Parece que en noviembre hasta las horas, lentas, se van manteniendo casi yertas al filo de los días de un almanaque que sólo nos va dejando un camino sembrado de tristezas. Ni un hálito de candor, ni un suspiro de júbilo resbala por los minutos grises a los que no calienta siquiera el tibio sol del mediodía. El tiempo se mueve tan despacio que hasta la melancolía va camino del llanto, mientras la soledad busca al lado una mano que no existe.
Huele noviembre a recuerdos profundos y a ceniza quemada en la memoria. Quizás aquellos que ya no están a nuestro lado se fugaron por la alta primavera, cuando las flores despuntaban el esplendor del color y del aroma, o en un verano alegre y tórrido de sal y yerba. Quizás se nos perdieron en días muy señalados del calendario, aunque la muerte de un ser querido deje siempre grabada una fecha a fuego en el alma y una orfandad que cada día se recuerda. Pero noviembre, como un maldito boomerang, se reafirma en un camino de cipreses y nos devuelve ante nuestra húmeda visión las imágenes de todos los seres que tuvimos la gran suerte de amar.
Es noviembre como un espejo, con desgastado azogue, que nos trae, emborronadas por una niebla aceitunada, las sonrisas y caricias de quienes un día fueron nuestros y ya sólo nos pertenecen en el sendero de los sueños. Huyen los pájaros de las letras de su nombre, se intimida la aurora y cae más pronto el ocaso en nuestras vidas, casi arrastradas por el mal agüero de sus sílabas sin armonías posibles. Y ante la soledad de tanta ausencia vamos repasando mentalmente nombres, fechas, situaciones..., y la boca se nos llena de un fuerte olor a cloroformo, a camillas de hospitales, a salas vocingleras de tanatorios..., y los ojos, de lágrimas.
Papá, mamá, abuelos, abuelas, hermanos, primos, amigos de pizarras y correrías, de trabajos, novias y emociones, versos y humoradas..., todos se te aparecen de golpe, como esperando de nuevo tus abrazos, tus besos y caricias, tus palabras, esas que se te helaron cuando llegó el momento infame de la siega, el minuto que nadie quiere parar en los relojes de la vida. Y te levantas y sólo abrazas la nada, y hasta el aire se te muere en las manos mientras noviembre ríe con una fría y marmórea mueca.
Pase pronto este mes. Que se hagan minutos los segundos y días los minutos. Y que llegue diciembre y nos venga la luz de ese Niño que vino a poner alegría y paz en los corazones de los hombres de buena voluntad.
Huele noviembre a recuerdos profundos y a ceniza quemada en la memoria. Quizás aquellos que ya no están a nuestro lado se fugaron por la alta primavera, cuando las flores despuntaban el esplendor del color y del aroma, o en un verano alegre y tórrido de sal y yerba. Quizás se nos perdieron en días muy señalados del calendario, aunque la muerte de un ser querido deje siempre grabada una fecha a fuego en el alma y una orfandad que cada día se recuerda. Pero noviembre, como un maldito boomerang, se reafirma en un camino de cipreses y nos devuelve ante nuestra húmeda visión las imágenes de todos los seres que tuvimos la gran suerte de amar.
Es noviembre como un espejo, con desgastado azogue, que nos trae, emborronadas por una niebla aceitunada, las sonrisas y caricias de quienes un día fueron nuestros y ya sólo nos pertenecen en el sendero de los sueños. Huyen los pájaros de las letras de su nombre, se intimida la aurora y cae más pronto el ocaso en nuestras vidas, casi arrastradas por el mal agüero de sus sílabas sin armonías posibles. Y ante la soledad de tanta ausencia vamos repasando mentalmente nombres, fechas, situaciones..., y la boca se nos llena de un fuerte olor a cloroformo, a camillas de hospitales, a salas vocingleras de tanatorios..., y los ojos, de lágrimas.
Papá, mamá, abuelos, abuelas, hermanos, primos, amigos de pizarras y correrías, de trabajos, novias y emociones, versos y humoradas..., todos se te aparecen de golpe, como esperando de nuevo tus abrazos, tus besos y caricias, tus palabras, esas que se te helaron cuando llegó el momento infame de la siega, el minuto que nadie quiere parar en los relojes de la vida. Y te levantas y sólo abrazas la nada, y hasta el aire se te muere en las manos mientras noviembre ríe con una fría y marmórea mueca.
Pase pronto este mes. Que se hagan minutos los segundos y días los minutos. Y que llegue diciembre y nos venga la luz de ese Niño que vino a poner alegría y paz en los corazones de los hombres de buena voluntad.
Qué bien expresada la tristeza de noviembre... Es el mes de la melancolía a la que hay que engañar, desorientar, combatir con el olor y el sabor del anís. La Navidad es vieja amiga y su espíritu está siempre dispuesto al auxilio. Diciembre está tan cerca que es el próximo mes... Pero mi casa ya sabe a guardiente, el sabor que ahuyenta a los noviembres.
ResponderEliminarYo voy a tener que hacer lo mismo, Ángel. Vaya mes más triste, desarbolado y mustio que sólo te trae una agenda de malos recuerdos.
ResponderEliminarPues el mes en cuestión comenzó hoy y por tanto aun quedan algunos días; demasiados para combatirlos con aguardiente.
ResponderEliminarCierro los ojos y puedo ver como las hojas secas caen de los árboles.
ResponderEliminarEl chasquear de la alfombra ocre bajo mis pies. Una alfombra que me lleva desde la fuente, hacia abajo hasta llegar a un camino que conduce al Río.
Los álamos me acompañan y susurran a mi oido recuerdos de risas infantiles, cuando esa misma Alameda se vestía de lunares y yo corría buscando, de la mano de mi padre y mi hermana, los "cacharritos de la feria".
No todo es gris en noviembre. La melancolía también es importante para el alma. Y los recuerdos, los buenos y los menos buenos, necesarios para el espíritu.
Os deseo un noviembre lleno de bellos recuerdos de aquellas personas importantes en vuestras vidas que ya no se encuentran entre vosotros, y también de las que están, con las que seguís compartiendo este maravilloso viaje hacia un destino siempre incierto que es la vida.
Un abrazo.
Bonito también lo de Elisa... El aguardiente (léase anís dulce, que es el que me gusta porque sabe a Navidad), tiene el don de lo eterno; puede con todos los noviembres, amigo José Luis. Pero, ojo, hay que saberlo saborear. Fíjate si Emilio le sacó partido en su blog al aguardiente...
ResponderEliminarCon aguardiente o sin él, yo preferiría borrar noviembre de las páginas del calendario.
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