En esta fotografía se nos colaba la vida a borbotones, no nos perdíamos nada relacionado con el flamenco, con la amistad o con el Betis, del que él fue secretario en la época de don Benito Villamarín. Manolo no tenía hijos y yo me había quedado muy joven sin padre y, en verdad, casi fue un segundo padre para mí, porque siempre estaba atento a todo lo que me acontecía a mí y a mi recién formada familia. Contactamos cuando aquellos inicios de la peña flamenca "Torres-Macarena", en el minúsculo "cuarto" donde se fundó en la calle Torres, tan pequeño que para tomar una copa nos íbamos a la accesoria de al lado, a la tabernita, también mínima, de Antonio Carvajal "El Jilandés", y para escuchar algún recital de cante a una especie de cochera que, pared con pared de la taberna, se alquilaba los fines de semana para tales menesteres.
Por allí, en aquellos años, pude disfrutar de lo lindo con la gente variopinta que se daba cita los sábados al mediodía para tomar la copa de rigor del fin de semana: Antonio Núñez "Chocolate", Eduardo el de la Malena, El Pesca, Alfonsito Campoy, Antonio Suárez, el letrista Pepe Carrasco, Juanito Sedas, Pepe Varo, los hermanos Monsalvete, Enrique Montes, Pies Plomo, el malogrado Isidoro Carmona -genio de la guitarra-, El Colorao, Filigrana, Pedro Bacán..., y por supuesto, su presidente, Juan Campos Navarro, y mi amigo Manolo, siempre acompañado por su querido hermano Antonio. Entre vinos y cervezas se nos pasaba el mediodía sin pensar. El reloj no valía para nada. Recuerdo una curiosa anécdota que le ocurrió delante nuestra a uno de los contertulios, creo recordar que fue a Antonio Jiménez, otro de los cabales del sábado que se iniciaba siempre a la hora justa del "Ángelus", a las 12, como debe ser, ya que como dice el refranero (no sé si lo he comentado en otra ocasión) "Artista que a las doce no ha bebío, ni tiene vergüenza ni la ha conocío". Pues bien. Aparcó su Seat 600 a la puerta de "El Jilandés" y, como la temperatura era alta y no se "estilaba" el aire acondicionado en los coches, y menos en aquellos, dejó las ventanillas abiertas. Entre copa y copa lo que no se acordó era que había comprado en el mercado de la Feria dos kilos de caracoles para llevárselos a su mujer. Cuando nos dimos cuenta, cientos y cientos de caracoles andaban a sus anchas por el capó, por el techo, por los cristales, por el maletero, por el mínimo interior, por las ruedas, por el techo, por la acera de la calle. Pueden imaginarse el cachondeo, el regodeo y el pitorreo, para que todo rime. ¡Qué tiempos!
Manuel Centeno era oficial de registro de los juzgados sevillanos y mi padre, con el que le unió una gran amistad profesional, era funcionario a las órdenes del juez Antonio Esquivias Franco y del secretario Francisco Maroto Antolín. Unido esto a que nuestra amistad surgió por los caminos del flamenco, Manuel Centeno me demostró siempre un cariño muy especial, y me aconsejó en muchísimas ocasiones para advertirme que alrededor de las palomas vuelan los cuervos, indicándome que no debía ser tan buena gente ni fiarme de todo el mundo. Ejemplo que quise asimilar pero que nunca he aprendido, porque sigo siendo la misma paloma de siempre, confiándome a todos y dejándome comer los espacios. Quien es así, no cambia; igual que no cambian los trepas, ni las malas gentes, ni los asesinos.
