Recuerdo, tal como si el ayer me hubiese llegado de pronto, la hermosa algarabía de las calles de Triana en mis años de infancia. La nostalgia me la trajo este hombre que se apostó a las puertas de "El Ancla" para hacernos más feliz la mañana entre pasodobles y canciones tan sólo recordadas en la memoria. Ya no iba con la cabra, ni apareciá la singular escalerita de madera, ni los tacos de mayor a menor donde el habilidoso animal lograba encaramarse en perfecto equilibrio ante el aplauso de una legión de mocosos; ya no iba con él la niña contorsionista de incipientes senos que dejaba traslucir tras la fina y ancha blusa de seda verde; ya no llevaba el tambor acompañante; ni una legión de gitanillos pasando el platillo para la recogida de un óbolo agradecido. Los tiempos también cambian para estos titiriteros que llevan sangre de artistas en sus venas. Un carromato, personalizado y "tuneado" con los hierros que buscaría en cualquier sitio, es su negocio ambulante, negocio mínimo que vale para poder malvivir mientras el personal se alegra comentando la facilidad con la que toca la trompeta con la mano derecha, mientras la izquierda se apoya y marca el ritmo con un teclado abastecido por unas baterías.
Esta contemplación me trajo el recuerdo de aquellos pregones callejeros: el del que vendía las aceitunas manzanillas y"morás y aliñás" por las calles cantando con un regusto increíble por Pepe Marchena: Niñas/ yo vengo de Dos Hermanas/ sólo por traerte, niña/ asitunas sevillanas,/ manjá de pobres y ricos,/ de españoles y extranjeros,/ con mucho orgullo te digo:/ ¡Aquí está el asituneroooooo....; el del ¡Mantillooooooooo pa las majeeeeeeeeeeeetas!; el de los caracoles de la isla; el de los cambalachistas de la lana, las chatarras, el papel viejo y las botellas.
Fueron otros tiempos para el gozo sencillo de la vida cotidiana. El sábado, volví de nuevo a mi infancia con este músico sin "trupe" titiritera, sin la agitanada niña contorsionista de los mínimos y picudos pezoncitos, sin la escalera y los tacos, sin la cabra, sin los gitanitos de los "saltos mortales" al ras de la lona desplegada en el suelo. Faltaban en la calle esos viejos pregones a los que yo cante un día desde el balcón herido de la memoria:
Se acabaron las voces aflautadas
que cantaban por plazas y callejas
el cambio, compro y vendo de las viejas
mercancías pulidas y gastadas.
Las aceitunas verdes y aliñadas
no son tan gordas ya ni tan añejas
como, desmadejando sus madejas
las ofrecía un hombre pregonadas.
La lana, las chatarras, las botellas,
el papel viejo y todas aquellas
cosas que ya le sobran a estos valles,
antes tenían su voz que las cantaba
y en ritos de pregones salmodiaba.
¡Qué pena sin pregones estas calles!
las ofrecía un hombre pregonadas.
La lana, las chatarras, las botellas,
el papel viejo y todas aquellas
cosas que ya le sobran a estos valles,
antes tenían su voz que las cantaba
y en ritos de pregones salmodiaba.
¡Qué pena sin pregones estas calles!
Fue una suerte enriquecedora vivir aquellos años, Emilio, tanto que ha sido motivo de este precioso texto. Los ojos de los niños lo captaban todo, hasta lo que no estaba a "la vista" de los mayores. Y hasta lo adornas con un soneto...
ResponderEliminarPara mí han sido y siguen siendo los años más hermosos de mi vida. ¡Cuánto ha cambiado esta sociedad alineada en casi todo!
ResponderEliminarA mi no deja de sorprenderme que una etapa que va a suponer (en condiciones normales) el diez por ciento de la vida tenga tanta importancia. Eso que hemos comentado algunas veces y que ahora no recuerdo quien lo dijo: "La infancia es la patria del hombre...". Curiosa patria.
ResponderEliminarLa más hermosa, sin duda. Es la etapa del descubrimiento de todo, con los ojos vírgenes. Cuando llega la "vida" te arrebata la espontaneidad, la sencillez y la inocencia. Y te echa a las fieras.
ResponderEliminarLeí o escuché, que durante la infancia nuestros conocimientos son adquiridos a través de emociones.
ResponderEliminarTodo aquello que se siente cobra mucha más importancia y permanece en la memoria mucho más tiempo.
Nuestros años de infancia se mitifican a veces con los años. Creo que es porque son los únicos en los que nuestro corazón no conoce la palabra imposible, nuestra conciencia no frena nuestra espontaneidad (como dice Emilio) y todo lo que pasa a nuestro alrededor es un puro acontecimiento.
Un factor importante es que la palabra problema en la infancia es algo que no existe en nuestro vocabulario y el tiempo se nos antoja eterno...
La infancia es la etapa que todas las personas del mundo deberían recordar como entrañable, desgraciadamente en éste mundo en el que se empeñan en poner precio hasta a nuestras vidas, no todo el mundo puede recordar su infancia como lo hacemos nosotros. Ójala algún día todos los niños del mundo puedan ser niños.