Aún el día no ha desperezado sus brumas sobre la antigua Victoria. Por la hermosa bahía de Hong-Kong, abierta a la península de Kowloon, ya empiezan los vapores a navajear el agua, mientras los altos edificios de la nueva ciudad aguardan la sirena para el latir cotidiano.
Todo parece como nuevo en este espacio de los Perfumes, en el que años atrás mujeres y hombres, negros, cobrizos y amarillos, se juntaban en sus aguas acercando sus juncos y sampanes a los gigantescos paquebotes, cruceros y mercantes ofreciendo perlas falsas, bananas, mujeres exóticas y cargamentos de flores.
Hong-Kong, como la mejor y más floreciente ciudad oriental, espera la llegada de los turistas y marineros para abrir sus "palacios de baile" y sus célebres "divanes", en los que el opio corre a la velocidad de la alegría conjunta.
Es todo como un cristal:
Todo parece como nuevo en este espacio de los Perfumes, en el que años atrás mujeres y hombres, negros, cobrizos y amarillos, se juntaban en sus aguas acercando sus juncos y sampanes a los gigantescos paquebotes, cruceros y mercantes ofreciendo perlas falsas, bananas, mujeres exóticas y cargamentos de flores.
Hong-Kong, como la mejor y más floreciente ciudad oriental, espera la llegada de los turistas y marineros para abrir sus "palacios de baile" y sus célebres "divanes", en los que el opio corre a la velocidad de la alegría conjunta.
Es todo como un cristal:
barco, monte y rascacielos.
Gris la ciudad, gris el cielo
Gris la ciudad, gris el cielo
y el vaho de los cristales.
Gris el agua que a raudales
pone suelo a la bahía.
pone suelo a la bahía.
Y un gris de melancolía
se me cuela por el alma
cuando Hong-Kong está en calma
en esta falsa armonía.
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