Cada dos por tres me invitaba a hacer la "ronda de la combebencia" por la Sevilla antigua, que a él tanto le gustaba. Parábamos en todos los sitios claves de la Judería y del barrio de Santa Cruz para después acercarnos al centro. Como él no tenía coche, ni lo quería, a él y a su mujer, la cariñosa e inolvidable Trini, los llevaba yo cuando se le antojaba que almozáramos en Cádiz, o en Conil, a pasar unos días a Fuengirola, o venir a Córdoba -cuando aún estaba muy lejano para mí este destino de trabajo-, o darnos una vuelta por Aracena... Lo hemos pasado genial. Ellos, porque no tenían hijos, y mi Pablo era su niño mimado, y yo, porque como he dicho, no tenía padre y siempre, desde niño, me ha gustado juntarme con gente mayor que yo, porque siempre he entendido que en ellos estaba el tronco de la sabiduría en todas las materias.
Él siempre me llamaba "sobrino", tanto en público como en privado: jamás me negó un favor, y eso ya es de agradecer. Yo también le ayudé y apoyé en todas las ideas: en el maravilloso centenario que la "Torres-Macarena", siendo él su Presidente, se le brindó al cantaor jerezano Manuel Torre el año 1978, o en la Quincena Cultural que con motivo del Centenario del nacimiento de Manuel Vallejo -del que él fue íntimo amigo- celebramos con un montón de actividades en 1991. Recuerdo a él, a Pepa -su segunda mujer-, a Lola y a mí, metiendo en la carpeta que se editó el disco, el cuaderno especial de "El Correo de Andalucía", los dos libros que se editaron, el azulejo en su memoria, el etiquetado, el numerado de cada álbum desde el número "0" al 1.000... Fue una mañana frenética que logramos culminar con la ilusión de siempre, con la emoción de siempre, con la entrega y dadivosidad de siempre. Todo lo que hacíamos nos costaba el dinero, pero lo dábamos como bien empleado por una causa que creíamos justa y, como siempre suelo decir, necesaria. Se me caía la baba viendo a mi amigo Manuel Centeno con la gran alegría del deber cumplido cuando contemplaba la exposición que Paco Molina montó en la peña con patrocinio de "El Monte"; cuando escuchaba el pregón que oficiaba Antonio Murciano; cuando estaba atento a las mesas redondas con Juanito Valderrama, La Niña de la Puebla, Enrique Orozco, Luis Caballero, Caty León y con las conferencias de Blas Vega, Daniel Pineda...
Los amigos están para complementarse. Eso fue lo que me ocurrió con mi gran amigo Manuel Centeno, y de ahí la sintonía que siempre mantuvimos hasta su muerte. El 6 de marzo de 1994 asistió con Pepi al Pregón de la Semana de Triana que yo ofrecía en el teatro del colegio salesiano. Creo que vino a verme por penúltima vez y a despedirse de nosotros. Cuando la Feria de Abril estaba en su alto apogeo, el 28 de abril Manuel nos abandonaba para siempre. No nos lo creíamos porque todo fue demasiado rápido. Aquel mismo día, y dedicado a Pepa y a su hermano Antonio, le escribí un soneto -malo, como todos los míos- lleno de amor y sincera amistad:
Manuel Centeno era oficial de registro de los juzgados sevillanos y mi padre, con el que le unió una gran amistad profesional, era funcionario a las órdenes del juez Antonio Esquivias Franco y del secretario Francisco Maroto Antolín. Unido esto a que nuestra amistad surgió por los caminos del flamenco, Manuel Centeno me demostró siempre un cariño muy especial, y me aconsejó en muchísimas ocasiones para advertirme que alrededor de las palomas vuelan los cuervos, indicándome que no debía ser tan buena gente ni fiarme de todo el mundo. Ejemplo que quise asimilar pero que nunca he aprendido, porque sigo siendo la misma paloma de siempre, confiándome a todos y dejándome comer los espacios. Quien es así, no cambia; igual que no cambian los trepas, ni las malas gentes, ni los asesinos.
