaba a recoger la basura, aunque ambos pertenecían a la plantilla de trabajadores del ayuntamiento o, como suele suceder en nuestros días, a empresas subsidiarias del mismo. Esta era labor bastante más desagradable que la del barrendero. En primer lugar, no existía, como hoy, los contenedores que, más o menos, tienen reciclados los elementos que arrojamos. La basura se hacía un montón en las propias calles. De ahí que ratas, perros y demás especies pululasen de una forma desorbitada alrededor de los desperdicios. Y de ahí que las enfermedades de transmisión fuesen muy generalizadas en aquellos años de posguerra. Más tarde, y sólo en algunas calles de algunas ciudades, se instalaron unas especies de casetillas de madera en las que se depositan los residuos. Los basureros -sin las condiciones higiénicas que hoy se exigen, afortunadamente, para estos menesteres-, no llevaban ni caretas protectoras ni guantes ni nada que pudieran protegerles de las muchas enfermedades que daba el oficio.
Recuerdo que venían con una pala y recogían las basuras en serones de esparto. Echados al hombro sobre un mantelete al hombro -y la mayoría de las veces sin nada-, descargaban las inmundicias hasta el carro, que tendrían que llevar, según la ruta, al vertedero más próximo, aunque todos los barrios humildes -como en el que yo vivía- eran auténticos estercoleros. Es la época de mi infancia que peor llevo en mis recuerdos. Driblaba ratas en las calles y en los patios de mi casa mejor que Ronaldo los balones que le dan tanto dinero. Desde entonces -y ya son sesenta y tres tacos de almanaque- tengo pánico hasta a Mickey Mouse, creado por Disney aproximadamente 20 años antes de yo nacer.
Hoy, gracias a la modernidad -y aunque no es oficio agradable-, los basureros han cambiado mucho con la presencia de los contenedores y con esos camiones modernísimos que los cogen, los elevan y descargan automáticamente, sin necesidad de tentar la carga. Gracias también a este desarrollo, es difícil ver por nuestras calles a un roedor desagradable, y con este invento, que cada día hacen más novedoso, nuestras ciudades parecen más limpias, a pesar de que la emigración rumana, cuando rastrea en ellos, vuelve a llenar de inmundicias los alrededores de los mismos.
Ya he dicho que no es oficio nada agradable, al menos para mí. Ser basurero o enterrador me da "yuyu". Y bien saben ustedes que tengo una manía atroz hacia algunas cosas. Pero, a mi edad, ya no me cambia ni esa otra modernidad de Natur House. Ya no tengo remedio. ¿Y ustedes?
Grises figuras callejeras que nos regresan a nuestras aceras...
ResponderEliminarPocos oficios han "progresado" más. Aquellos tristes barrenderos y basureros, que con imágenes tan ciertas nos presentas, fueron relevados por felices y orgullosos funcionarios de alegres uniformes, jóvenes en su mayoría, algunos con melena recogida, otros -muchos- con la música en los sentidos y laborando con todas las ventajas de la modernidad. Pertenecer en Sevilla a la plantilla de Lipasam es una fortuna, así que cuando nos crucemos con barrenderos y basureros por las calles hay que darles la enhorabuena. Su trabajo está recompensado en nómina y socialmente. Enhorabuena... y, claro, también a tí, Emilio por la serie y su literatura.
Pertenecer hoy a este gremio es una auténtica fortuna, como bien dices. Es de los oficios que más han cambiado en todo: en sueldos, reconocimientos y dignidad.
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