Antonio Badía Lozano, trianero de pura cepa como yo, ha sido y es un gran enamorado del flamenco, amén de un gran pintor con demostrado currículum para creérselo. Nuestra pasión por este arte étnico sin parangón en el mundo nos acercó hace muchos años, cuando él se fumaba uno puros larguísimos y la vida nos sonreía gracias a una juventud que siempre supimos aprovechar. Pero, aparte de su cualidad y calidad como pintor, lo que no me cansado jamás de admirar de Antonio es su extraordinaria generosidad con todos, sus manos abiertas para cuantos necesitaban de él cualquier cosa, su marchamo de hombre de bien, tan difícil de encontrar en nuestros días.
Con él he gozado como un niño cuando nos embarcamos en aquella hermosa aventura -él fue quien me embarcó- de las exposiciones, en la Casa de las Columnas, "Muy ilustres personajes de la Triana popular" (1994) y "Muy ilustres mujeres de la Triana popular" (1995). Gozábamos juntos, con el resto de amigos, de aquellos ratos que nos ofreció la vida, y bebíamos lo nuestro y parte de lo de los demás enjaretando dibujos y poemas de un día para otro. ¡Que tiempos! También tuvimos nuestras sombras, como la muerte joven de su más que hija Ivana, y mi traslado al exilio cercano de Córdoba, tras el cual los encuentros se fueron haciendo más esporádicos y, por tanto, eran menos nuestras felicidades, nuestras conversaciones y nuestras copas diarias en "Los Dos Hermanos", "El Carbonero", "El Ancla" y en la taberna de Pepe Lérida.
Ahora, mi querido Antonio está pasando un bache de ánimo y ya ni fuma ni bebe ni aguanta el medio ritmo de un encuentro. Menos mal que sigue y sigue pintando y que de vez en cuando nos vemos, aunque sea breve el tiempo, para charlar de nuestras cosas, que siempre giran entre el flamenco y Triana. Recuerdo cuando estuvimos almorzando un día, feroz de lluvia, con su íntimo amigo Enrique Morente en Granada, y cuando Antonio me acompañó a Madrid para almorzar en "La Posada de la Villa" con Juan Habichuela, y del día que pasamos con Paco Piñero, Paco Vega y Manolo Calero en el romería de "Cuatrovitas", y del ánimo que me daba ante mi temor de actuar en la Bienal como narrador, en el Hotel Triana, del espectáculo "Triana viva, una noche en El Morapio"... En mi vida me la he visto más gorda, pero gracias a él, a su empuje, tuve el valor de participar en aquella obra que dirigía Paco Piñero y protagonizaban, junto a los miembros de Triana Pura, el bailaor Paco Vega y la bailaora Carmen Ledesma.
Muchas han sido las borracheras para olvidar junto a su compañía, y algunos fueron los días del almanaque que tuve que pasar alguna resaca en su estudio del Aljarafe. Nos movían las mismas cosas: Triana, el Flamenco, el Arte, la bohemia, la dadivosidad en su más amplio sentido. Y aprendí de él muchas cosas aparte de su humanidad: la sabiduría de la paciencia (a la que todavía no llego), la serenidad en casos difíciles y la valoración suprema de la amistad. Más que amigo, Antonio ha sido como un hermano brujo, demonio, ángel o mago y consejero. Tarde o temprano la vida se hubiese encargado de unirnos, tal como dejé escrito en un sonetillo cameloncio que él aún guarda con legítimo orgullo: Hoy quisiera afilar mi lapicero,/ invocar a los duendes a mi lado,/ tener la inspiración a mi costado/ para cantarte bien lo que te quiero./ ¿Amigo, confidente, compañero,/ bastón, báculo, vara, fiel cayado,/ pirata malo, vil y encanallado,/ sinvergüenza pintor por el que muero?/ Nos amamos, lo sé, porque hay dos cuerdas/ que vibran en la misma melodía,/ justas en un compás, siempre sonoras...,/ No me habrá de faltar, amigo Antonio,/ minuto tras minuto, día tras día,/ tu diapasón de brujo y de demonio.
Ojalá y pronto Antonio recupere su ánimo de siempre, su esencia de la guasa socarrona, sus ganas de tomar unas copas y la necesidad de tener un puro de esos larguísimos entre sus dedos, señal inequívoca de la desaparición de sus dolencias. Cada vez le doy más gracias a Dios de que Antonio, mi gran amigo Antonio, el bueno de Antonio, se colase un buen día por los entresijos de mi vida.
