Ayer me emocioné, de verdad. Hacía muchos años que no veía tan unida a España. Todos vestían las camisetas de la "roja", gritaban desaforadamente y algunos hasta tocaban esas "vuvuzelas" que se han puesto de moda en Sudáfrica. Cerraba los ojos y me hacía la ilusión de que esos gritos no pertenecían al bien marcado gol de catalanista Puyol, que esos gritos era porque en España se había acabado el paro de aquellos que me rodeaban y hasta me besaban sin conocerme y me invitaban a una Cruzcampo más.
No sé si es que me habían hecho mucho efecto los seis grados grambineros, pero parecía que vívía en un país distinto. Bueno ya se sabe que en España unos días se va con un cirio delante de una procesión y al otro con un palo persiguiendo a los eclesiásticos. Y en eso, no hemos cambiado mucho. Lo mismo ponemos a parir al Gobierno que nos dejamos distraer por él con esta golosina de un Mundial que se acaba, por fin, el domingo. Y después del domingo, ¿qué?. Pues eso espero que me contesten los cien parados que me rodeaban.
No soy antifutbolero y mucho menos antiespañol. Hablo así de España porque me duele, porque me atormenta que por el fútbol la gente se deje la piel y no por el pan de su familia. Porque me molesta que los mismos que se quejan de la falta de trabajo empujen el balón con más ánimo que Villa, de ese Villa que, junto a los demás, si ganan, se va a llevar cien millones de las antiguas pesetas, lo que yo no he ganado, tras once horas diarias, durante 43 años largos de doblarla de gordo.
Vamos a jugar la final. Excelente, extraordinario. El coñazo de la prensa, radio y televisión seguirán haciéndome la vida imposible unos días más. Los coches seguirán pitando por las calles con la bicolor colgada en sus antenas. Los balcones seguirán engalanados, aún con mayor profusión que si fuese el día grande del Corpus. Los diarios deportivos se agotarán al instante y hasta hay quienes se plantearán viajar hasta allí gastándose los pocos ahorros de que disponen.
Pasará el domingo y España, probablemente, si sigue así, será la Campeona del Mundo de Fútbol. Recibiremos a nuestros héroes con la alegría de este país que nadie entiende, sin que nadie se acuerde del día amargo del finiquito en su empresa, sin sentirse que está en el paro y que vive de la pobre limosna de sus ancianos padres.
¿Cuándo se enfundará algo de color esta gente, como las madres de la Plaza de Mayo, para demostrarle al Gobierno que en España hay algo más importante, mucho más importante que el fútbol?
No sé si es que me habían hecho mucho efecto los seis grados grambineros, pero parecía que vívía en un país distinto. Bueno ya se sabe que en España unos días se va con un cirio delante de una procesión y al otro con un palo persiguiendo a los eclesiásticos. Y en eso, no hemos cambiado mucho. Lo mismo ponemos a parir al Gobierno que nos dejamos distraer por él con esta golosina de un Mundial que se acaba, por fin, el domingo. Y después del domingo, ¿qué?. Pues eso espero que me contesten los cien parados que me rodeaban.
No soy antifutbolero y mucho menos antiespañol. Hablo así de España porque me duele, porque me atormenta que por el fútbol la gente se deje la piel y no por el pan de su familia. Porque me molesta que los mismos que se quejan de la falta de trabajo empujen el balón con más ánimo que Villa, de ese Villa que, junto a los demás, si ganan, se va a llevar cien millones de las antiguas pesetas, lo que yo no he ganado, tras once horas diarias, durante 43 años largos de doblarla de gordo.
Vamos a jugar la final. Excelente, extraordinario. El coñazo de la prensa, radio y televisión seguirán haciéndome la vida imposible unos días más. Los coches seguirán pitando por las calles con la bicolor colgada en sus antenas. Los balcones seguirán engalanados, aún con mayor profusión que si fuese el día grande del Corpus. Los diarios deportivos se agotarán al instante y hasta hay quienes se plantearán viajar hasta allí gastándose los pocos ahorros de que disponen.
Pasará el domingo y España, probablemente, si sigue así, será la Campeona del Mundo de Fútbol. Recibiremos a nuestros héroes con la alegría de este país que nadie entiende, sin que nadie se acuerde del día amargo del finiquito en su empresa, sin sentirse que está en el paro y que vive de la pobre limosna de sus ancianos padres.
¿Cuándo se enfundará algo de color esta gente, como las madres de la Plaza de Mayo, para demostrarle al Gobierno que en España hay algo más importante, mucho más importante que el fútbol?
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