Parecía que ayer era un día distinto, desde una a otra Cava, por la columna vertebral de San Jacinto, Triana se asomaba a sus calles y plazas para verla pasar, porque pasaba la luz echa mujer, su Estrella Soberana. Venían de los polìgonos para verle la cara, anciana, pero niña, dulzura nacarada. De gloria iba vestida y glorias derramaba a esos hijos que nunca dejaron de mirarla, de rezarle y pedirle los dones de su gracia. Se vistió ayer Triana con sus mejores galas y eran niños los hombres y niñas las miradas. Las manos de su Virgen, la hermosa Capitana, repartía bendiciones a su barrio del alma. Cual nave marinera por ríos de bonanza, la Estrella iba surcando sus calles y sus plazas, navegando a su aire, flotando entre las aguas por hombres con costales que al cielo la llevaban. Cuatro siglos y medio habitando en la casa de un arrabal que Ella iluminó de sueños y esperanzas, de dulzuras eternas, de secretos milagros sin palabras. Ayer Triana quiso, entre rezos y palmas, entre lágrimas ciertas y emociones calladas, estar junto a su Madre todo el día para darle las gracias.
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