Cada dos por tres me invitaba a hacer la "ronda de la combebencia" por la Sevilla antigua, que a él tanto le gustaba. Parábamos en todos los sitios claves de la Judería y del barrio de Santa Cruz para después acercarnos al centro. Como él no tenía coche, ni lo quería, a él y a su mujer, la cariñosa e inolvidable Trini, los llevaba yo cuando se le antojaba que almozáramos en Cádiz, o en Conil, a pasar unos días a Fuengirola, o venir a Córdoba -cuando aún estaba muy lejano para mí este destino de trabajo-, o darnos una vuelta por Aracena... Lo hemos pasado genial. Ellos, porque no tenían hijos, y mi Pablo era su niño mimado, y yo, porque como he dicho, no tenía padre y siempre, desde niño, me ha gustado juntarme con gente mayor que yo, porque siempre he entendido que en ellos estaba el tronco de la sabiduría en todas las materias.
Él siempre me llamaba "sobrino", tanto en público como en privado: jamás me negó un favor, y eso ya es de agradecer. Yo también le ayudé y apoyé en todas las ideas: en el maravilloso centenario que la "Torres-Macarena", siendo él su Presidente, se le brindó al cantaor jerezano Manuel Torre el año 1978, o en la Quincena Cultural que con motivo del Centenario del nacimiento de Manuel Vallejo -del que él fue íntimo amigo- celebramos con un montón de actividades en 1991. Recuerdo a él, a Pepa -su segunda mujer-, a Lola y a mí, metiendo en la carpeta que se editó el disco, el cuaderno especial de "El Correo de Andalucía", los dos libros que se editaron, el azulejo en su memoria, el etiquetado, el numerado de cada álbum desde el número "0" al 1.000... Fue una mañana frenética que logramos culminar con la ilusión de siempre, con la emoción de siempre, con la entrega y dadivosidad de siempre. Todo lo que hacíamos nos costaba el dinero, pero lo dábamos como bien empleado por una causa que creíamos justa y, como siempre suelo decir, necesaria. Se me caía la baba viendo a mi amigo Manuel Centeno con la gran alegría del deber cumplido cuando contemplaba la exposición que Paco Molina montó en la peña con patrocinio de "El Monte"; cuando escuchaba el pregón que oficiaba Antonio Murciano; cuando estaba atento a las mesas redondas con Juanito Valderrama, La Niña de la Puebla, Enrique Orozco, Luis Caballero, Caty León y con las conferencias de Blas Vega, Daniel Pineda...
Los amigos están para complementarse. Eso fue lo que me ocurrió con mi gran amigo Manuel Centeno, y de ahí la sintonía que siempre mantuvimos hasta su muerte. El 6 de marzo de 1994 asistió con Pepi al Pregón de la Semana de Triana que yo ofrecía en el teatro del colegio salesiano. Creo que vino a verme por penúltima vez y a despedirse de nosotros. Cuando la Feria de Abril estaba en su alto apogeo, el 28 de abril Manuel nos abandonaba para siempre. No nos lo creíamos porque todo fue demasiado rápido. Aquel mismo día, y dedicado a Pepa y a su hermano Antonio, le escribí un soneto -malo, como todos los míos- lleno de amor y sincera amistad:
Como se van las rosas en verano,
te has ido, fiel amigo, en primavera,
cual si un hostil otoño amaneciera
te has ido, fiel amigo, en primavera,
cual si un hostil otoño amaneciera
o un invierno se fuera de la mano.
Tú, tan cerca de mí, tú, tan cercano
Tú, tan cerca de mí, tú, tan cercano
de mi arriate en flor, mi enredadera,
álamo de mi vida, mi palmera,
estiercol mío para un crecer lozano...
Y cuando aún no ha acabado por Sevilla
álamo de mi vida, mi palmera,
estiercol mío para un crecer lozano...
Y cuando aún no ha acabado por Sevilla
el aire alegre de la seguidilla
que va y que viene y danza y se disloca,
tú te vas a otros cielos, y me dejas
queriéndote reñir, dándote quejas,
que va y que viene y danza y se disloca,
tú te vas a otros cielos, y me dejas
queriéndote reñir, dándote quejas,
hélándose mi vida por la boca.