Con él he gozado como un niño cuando nos embarcamos en aquella hermosa aventura -él fue quien me embarcó- de las exposiciones, en la Casa de las Columnas, "Muy ilustres personajes de la Triana popular" (1994) y "Muy ilustres mujeres de la Triana popular" (1995). Gozábamos juntos, con el resto de amigos, de aquellos ratos que nos ofreció la vida, y bebíamos lo nuestro y parte de lo de los demás enjaretando dibujos y poemas de un día para otro. ¡Que tiempos! También tuvimos nuestras sombras, como la muerte joven de su más que hija Ivana, y mi traslado al exilio cercano de Córdoba, tras el cual los encuentros se fueron haciendo más esporádicos y, por tanto, eran menos nuestras felicidades, nuestras conversaciones y nuestras copas diarias en "Los Dos Hermanos", "El Carbonero", "El Ancla" y en la taberna de Pepe Lérida.
Ahora, mi querido Antonio está pasando un bache de ánimo y ya ni fuma ni bebe ni aguanta el medio ritmo de un encuentro. Menos mal que sigue y sigue pintando y que de vez en cuando nos vemos, aunque sea breve el tiempo, para charlar de nuestras cosas, que siempre giran entre el flamenco y Triana. Recuerdo cuando estuvimos almorzando un día, feroz de lluvia, con su íntimo amigo Enrique Morente en Granada, y cuando Antonio me acompañó a Madrid para almorzar en "La Posada de la Villa" con Juan Habichuela, y del día que pasamos con Paco Piñero, Paco Vega y Manolo Calero en el romería de "Cuatrovitas", y del ánimo que me daba ante mi temor de actuar en la Bienal como narrador, en el Hotel Triana, del espectáculo "Triana viva, una noche en El Morapio"... En mi vida me la he visto más gorda, pero gracias a él, a su empuje, tuve el valor de participar en aquella obra que dirigía Paco Piñero y protagonizaban, junto a los miembros de Triana Pura, el bailaor Paco Vega y la bailaora Carmen Ledesma.
Muchas han sido las borracheras para olvidar junto a su compañía, y algunos fueron los días del almanaque que tuve que pasar alguna resaca en su estudio del Aljarafe. Nos movían las mismas cosas: Triana, el Flamenco, el Arte, la bohemia, la dadivosidad en su más amplio sentido. Y aprendí de él muchas cosas aparte de su humanidad: la sabiduría de la paciencia (a la que todavía no llego), la serenidad en casos difíciles y la valoración suprema de la amistad. Más que amigo, Antonio ha sido como un hermano brujo, demonio, ángel o mago y consejero. Tarde o temprano la vida se hubiese encargado de unirnos, tal como dejé escrito en un sonetillo cameloncio que él aún guarda con legítimo orgullo: Hoy quisiera afilar mi lapicero,/ invocar a los duendes a mi lado,/ tener la inspiración a mi costado/ para cantarte bien lo que te quiero./ ¿Amigo, confidente, compañero,/ bastón, báculo, vara, fiel cayado,/ pirata malo, vil y encanallado,/ sinvergüenza pintor por el que muero?/ Nos amamos, lo sé, porque hay dos cuerdas/ que vibran en la misma melodía,/ justas en un compás, siempre sonoras...,/ No me habrá de faltar, amigo Antonio,/ minuto tras minuto, día tras día,/ tu diapasón de brujo y de demonio.
Ojalá y pronto Antonio recupere su ánimo de siempre, su esencia de la guasa socarrona, sus ganas de tomar unas copas y la necesidad de tener un puro de esos larguísimos entre sus dedos, señal inequívoca de la desaparición de sus dolencias. Cada vez le doy más gracias a Dios de que Antonio, mi gran amigo Antonio, el bueno de Antonio, se colase un buen día por los entresijos de mi vida.
Antonio Badía no es de Triana, nació en la calle Gravina. Ahora, es un trianero más, como yo y muchos otros.
ResponderEliminarYo siempre lo he tenido como trianero, y nunca me ha dicho él lo contrario. De todas formas, siempre tengo ocasión de preguntarle y corregir mi error si así fuese.
ResponderEliminarEmilio, hasta hoy no he aprendido a entrar en tu blog. Gracias por lo que dices sobre mí. Ahora te leeré con asiduidad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias a ti por incorporarte a las nuevas tecnologías.
ResponderEliminarUn abrazo.