lunes, 26 de septiembre de 2011

TRIANA EN LABIOS DE LA COPLA (115)

TOREROS DE TRIANA


LA MAESTRANZA

Si el alma vertical de Joselito
le destinaran cielo aquí en la tierra,
monolito sería
en mitad de este ruedo,
bien acosado por los ojos serios
de estos aros que parecen niños
acostumbrados ya
a la sangre mezclada con la música.

Y si a don Juan Belmonte
le dejaran volver de aquel morir
tan nada más que suyo,
seguro que despacha
los millones de toros de su angustia
sobre esta arena misma donde alzara
su mandíbula joven, como un reto
al oscuro destino de una estirpe
nacida para cueva de miseria
bajo el sol palaciego de Triana.

Si el Juicio Final se celebrara
pueblo por pueblo, en una anchura
de cada población,
aquí vendríamos todos
a ver salir el toro de la última
palabra, la de Dios, la que nos mida
una por una las faenas
del corazón o el odioi.

Y al final, la cornada de lo eterno,
la cogida sin sangre que nos ponga
tendidos, verdaderos,
en el blanco quirófano
de la Misericordia.

José María Requena

***


CAGANCHO

Nacimiento de Cagancho
en la Triana más vieja,
calle Evangelista, cuatro.

Antigua estirpe gitana
que mide el compás al cante
con el compás de la fragua.

Dueña de rancia solera,
que para el toreo y el cante
es la mejor sementera.

Joaquín Rodríguez soltaba
el sortilegio del duende
con sólo abrirse de capa.

Y su muleta tenía
la misteriosa belleza
de la estatuaria egipcia.

Cada pase una escultura,
y un resplandor enigmático
nimbándole la figura.

Todo el misterio gitano
hecho nombre en el cartel:
¡Joaquín Rodríguez Cagancho!

Antonio Aparicio

***


LAS DOS ORILLAS

Sevilla, ángel de gracia,
de arte, de hechicería.
El toreo como armonía
del templo de Samotracia.

Triana, misterio y duende.
De lo profundo del pozo,
sube, quemando un sollozo,
una llama que se extiende.

Sevilla, la torería
del cielo baja a la arena.
Verónica de azucena
veroniqueando al día.

Triana: fragua en penumbra
y un son de compás oscuro.
Sobre lo negro del muro
tan sólo un candil alumbra.

La gracia, Pepe Luis.
El duende, Curro Romero.
Cara y cruz. Maravedís
de oro de lo torero.

Y entre Sevilla y Triana,
perplejo el Guadalquivir,
no sabe qué orilla gana.

Antonio Aparicio

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