Desde su balcón de la calle Bailén pude ver varios años cómo anda Cristo por la madrugada de Sevilla haciendo verosímil la hermosa saeta del poeta José Félix Navarro: Te llaman El Gran Poder/ y vas sin fuerza y deshecho./ Yo no acierto a comprender/ cómo es que puede caber/ tanto dolor en tu pecho. Desde el balcón de su querido hermano Antonio en la calle Parras, han podido tocar mis manos las bambalinas de La Macarena... Hoy, desde el balcón de la ausencia, aún puedo contemplar a mi gran segundo padre Manuel Centeno Fernández, aún puedo tocar sus manos amigables cuando me decía: -¿Qué pasa, sobrino?. Aún puedo escuchar su voz con plena nitidez, sentir sus apoyos, acariciar el aire que nos envolvía en las mismas ideas de los hombres de buena voluntad.
Desde su balcón de la calle Bailén pude ver varios años cómo anda Cristo por la madrugada de Sevilla haciendo verosímil la hermosa saeta del poeta José Félix Navarro: Te llaman El Gran Poder/ y vas sin fuerza y deshecho./ Yo no acierto a comprender/ cómo es que puede caber/ tanto dolor en tu pecho. Desde el balcón de su querido hermano Antonio en la calle Parras, han podido tocar mis manos las bambalinas de La Macarena... Hoy, desde el balcón de la ausencia, aún puedo contemplar a mi gran segundo padre Manuel Centeno Fernández, aún puedo tocar sus manos amigables cuando me decía: -¿Qué pasa, sobrino?. Aún puedo escuchar su voz con plena nitidez, sentir sus apoyos, acariciar el aire que nos envolvía en las mismas ideas de los hombres de buena voluntad.
¡Quién sabe qué dios fue el que nos unió en nuestro camino por la vida!
Conocí a Manolo Centeno a través tuya, Emilio; lo vi por última vez cuando tu pregón que tuve el honor de presentar y conservo alguna lección escrita de su puño y letra. No fueron pocas las veces que estuve con vosotros por Triana. También porque me lo pediste ayudé lo que pude en aquel homenaje a Vallejo; ayuda que, principalmente, se concretó en la organización de la exposición que recuerdas (la base fue mi colección de postales antiguas) y de la edición del catálogo con un artículo tuyo, otro de Caty y otro mío. Hablé con Paco Molina que se encargó del montaje, pero El Monte no tuvo que ver en aquella ocasión. Nada me importó que se extraviara un cuadro con ocho postales, porque para mi fue un lujo pertenecer a la comisión organizadora, presentar a Blas Vega en su charla y que quedara lo que quedó con mi firma o sin ella. Cuando Centeno falleció le dediqué una "Cruz de San Jacinto" en El Correo conservando una cariñosa carta de su hermano Antonio.
ResponderEliminarTodo dicho para aclarar detalles, porque para eso están los comentarios, ¿no?
Y el pregón lo dio Antonio Murciano. Tu recorte de La Cruz de San Jacinto lo tengo informatizado y es magnífico. Ahí sabes que no había firmas, por eso no me he extendido en más detalles de aquel homenaje a Vallejo como que yo presenté a Murciano o que yo mismo me quité de cualquier mesa redonda o conferencia. He relatado aquella mañana frenética estuchando Pepe, Lola, Manolo y yo. En cuanto a lo de la exposición, he dicho lo de "El Monte" porque viene esta entidad en los créditos de los participantes y porque en el libro de dicha exposición, montada por Paco Molina, se dice textualmente en la segunda página: "Gracias a la colaboración de la Obra Cultural de EL MONTE, Caja de Huelva y Sevilla, se pudo montar esta exposición y editar el correspondiente catálogo. La Comisión organizadora de los actos de honor de Manuel Vallejo con motivo del centenario de su nacimiento, desea expresar a esta entidad su profundo agradecimiento". ¿Aclarados?
