del sol que, derrotado sobre el cerro,
herido cae y muere a sangre y hierro
derramando su orgullo en la besana;
porque, al morir desnuda en mi ventana
la tarde a manos de la noche, entierro
su hermosura en mis ojos, como el perro
vagabundo su hueso de mañana;
tal vez por eso, lenta y hondamente,
le he cogido cariño con los años
a la dulce tristeza del poniente.
Y ando ahora, con todos mis sentidos,
metido cada tarde en desengaños,
sombras, recuerdos, pérdidas, olvidos ...
Víctor Jiménez
Víctor Jiménez
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