
Leo el diario ABC
-nueve del seis del dos mil-
que la siesta hay que dormir,
porque el verano es sagrado.
Recibí con gran agrado
tal noticia, porque es buena,
porque una siesta suprema,
tras un vaso de gazpacho,
te deja como un muchacho
cuando escribe algún poema.
Pero es que aún más me gustó
que fuera una comisión,
llamada de infraestructura
-y que es del ayuntamiento-
quien hiciera el llamamiento
para esta cuestión mayor.
La siesta repara y cura,
la siesta quita amargura,
la siesta es un alimento,
de la tarde es su cimiento
y del hombre una ventura
de obligado cumplimiento.
Se prohíbe hacer ruido
desde las tres a las cinco
-dice serio el consistorio-
en las tardes del verano.
A las tres, al dormitorio,
al sofá o al escritorio
y a sobarla, que es muy sano
reposar tanto jolgorio.
La siesta es un bien divino
que no hay nadie que revoque,
almuerzas, tomas un vino,
y después te quedas roque.
¡Qué seria es esta ordenanza,
qué buena, señora mía,
ojalá y su ayuntamiento
siga abonando alegrías,
que con esto de la siesta
diez medallas va a apuntarse:
de tres a cinco, ni pío,
y a las cinco a levantarse
y a seguir con la tarea,
y a comerse el mundo entero,
mas la siesta en bambolea
debe ser siempre primero!
La siesta, siesta bendita,
invento de Andalucía
que ha tenido proyección
desde la Ceca a la Meca,
desde Miami a Japón.
Ya la duermen los franceses,
italianos, portugueses,
alemanes, finlandeses,
los fiscales, los reclusos,
gente joven, gente adusta,
gente vetusta o robusta.
¡La duermen hasta los rusos!
La duerme el cura sencillo,
el obispo, el monaguillo,
hasta el Papa y su consejo,
y la duerme Castillejo
y el albañil del ladrillo.
La duerme el padre, el chiquillo,
la señora y el señor,
y con la siesta se alegra
y la duerme hasta la suegra,
que eso sí que es bendición.
¡La siesta, bendita siesta
es digna de admiración!
Por eso el ayuntamiento
que usted, señora, preside,
sin más dilación decide
que la siesta es tan sagrada
que, de tres a cinco, nada
para que el cuerpo se cuide.
Horario nocturno llaman
a esta catalogación.
Lo llamen como lo llamen,
de tres a cinco, mi menda
no se aparta del colchón
con una siesta estupenda.
Así deben ser las leyes:
a favor del ciudadano
que se levanta temprano
para acudir al trabajo
y que siempre va a destajo
aunque en los nervios se estrelle.
Así deben ser las normas,
sin ninguna antipatía,
normas con galantería
y dictadas con ahínco:
multa a quien haga un ruido
desde las tres a las cinco.
Porque ¿qué hace un concejal
en esas dos horas vanas?
Nada, igual que por la mañana.
Y es bueno que los ediles
duerman siestas pastoriles
para encontrar la respuesta
a tantos problemas ¡miles!
que soluciona una siesta.
¡Qué ordenanza más hermosa,
qué ley con más galanteo
la de caer dos horitas
en los brazos de Morfeo!
Si me invitan a comer
que sea antes de las tres,
y que a nadie se le ocurra,
aunque tenga confianza
despertarme la privanza
de este infinito placer,
porque aquel que en esto incurra
lo denuncio por haber
infringido la ordenanza
que dicta el ayuntamiento:
de tres a cinco, anacoco,
no existo, no estoy, lo siento.
Y si esto dice de veras
este humilde ciudadano
que aprovecha su derecho,
¡ojo! que pongo en acecho
a quien se atreva a llamar
a doña Rosa Aguilar
cuando sestea en su lecho.
La siesta es un bien sagrado,
la siesta es como un regalo
que nos relaja y nos besa.
¡Ojo, que le pego un palo
quien moleste a mi alcaldesa!