ResponderEliminarEmilio, sin acritud, como decía aquel... Paco Molina enmarcó y colgó lo que le dijimos que enmarcara y colgara (pongo "digimos" por no usar demasiado el prurito del "yo). Es posible que El Monte pusiera los marcos, si fue así es lo único que hizo en la exposición. En cuanto al catálogo, salió montado de mis manos (aquí si digo "mis", véase la ficha técnica), pero el artículo que firmé, tras el tuyo y el de Caty, por fallo de imprenta salió "anónimo"... Que por cierto Caty en su libro sobre Caracol, incluye un párrafo de este trabajo sobre la Alameda. Párrafo que también figura como "anónimo"... En fin, Emilio, que entre ambos creo que ha quedado aclarado el asunto.
ResponderEliminarCreo que queda aclarado el asunto. Mi idea era hablar de mi buen amigo Centeno y terminamos hablando de nosotros mismos. Si todo es así como tú dices y es verdad que hiciste el catálogo, que salió montado de tus manos, ¿cómo te dio por incluir en él el texto que te cité en mi anterior respuesta?
ResponderEliminar¡Que nos perdone Centeno por estas diatribas innecesarias!
Manuel Centeno, al que conocí a través de Emilio, me pareció una excelente persona. Tenía un gran interés por todo e intentaba tratar a la gente lo mejor posible. Conmigo fue siempre un hombre educado, atento y cariñoso. Los trabajos que condujeron a la gran conmemoración de Vallejo en Torres Macarena fueron muchos y arduos, como bien sabéis las personas que llevásteis la voz cantante en todo ello, pero lo que ha quedado con el paso del tiempo es una actividad de gran categoría, como correspondía al recuerdo de Vallejo. En mi caso, tuve el honor de moderar dos mesas redondas y si lo hice no fue, desde luego, por mis conocimientos ,sino por la amabilidad de los organizadores, en concreto de Emilio, que confió en mi para el cometido. Desde luego que lo llevé a cabo con la mayor ilusión, al igual que las cosas que escribí, gracias, de nuevo, a vosotros que fuistéis generosos al máximo. Fue una experiencia inolvidable, como todo lo que ocurrió en aquel año de 1991, de gratísimo recuerdo para mi en todos los aspectos, incluido el personal.
ResponderEliminarA Manolo Centeno le gustaba el flamenco y por eso actuaba de esa forma tan desinteresada con todo, al menos eso fue lo que yo capté de aquellos tiempos. Estas personas generosas que dan lo que tienen y lo que no tienen merecen nuestro recuerdo y respeto. El mío lo tiene, desde luego.
Ángel, siento no haber dejado anotado en mi libro sobre Caracol la autoría del texto que citas sobre la Alameda, pero, como dices, esa parte del catálogo no lleva firma. Entonces pensé que era de uno de los dos, de Emilio o tuya, porque no tenía idea de que nadie más hubiera intervenido en el catálogo, pero no llegué a preguntarlo, esas cosas que se pasan. Lo incluí en el libro porque me pareció un texto muy hermoso y expresivo como todo el resto de comentarios a las fotos que aparece en el catálogo y que, ahora lo sé, es obra tuya. Si alguna vez sale una reedición del libro de Caracol, aprovecharé para poner tu nombre y para ponerle el "Don" a Chacón, que los de la editorial le quitaron sin permiso.
ResponderEliminarEs usted una buena persona.Desde Córdoba le saludo y le digo que hablar de Centeno así denota un respeto enorme y una admiración por un ser singular.Un abrazo.
ResponderEliminarLuis Chacón.
Lo quise tanto que no hablar de él así hubiese sido cometer una injusta tropelía. Me gustan los amigos que no quieren ponerse medallas a costa de los amigos. Las personas son como son y no como nosotros queramos que sean.
ResponderEliminarLe agradezco enormemente su comentario.