La tristeza obedece a un profundo estado de ánimo, que puede llegar a la depresión, por causa de estados anímicos que se nos escapan: la muerte de un cercano familiar, la pérdida del puesto de trabajo, la inesperada separación de la pareja, la desaparición de amigos queridos, la presión diaria del mundo laboral... El individuo se encuentra con un grave problema que su mente no puede, o no sabe, controlar. Todo se le vuelve negro en un paisaje que él no ha forzado a cambiar. Es un tema difícil que hasta ni siquiera los psicólogos, por más que se empeñen, pueden cambiar. Esa es la tristeza a la que llamamos individual y en la que siempre, con nuestro ánimo al perjudicado, queremos intervenir los amigos minimizándola.
Lo malo es cuando esa tristeza se hace colectiva, cuando casi todas las personas que componemos un país estamos tristes, muy tristes, y sin saber por qué, aún sabiendo de dónde viene el origen de esa desazón que nos va minando lentamente la alegría y el espíritu. Yo, que siempre he sido un optimista convencido, al que los amigos me han llamado públicamente como "bon vivant", por mi filosofía de saber vivir, hoy me encuentro desconcertado ante las continuas quejas, llantos y confesiones de mis amigos más cercanos y, evidentemente, también esta cuitas me arrastran a la tristeza comunal.
España está triste. El vacío de Poder que se ha producido, desde que Zapatero anunciara que abandonaba el barco dejándolo al pairo, hasta nuestras fechas, en las que parece que Rajoy aún no ha salido de Presidente por el mutismo que rodea su programa y las personas que lo van a hacer posible, no nos deja una mueca para la sonrisa, para la esperanza, para el futuro y para el planteamiento del día de mañana. Nadie sabe qué gobierno manda ahora, ni que pasará dentro de poco.
La tristeza de nuestro país es sumamente contagiosa. Lo he dicho varias veces desde esta torre cobalto: malo es cuando en las tabernas y calles se habla solamente de política y no de los goles del Madrid a su rival, o de la pérdida de puntos del Barcelona ante el Getafe; cuando Sevilla y Betis es una conversación sin interés, y cuando los toros y las mujeres pasan a muy segundo plano, con lo apetecibles que están las hembras...
Pasamos por las aceras y vemos aquello de "Cierre por crisis", "Liquidación por embargo", "Se vende barato", "Se alquila"... Nuestros amigos comerciantes de toda la vida, antes de bajar las persianas de sus familiares negocios, han pasado a la ruina y han vendido, para hacer liquidez, su bien ganada parcelita en el campo, en la playa o en la sierra, han agotado todos sus recursos, han llorado lágrimas amargas de impotencia... El trabajador de toda la vida, ha perdido su puesto de empleo y también sus hijos. Los abuelos se convierten de nuevo, sin poder económicamente, en patriarcas de toda una familia, nueras, yernos y nietos, cuando debían estar gozando de una jubilación más que merecida...
Estamos, amigos, en España, donde, cuando no es por una guerra incivil, la vida nos aboca siempre a una interminable tristeza, tan larga y profunda que nos hace recordar los versos del poeta de Orihuela: ¡Cuánto penar para morirse uno!
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