-nueve del seis del dos mil-
que la siesta hay que dormir,
porque el verano es sagrado.
Recibí con gran agrado
tal noticia, porque es buena,
porque una siesta suprema,
tras un vaso de gazpacho,
te deja como un muchacho
cuando escribe algún poema.
Pero es que aún más me gustó
que fuera una comisión,
llamada de infraestructura
-y que es del ayuntamiento-
quien hiciera el llamamiento
para esta cuestión mayor.
La siesta repara y cura,
la siesta quita amargura,
la siesta es un alimento,
de la tarde es su cimiento
y del hombre una ventura
de obligado cumplimiento.
Se prohíbe hacer ruido
desde las tres a las cinco
-dice serio el consistorio-
en las tardes del verano.
A las tres, al dormitorio,
al sofá o al escritorio
y a sobarla, que es muy sano
reposar tanto jolgorio.
La siesta es un bien divino
que no hay nadie que revoque,
almuerzas, tomas un vino,
y después te quedas roque.
¡Qué seria es esta ordenanza,
qué buena, señora mía,
ojalá y su ayuntamiento
siga abonando alegrías,
que con esto de la siesta
diez medallas va a apuntarse:
de tres a cinco, ni pío,
y a las cinco a levantarse
y a seguir con la tarea,
y a comerse el mundo entero,
mas la siesta en bambolea
debe ser siempre primero!
La siesta, siesta bendita,
invento de Andalucía
que ha tenido proyección
desde la Ceca a la Meca,
desde Miami a Japón.
Ya la duermen los franceses,
italianos, portugueses,
alemanes, finlandeses,
los fiscales, los reclusos,
gente joven, gente adusta,
gente vetusta o robusta.
¡La duermen hasta los rusos!
La duerme el cura sencillo,
el obispo, el monaguillo,
hasta el Papa y su consejo,
y la duerme Castillejo
y el albañil del ladrillo.
La duerme el padre, el chiquillo,
la señora y el señor,
y con la siesta se alegra
y la duerme hasta la suegra,
que eso sí que es bendición.
¡La siesta, bendita siesta
es digna de admiración!
Por eso el ayuntamiento
que usted, señora, preside,
sin más dilación decide
que la siesta es tan sagrada
que, de tres a cinco, nada
para que el cuerpo se cuide.
Horario nocturno llaman
a esta catalogación.
Lo llamen como lo llamen,
de tres a cinco, mi menda
no se aparta del colchón
con una siesta estupenda.
Así deben ser las leyes:
a favor del ciudadano
que se levanta temprano
para acudir al trabajo
y que siempre va a destajo
aunque en los nervios se estrelle.
Así deben ser las normas,
sin ninguna antipatía,
normas con galantería
y dictadas con ahínco:
multa a quien haga un ruido
desde las tres a las cinco.
Porque ¿qué hace un concejal
en esas dos horas vanas?
Nada, igual que por la mañana.
Y es bueno que los ediles
duerman siestas pastoriles
para encontrar la respuesta
a tantos problemas ¡miles!
que soluciona una siesta.
¡Qué ordenanza más hermosa,
qué ley con más galanteo
la de caer dos horitas
en los brazos de Morfeo!
Si me invitan a comer
que sea antes de las tres,
y que a nadie se le ocurra,
aunque tenga confianza
despertarme la privanza
de este infinito placer,
porque aquel que en esto incurra
lo denuncio por haber
infringido la ordenanza
que dicta el ayuntamiento:
de tres a cinco, anacoco,
no existo, no estoy, lo siento.
Y si esto dice de veras
este humilde ciudadano
que aprovecha su derecho,
¡ojo! que pongo en acecho
a quien se atreva a llamar
a doña Rosa Aguilar
cuando sestea en su lecho.
La siesta es un bien sagrado,
la siesta es como un regalo
que nos relaja y nos besa.
¡Ojo, que le pego un palo
quien moleste a mi alcaldesa!
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