Era yo muy pequeño cuando en todas las tascas y bares de Triana, en todos esos reductos de la gran miseria de la posguerra, veía aparecer al ciego desamparado, al mutilado, a la niña huérfana pidiendo acompañada del abuelo tullido, a la paupérrima jorobada o a la prostituta enferma, no haciendo ninguno de ellos lo que hacían antes de la guerra, sino buscándose la vida, miserable ciertamente. Y recuerdo que algunos de estos personajes, sacados de una novela de Baroja, hacían un tipo de rifa entre los contertulios llamado el de las cartas. Papelines como el de la ilustración, pero en negro o sepia, se vendían por unos pocos céntimos a cambio de la posibilidad de ganar una arroba de vino del cercano Aljarafe o unos paquetes de "sultanas" de Sanlúcar, mostachones de Utrera y melojas caseras. Más por caridad que por otra cosa, el personal, tan desgraciado como ellos, compraban las "cartitas" esperando la suerte. En una bolsa de lienzo moreno que guardaba el vendedor, metidas en un cilindrillo de cartón, las mismas "cartitas" esperaban que una mano inocente, como así se llamaba, sacase la del ganador. Aquello, entre otras cosas de la infancia, se me quedó grabado aún viviendo en el corral de la calle Torrijos y, después, en el lejío de El Turruñuelo, en las tascas de Victoriano "El Jorobao", de Casa Tomás, Casimiro o de Picón... Poco a poco, como si la hambruna hubiese desaparecido totalmente en los años 60, con ella también desaparecieron estas rifas y, con ellas, los tullidos, los ciegos, los mutilados, los jorobados y las prostitutas que presentían una muerte pronta.
Desapareció el juego de la tángana que jugaban al dinero, unas cuantas monedas, los tranviarios y los habituales clientes de Casa Eloy en la avendida de Coria, en la antigua cortijada de La Torrecilla. Y se acabó el juego de la rana con apuestas de miseria..., y todos, o casi, volvimos a la normalidad.
Ayer, en Córdoba, la vida, como una ola, me devolvió de nuevo a las orillas de mi infancia, a los tiempos que yo creía perdidos. Estaba en la taberna "Moriles" -que nada tiene que ver con aquellas inmundas de mi niñez-, con mis amigos, compartiendo la copa y la palabra del Ángelus, cuando vi entrar a una mujer con aquellas "cartitas", con el mismo juego e idéntica bolsa. Una mujer normal, limpia y bien arreglada. Yo, que tengo amigos que juegan hasta con los flecos de la colcha, jamás he sido jugador: no compro cupones, no juego a la lotería ni a la primitiva ni a las quinielas y, por supuesto, no sé manejar una máquina de esas tragaperras. Son otros mis vicios. Pero aquella imagen me sobrecogió, y más la explicación que me dieron los amigos. Era una mujer viuda, con una mínima pensión y manteniendo a su hijo, nuera y tres nietecillos. Y así se ganaba la vida: vendiendo las cartitas a un euro y regalando a cambio, al que le tocase, una paletilla o un queso.
Cuando me negué a comprarle, comentándole mi negación a toda clase de juegos, su discurso sí fue una puñalada honda que se me clavó en el corazón. La necesidad, la miseria y el desconsuelo de nuevo estaban entrando por las puertas de muchas casas de España. Yo también, en el recuerdo, volví a sentirme infeliz, como si la vida se hubiese detenido en aquellas mugrientas tascas de mi infancia llenas de hambrientos, tullidos y mutilados.
Cuando me negué a comprarle, comentándole mi negación a toda clase de juegos, su discurso sí fue una puñalada honda que se me clavó en el corazón. La necesidad, la miseria y el desconsuelo de nuevo estaban entrando por las puertas de muchas casas de España. Yo también, en el recuerdo, volví a sentirme infeliz, como si la vida se hubiese detenido en aquellas mugrientas tascas de mi infancia llenas de hambrientos, tullidos y mutilados.
¿Te acuerdas, Emilio, del hombre que se jugaba con los chiquillos sus pasteles a la carta mayor en la esquina de San Jacinto-Rodrigo de Triana? Por veinte céntimos, o sea "dos gordas", podías comerte una enorme meloja camino de la función infantil del Cine Rocío. Es un hermoso recuerdo infantil, pero sólo eso. Que no vuelvan aquellos años en los que los momentos de felicidad estaban siempre detrás de un golpe de suerte.
ResponderEliminarYo me acuerdo mucho, y más de una vez lo hemos comentado, del que se ponía con su canasto de melojas en la puerta de la fábrica de cristales, frente por frente a nuestro colegio Procurador (José María Izquierdo), y de como los que salían antes compraban melojas para tirárselas a los demás compañeros que salían, mientras que los chiquillos nos arremolinábamos por allí para coger parte del pastel. Y recuerdo muchísimo lo de La Torrecilla, donde paraba el tranvía de San Juan y Coria. Por orden de mi madre, me acercaba muchas veces a recoger a mi padre a Casa Eloy, donde ahora mismo está Mariscos Emilio. Allí los hombres se jugaban el dinero a la "tángana" y a la "rana", y tenían un vicio tirando que era para verlos.
ResponderEliminarPero aquellos tiempos no deben volver, no pueden volver. Otra vez he visto hoy a la mujer de las "cartitas" de mi comentario.
Durante este año, los días que he estado por Morón, he podido observar la reaparición de esas rifas que refieres y que casi ni recordábamos, concretamente he visto a varias personas jóvenes rifando manojos de esparragos. EL panorama no es nada halagüeño, sólo hay que ver la cantidad de inmigrantes africanos que tenemos mendigando; uno en cada semáforo. Otro factor preocupante es la cantidad de personas que no tienen hogar y pasan la noche a la intemperie y esto se da con mayor frecuencia en las grandes ciudades españolas. Mientras tanto nuestro gobierno pierde el tiempo en decretos insulsos e ineficaces. No doy crédito al nuevo real decreto sobre medidas urgentes para la reforma del mercado laboral, lo he empezado a leer esta tarde y parece de chiste.
ResponderEliminarYa somos dos los que hemos visto esta vuelta a la miseria. Está apuntado en una de las páginas del blog de hace tiempo, la buscaré para decir cual, en donde yo decía que el mundo de aquí a poco tiempo iba a ser de tres o cuatro personas y todos seríamos unos esclavos. ¿Está ocurriendo? A lo de la reforma laboral le queda sólo un segundo. ¿Cuándo la reforma de los grandes empresarios y grandes capitales? ¿Cuándo la investigación en las empresas para que no se abuse de los trabajadores? El capitalismo es el nuevo dios del mundo, desgraciadamente.
ResponderEliminarSí, pero, por ejemplo, nos reimos del nuevo socialismo latinoamericano, porque nos hacen "gracia" sus dirigentes que sólo están empeñados en devolverle al pueblo lo que le han sustraido, por imperativo colonial, los capitalistas a lo largo de su triste historia. Los llamados "dictadores", "locos", "pobres"..., y están como David luchando contra todos los gigantes que los cercan. Los embargan, bloquean, amenazan, critican y falsean con todo el poder que manejan. Hay que rebelarse contra ese dios -nada nuevo- que es el capitalismo que nos está llevando directos al precipicio... ¿O no?
ResponderEliminarEl gobierno son los grandes capitales. ¿Qué va a hacer culquier presidente de un gobierno ante un truss de multinacionales de las que nadie conoce ni su principio ni fin y que son los que verdaderamente dictan qué hay que hacer y cómo y a costa de quién hacerlo?
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